¡El fin se acerca!
Alejandra María Sosa Elízaga*
Gracias al ‘no lo creo, pero por si acaso’, de quienes los reciben y reenvían, pululan en las redes sociales mensajes de quienes aseguran recibir revelaciones de la Virgen, o de Dios, o de un ángel, en las que se anuncian las más variadas e inminentes catástrofes.
No le hace que sean las mismas que circularon en el año 2000, resurgieron antes del 12/12/2012, y más recientemente el 29 de julio. Recicladas, vuelven a propagarse, esta vez con la pésima noticia de que terminando el Jubileo en noviembre, ocurrirá un suceso cósmico del que todavía no se sabe en qué consistirá porque los rumores son, como suelen ser los rumores, contradictorios.
Según algunos, viene a velocidad vertiginosa una llamarada solar que pasará rozando y achicharrando la tierra; según otros, lo que viene es un astro, llamado planeta x, de la mitad del tamaño del sol, y se interpondrá entre éste y la tierra, provocando que en ella todo se ponga oscuro, se congele, se inviertan los polos (lo que sea que eso signifique), que haya mega olas, terremotos y que todos los volcanes hagan erupción al mismo tiempo. Dicen que no será el fin del mundo, nada más un aviso (¡válgame!, con semejante aviso, ¿quién necesita fin del mundo?).
Advierten que cuando todo se ponga oscuro, oiremos voces de seres queridos que nos pedirán entrar, pero que no les abramos porque son demonios (como si los demonios necesitaran que les abran la puerta. ¡ay!, ¡lo que hacen algunos para no dejar pasar a la suegra!). También recomiendan hacer acopio de comida, agua y velas (esperando. ingenuamente, sobrevivieran intactas semejante hecatombe).
La gente que recibe estos anuncios y se deja aterrorizar, sigue al pie de la letra las instrucciones y espera consternada el momento fatal. Entonces llega el temido día y no pasa nada. No se bambolean las estrellas, no se estremece la tierra (más que cuando pasa el camión de la basura); no se desbordan las olas, y el Popocatépetl se limita a echar su acostumbrado humito de tarjeta postal. Y ¡fiuf! respira aliviada hasta que se anuncie la próxima fatídica fecha.
Pero ¡no se puede vivir saltando de la desesperación a la desaprensión y viceversa!
¿Qué hacer ante el constante bombardeo de catastróficas premoniciones?
He aquí tres recomendaciones:
1. No creas todo lo que recibes.
Los mensajes falsos son ambiguos, no identifican quién recibió dichas revelaciones, ni cuándo, cómo, dónde, por qué o para qué.
2. Ten por seguro que si Dios o María quisieran advertirnos acerca de un peligro inminente, probablemente se lo revelarían al Papa, o incluso a videntes de apariciones que, si bien no cuentan con la aprobación oficial de la Santa Sede, tampoco han sido prohibidas, como la de Medjugorje.
No te fíes de videntes ‘patito’ que juran que la Virgen les habla (les aconsejaría santa Teresa que coman bien y duerman completo...).
3. Tal vez no haya razones para alarmarse, pero tampoco para desentenderse.
El fin sí se acerca: cada día nos acercamos al final de nuestra vida en este mundo, y al comienzo de la eterna.
Y para ese fin no nos va a servir de nada comprar velas o almacenar despensas, sino estar en amistad con Dios, vivir amándolo, procurando darle gusto, cumplir en todo Su voluntad.
Un día, mientras sto Domingo Savio jugaba billar, le preguntaron qué haría si supiera que moriría en minutos. Respondió: ‘seguiría jugando billar. El maestro nos dio recreo; y estoy haciendo lo que toca hacer en recreo. Moriría tranquilo, cumpliendo la voluntad de Dios.’
En lugar de inquietarnos por lo que puede pasar al terminar el Jubileo, atendamos lo que puede pasar antes de que termine: por ej: confesarnos (todavía los confesores pueden perdonar pecados ordinariamente reservados al obispo, como el del aborto); reconciliarnos con alguien; abrirnos a la gracia de Dios...
¡El fin se acerca! Sí, cada día nos aproximamos al momento de entregar cuentas a Dios, pero no vivamos espantados por anuncios catastróficos, sino con la paz y la confianza de saber que cuando llegue el fin, sea el de todos o sólo el nuestro, estaremos, como santo Domingo Savio, cumpliendo lo que nos encomendó nuestro Maestro.