Errores ignorados
Alejandra María Sosa Elízaga**
Hace unas semanas, por cuidarme un resfrío pasé unos días sin salir de casa, y se me ocurrió solicitar un ‘servicio a domicilio’ al supermercado.
Cuando terminé de pedir lo que necesitaba, me dijo el joven que me atendió por teléfono: ‘¿algo más que se le haya olvidado?’ Le contesté: ‘pues si se me ha olvidado, ¿cómo me voy a acordar?’, y nos dio risa a los dos.
Vino aquello a mi mente al leer una frase en el Salmo que se proclama este domingo en Misa. Pide al Señor el salmista: “Perdona mis errores ignorados” (Sal 19, 13).
Me preguntaba, ¿a qué se refiere? Si ignoraba esos errores, es que no sabía que los cometió, y si no sabía que los cometió, ¿cómo se va a disculpar por ellos?
Recordemos que una de las condiciones para que se dé un pecado grave, es tener ‘plena conciencia’ de haberlo cometido, así que si al confesarse alguien dice: ‘pues hice esto, pero no sabía que era pecado’, su ignorancia lo libra de haber faltado gravemente, es una gran atenuante.
Entonces ¿cómo entender esto?
Vienen en nuestra ayuda estas palabras de Jesús: “Aquel siervo que, conociendo la voluntad de su señor, no... ha obrado conforme a su voluntad, recibirá muchos azotes; el que no la conoce y hace cosas dignas de azotes, recibirá pocos...” (Lc 12, 47-48a).
Es interesante hacer notar que da a entender que el que sabiendo cuál es la voluntad de su señor no la cumple, recibirá muchos azotes, pero el que sin conocerla, no la cumple recibirá pocos, ojo: no dice que no recibirá ninguno.
Es decir que el que uno ignore que ha hecho algo malo no significa que no lo haya hecho, sólo que no sabe que lo hizo.
Por ello, es posible -y, añadiría, frecuente- que ofendamos a Dios sin darnos cuenta. Ya lo dice el salmista: “Aunque tu servidor se esmera en cumplir Tus preceptos con cuidado, ¿quién no falta, Señor, sin advertirlo?” (Sal 19, 12).
De ahí que tenga sentido pedirle perdón a Dios por los “errores ignorados”.
Es como cuando por algo que dijiste, hiciste o dejaste de hacer, lastimaste sin querer a una persona. Le pides perdón: ‘discúlpame, no me di cuenta de que te herí’, ‘perdona, no fue mi intención ofenderte.’ Decía aquella canción del siglo pasado: ‘si en algo te ofendí, perdón...’, como quien dice, me disculpo ‘por si acaso’.
Ahora bien, ya puestos a reflexionar en esto se me ocurría que tal vez lo de “errores ignorados” pueda referirse también no solamente a cuando ignoramos haber cometido errores, sino a cuando sabemos que los cometimos pero luego los ignoramos, en el sentido de que no les hacemos caso, no les damos importancia.
¿Qué podemos hacer para evitar este tipo de “errores ignorados”?
Cuando menos una cosa: como lo contrario de ignorar es conocer, más aún, reconocer, tenemos que esforzarnos por reconocerlos en lugar de lo que solemos hacer, que es racionalizarlos para poder ignorarlos.
Por ejemplo, en lugar de racionalizar: ‘todos roban y engañan, así que yo también’, reconocer: ‘robé y mentí’; en lugar de racionalizar: ‘tenía cosas que hacer’, reconocer: ‘pudiendo ir a Misa, no fui’; en lugar de racionalizar: ‘me provocó, fue su culpa’, reconocer: ‘me violenté, me desquité, hice mal’.
Ante los errores que cometemos lo primero no ha de ser ignorarlos, sino mirarlos de frente, asumirlos, arrepentirnos de haberlos cometido, y pedirle a Dios Su perdón y Su ayuda para no volverlos a cometer.
A diferencia del joven del supermercado que pretendía que yo mencionara algo que había olvidado y era incapaz de recordar, el Señor nos da Su gracia para que conozcamos lo que ignoramos, descubramos lo que ocultamos y podamos ponerlo en Sus manos para que Él lo sane, lo limpie, lo rescate, lo perdone, lo arroje al fondo del mar (ver Miq 7, 18-19) y ponga un letrerito: ‘se prohíbe pescar’...
Pidámosle a Dios, como proponía san Ignacio de Loyola, la gracia de vernos como Él nos ve, porque ello nos permitirá no sólo descubrir nuestras miserias, sino Su misericordia; no sólo nuestra oscuridad, sino Su luz, que nuestros “errores ignorados” sean no sólo reconocidos, sino perdonados.
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