Esperanza viva
Alejandra María Sosa Elízaga**
Este domingo 2 de febrero, en que celebramos La Presentación del Señor, la iglesia se llena de niños de grandes ojos y largas pestañas, vestidos con los ropajes más diversos y sentados o reclinados en mullidos cojines de terciopelo, canastas decoradas con flores o sillas primorosamente adornadas.
Es nuestra ‘fiesta de la Candelaria’ y numerosos fieles llevan a bendecir sus imágenes de Niño Dios.
Curiosamente creo que aunque en esta fecha nos rodean abundantes motivos infantiles, bien podríamos en la Iglesia celebrar el 'día del anciano'.
A qué se debe semejante ocurrencia?
A que en el Evangelio según san Lucas que se proclama cada 2 de febrero en Misa destacan dos ancianos, un hombre y una mujer, Simeón y Ana, que podrían ser tomados como ejemplo para edificar y animar a todos sus semejantes.
De Simeón se nos dice que "habitaba en él el Espíritu Santo"(Lc 2, 25) y que confiaba en que se cumpliría lo que Éste le había prometido: que "no moriría sin antes ver al Mesías del Señor" (Lc 2, 26).
Un día, el Espíritu lo mueve (y cabe hacer notar que él se deja mover) para ir al templo, donde se encuentra nada menos que con María y José, que llevan en brazos a Jesús.
Es un momento extraordinario en el que Simeón, al ver por fin colmado su más querido anhelo, eleva su voz en una bellísima oración (que hoy conocemos como 'Cántico de Simeón') en la que expresa que ya puede morir en paz porque sus ojos han contemplado al Salvador de todos los pueblos (ver Lc 2, 29-32).
Es notable cómo a pesar de su avanzada edad y de que ha pasado muchísimos años esperando el cumplimiento de aquella promesa, no desespera, no reniega, no se desanima, no siente que ya no sirve para nada, no se deja estar, no se deja morir.
Se mantiene vivo, vivaz, atento y sobre todo dócil a lo que el Espíritu le anima a realizar.
Por otra parte, se nos presenta a Ana, una viuda que a pesar de su situación de viudez y de edad avanzada, no se encierra a rumiar nostalgias, sino que se mantiene activa, sirviendo al Señor en el templo.
Ello le permite no perderse la cita más extraordinaria de su existencia.
Simeón y Ana son dos personas con los años suficientes como para haber dejado en alguna parte de su ya muy largo caminar por la vida la esperanza de ver algún día cumplido su sueño.
Y sin embargo nunca se dan por vencidos. Simeón cree en lo que el Espíritu le prometió y Ana se mantiene al pendiente.
No se dejan derrotar por el calendario, la inercia o la desesperanza; sino que logran conservar su ánimo libre de artritis, y gracias a eso se les concede estar al momento justo en el lugar preciso, percibir la presencia de Dios en su vida, llenarse de gozo y convertirse, a buena hora, en comunicadores de la Buena Nueva.
Para Dios no cuentan las credenciales de los jubilados ni los clubes de la 'tercera edad'.
Si mantiene a alguien en este mundo, es porque espera todavía ¡mucho de él!
Da lo mismo si éste puede salir, si está en silla de ruedas o postrado en una cama.
En el estado o situación en que se encuentre, siempre puede hacer algo para construir el Reino y beneficiar a otros, por ejemplo dar un ayuda, un consejo, un testimonio de alegría y paciencia, hacer oración...
Los años acumulados no son razón para perder la esperanza.
Nunca es demasiado tarde para dejarse conducir por el Espíritu, disponerse a encontrar a Dios y servirlo de alguna manera.
La inmovilidad, la inutilidad y el desaliento no son culpa de un almanaque, sino de un alma que dice: ¿ya qué?