y los envió por delante...
a todas las ciudades y sitios a donde ÉL había de ir...'
(Lc 10,1)

Limpia intención

Alejandra María Sosa Elízaga*

Limpia intención

Si hubiera un detergente para desmanchar las intenciones se venderían millones porque resulta muy difícil que lo que empieza con una limpia intención no se 'ensucie' al final con algo de egoísmo, vanidad, deseos de despertar admiración, envidia, respeto, temor. Por ejemplo, es muy fácil que quien inicia queriendo servir a los demás, termine queriendo servirse de los demás; que quien comienza ofreciendo algo a Dios para agradarlo, concluya ofreciéndoselo para intentar comprarlo.

El problema con las intenciones torcidas es que aunque unos no puedan descubrirlas y otros quieran hacerse 'de la vista gorda', Dios sí las ve. Queda claro en la Biblia que Él sondea nuestro corazón y conoce lo que hay aun en lo más profundo. Y a Él no le gusta que se nos enchuequen o ensucien las intenciones.

Lo comprobamos en el Evangelio que se proclama este domingo en Misa (ver Jn 2, 13-22), en el que vemos cómo reacciona Jesús al toparse, donde menos lo hubiera esperado, con un verdadero cochinero de intenciones.

Sucedió cuando encontró en el Templo de Jerusalén "a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas con sus mesas" (Jn 2,13).

A primera vista parecen ser inocentes miembros de lo que hoy en día llamamos 'ambulantaje', pero al revisar sus intenciones se descubre que cometían dos grandes abusos:

Por una parte, y como un aparente servicio a la comunidad, ofrecían allí mismo los animales que según la Ley se podían sacrificar para ser presentados en el Templo como ofrenda al Señor, pero los vendían a un precio mucho más alto que en la ciudad.

Por otra parte, como estaba establecido que en el Templo sólo se aceptara cierta moneda y que todos los fieles que venían de regiones distintas y distantes tuvieran que cambiar su dinero por dicha moneda, se las daban a lo que hoy llamaríamos un 'tipo de cambio' muy desventajoso, por lo que muchos pobres y peregrinos se quedaban sin poder comprar lo necesario para su ofrenda, por no tener suficientes recursos.

Cuando Jesús llegó al Templo y vio todo eso se indignó y no pudo quedarse de brazos cruzados, sino que de inmediato echó fuera a los vendedores, a los cambistas les volcó las mesas y exigió: "No conviertan en un mercado la casa de Mi Padre" (Jn 2, l).

La frase es fuerte. El que Jesús haya comparado lo que ahí sucedía con un mercado no es superficial, no se debe sólo a que ahí se compraban y vendían animales, sino a algo mucho más profundo y que a Él le preocupó mucho más: que ahí se compraban y vendían intenciones, que lo que en un principio se estableció para un bien acabó siendo un mal; que vendedores y cambistas no sólo usaron, sino abusaron de su puesto con intención de obtener ganancias, y que, influenciados por su mentalidad mercantilista, muchos que les compraban animales lo hacían con intención de presumir de generosos ante Dios y asegurarse Su favor. Puro interés, puro toma y daca. La relación con Dios convertida en relación comercial.

Con razón Jesús no lo toleró. Su acción no fue, como algunos piensan, producto de un malhumor repentino. No lastimó a nadie ni les confiscó sus cosas ni los insultó, sólo los expulsó y cuestionó con el objeto no de dañarlos, sino de marcarles un alto que les permitiera reaccionar, reflexionar, y, ojalá, cambiar.

Lo suyo, además, fue un gesto profético anunciado desde antiguo (ver; Jer 7, 10-15) y que revelaba que Él tenía el poder y la autoridad de Dios.

Cabe mencionar que san Juan hace notar que al ver lo sucedido los discípulos recordaron ese Salmo que dice: "El celo de Tu casa me devora" (Sal 69,10), y es que la casa del Padre era también la casa de Jesús, Hijo del Padre, y lo afectaba profundamente lo que ahí sucedía.

Resulta significativo que se proclame este Evangelio en el día en que se celebra la dedicación de la Basílica de San Juan de Letrán, la primera Basílica de la cristiandad, la primera sede del nuevo templo, del que Jesús hablaba al final de este Evangelio cuando anunció que lo podían destruir y en tres días lo reconstruiría, refiriéndose a Sí mismo.

Relacionando una cosa con otra podemos deducir que se nos está invitando a revisar nuestra actitud y preguntarnos qué nos mueve a acudir a la casa de Dios, a buscar la cercanía con el Señor. Si descubrimos que es el afán de hacer trueques con Él para ver qué le sacamos, pidámosle que nos ayude a echar fuera sin miramientos a esos vendedores y cambistas que llevamos dentro, y a limpiar nuestra intención, para que sea el puro amor por Él y no el interés lo que prevalezca siempre en nuestro corazón.

 

(Del libro de Alejandra María Sosa Elízaga “Caminar sobre las aguas”, Col. ‘La Palabra ilumina tu vida’, Ediciones 72, México, p. 173, disponible en Amazon).

Publicado el domingo 9 de noviembre de 2025 en la pag web y de facebook de Ediciones 72