y los envió por delante...
a todas las ciudades y sitios a donde ÉL había de ir...'
(Lc 10,1)

Sueños no imposibles

Alejandra María Sosa Elízaga*

Sueños no imposibles

¿Has soñado que vuelas? Yo sí, y es fantástico.

El otro día soñé que me encontraba en la calle a uno de esos perros chiquitos e histéricos que son la pesadilla de peatones y de 'bicicletos'; me ladraba y me gruñía amenazador y cuando supuse que se disponía a atacarme, ¡que me elevo y me alejo volando! El canijo perro voló también, pero más bajito que yo así que no me pudo hacer nada, juá juá.

En muchas ocasiones he soñado que vuelo, que simplemente subo por los aires a voluntad (no tengo que poner 'pose de supermán', con un brazo extendido y la rodilla opuesta doblada), y voy y vengo todo el tiempo que me da la gana, flotando por encima de calles, tejados, árboles, veo todo el mugrero que hay en las azoteas, los parques, las gentes allá abajo, chiquitas.

Lo curioso, es que cuando sueño que vuelo, no sueño que ello me asombre o que me dé miedo o que piense que de un momento a otro se me va a acabar la 'pila' y caeré en picada y me voy a dar un ranazo; y es que en los sueños puede suceder cualquier cosa y todo es normal.

No así en la realidad. La realidad muchas veces destroza nuestros sueños.

Consideremos, por ejemplo, el caso que nos cuenta el Evangelio que se proclama en Misa este Cuarto Domingo de Adviento (ver Mt 1, 18-24). Dice que cuando José descubrió que María estaba embarazada decidió dejarla en secreto.

No concuerdo con algunos que dicen que José pensó que María le había sido infiel, y como era un hombre justo y bueno decidió no exponerla al castigo que merecía, sino abandonarla y dejar que le echaran a él la culpa de haberla embarazado. No, no, no. La pureza, la castidad, el recato de María (¡la única persona concebida sin pecado!) sin lugar a dudas irradiaban de toda su persona. Su mirada limpia, su vida intachable hacían imposible que alguien pudiera pensar mal de Ella, mucho menos José que la conocía bien, pues Nazaret era un pueblito pequeño en el que todos se conocían, y además su taller estaba cerca de la casa de Ella, y además sin duda la amaba entrañablemente.

Lo que sucedió, y es la interpretación de muchos Padres de la Iglesia desde los inicios del cristianismo, fue que José, como todo buen israelita familiarizado con la Sagrada Escritura, conocía bien esa profecía de Isaías que se proclama este domingo en la Primera Lectura (ver Is 7, 10-14): "He aquí que la virgen concebirá a luz un hijo y le pondrán por nombre Emmanuel, que significa 'Dios-con-nosotros'...", y como José estaba consciente de que el tiempo de la llegada del Mesías estaba cercano, cuando descubrió el embarazo de María supo que en Ella se había cumplido la profecía, y no se sintió digno de participar en algo tan trascendental como el plan de la salvación trazado por Dios. Así que por una parte, decidió no ponerla en evidencia, es decir, no revelar el secreto de que era la elegida por Dios, y por otra parte, decidió hacerse a un lado, aunque ello implicara que se rompieran su corazón y sus sueños de casarse con la mujer más maravillosa del mundo.

Dice el Evangelio que cuando tomó la decisión de dejar a María, se fue a dormir, y podemos preguntarnos: ¿cuál sería su estado de ánimo esa noche? Es creíble suponer que el más desanimado y deprimido, el de alguien que siente que lo que veía como un futuro risueño y promisorio, de pronto se le convierte en tristeza y desesperanza.  Cuando José se fue a dormir estaba convencido de que el sueño que había venido acariciando tanto tiempo era ya imposible.

¡Ah!, pero no contaba con que Dios lo haría posible, más aún: sembraría un sueño infinitamente mejor en su corazón, más grande, más audaz que el que jamás hubiera podido imaginar: ¡ser nada menos que padre adoptivo del Dios-con-nosotros!

Mientras dormía, Dios le envió un Ángel a decirle que no temiera ser esposo de la que había concebido por obra del Espíritu Santo (cabe hacer notar que si José hubiera pensado mal de María no tendría temor, tendría celos o enojo. El Ángel le pidió que no tuviera miedo porque sabía que se creía indigno). Y por eso lo llamó José, hijo de David, como para recordarle que él pertenecía a ese linaje que era heredero de la promesa de Dios de enviar al Salvador, que tenía el derecho para participar, y que Dios lo habría de ayudar.

            Cuando la realidad te devasta (te abruma la soledad; te sientes incomprendido; te agobian tus pecados; después de quién sabe cuántos años de casados tu cónyuge te dejó de amar; tu mejor amigo se decepcionó y se alejó de ti; te dieron un diagnóstico terrible; se te murió un ser querido), cuando te sientes en un callejón sin salida y no te atreves siquiera a desear que pudiera ser posible que se cumplieran tus sueños más atrevidos (nunca sentirte solo; superar tus miserias; ser amado incondicionalmente y que quien te ama nunca se decepcione ni aparte de ti; poder vivir para siempre con tus seres queridos; que nunca te envuelva la tiniebla y siempre puedas ver la luz al final del camino), cuando todo lo que quisieras es echarte a dormir y no despertarte más, despabílate y levanta la cabeza, sacúdete la 'muína' con esta extraordinaria realidad: ¡Dios ha hecho posibles estos tus sueños imposibles!, ¡ha superado con creces todo cuanto jamás te hubieras atrevido a esperar!

Tu Dios quiso hacerse ser humano ¡como tú!, Y en Él se cumple todo cuanto anhelas: ya no estás solo: Él te acompaña y te comprende; ya no te abruman tus miserias: Él te perdona y te libera de ellas; ya no te sientes rechazado: Él te ama sin condiciones; ya no te asusta la muerte, pues Él le abrió una salida al sepulcro y te regala la posibilidad feliz de vivir con Él y con todos tus seres amados una vida gozosa que no terminará jamás.

Como a José, el Señor te rescata de la desesperanza, de los tristes planes que te has trazado.

En este cuarto Domingo de Adviento celebramos que Dios no quiere que nos echemos a dormir desalentados ni que creamos que sólo en sueños somos capaces de realizar lo extraordinario; nos da razones para despertar, como José, con la alegría infinita de saberlo cercano, con la emoción de descubrir que todo lo podemos porque Él vino a este mundo a tendernos Su mano.

 

(Del libro de Alejandra María Sosa Elízaga “¿Te has encontrado con Jesús?”, Col, ‘Fe y vida’, ciclo A, Ediciones 72, p. 16, México, disponible en Amazon).

Publicado el domingo 21 de diciembre de 2025 en la pag web y de facebook de Ediciones 72