y los envió por delante...
a todas las ciudades y sitios a donde ÉL había de ir...'
(Lc 10,1)

Saber a tiempo

Alejandra María Sosa Elízaga*

Saber a tiempo

“¡De haber sabido!”

Solemos usar esta frase para expresar que si hubiéramos tenido información sobre cierto suceso antes de que éste sucediera, hubiéramos reaccionado de manera muy distinta a como lo hicimos.

Nos encantaría conocer el futuro para poder prepararnos para lo que venga, pero es imposible. Sin embargo lo que no es posible para nosotros sí lo es para Dios. Prueba de ello es el Evangelio que se proclama este domingo en Misa (ver Lc 21, 5-19), en el cual Jesús anunció situaciones que sucederían a futuro, advertencias para Sus discípulos, algunas de las cuales nosotros podemos aprovechar hoy como recomendaciones para tener en cuenta en nuestra vida actual.

Reflexionemos sobre lo que les dijo sobre el Templo de Jerusalén, cuya imponente construcción se alcanzaba a ver desde muy lejos y a todos dejaba boquiabiertos por sus dimensiones.

Dice el Evangelio que algunos (no dice quiénes) estaban admirando la solidez de la construcción y la belleza de sus adornos cuando Jesús dijo: “Días vendrán en que no quedará piedra sobre piedra de todo esto que están admirando; todo será destruido”.

¿Te imaginas la cara que habrán puesto los que oyeron semejante anuncio?

Si Jesús hubiera sido guía de turistas lo hubieran despedido de inmediato, pues la gente que visita un lugar famoso no quiere oír predicciones tan lúgubres. Pero no lo era. Y tampoco era un aguafiestas, ni quería molestar. Entonces, ¿por qué hizo ese comentario?

Cabe pensar que, además de que quizá quería irlos preparando para comprender que el antiguo culto, limitado al Templo, con sus sacrificios y holocaustos, quedaría superado porque aquí estaba Alguien, Él, que era más grande que el Templo.

Probablemente también quería ayudarlos a comprender que en este mundo aun lo que parece más sólido y estable es susceptible de ser destruido y desaparecer.

Jesús no era guía de turistas, sino de peregrinos, de todos los que peregrinamos en este mundo, y buscaba animarlos, a ellos y a nosotros, a no poner la confianza en algo que tarde o temprano la defraudará.

Sus palabras deben haberles caído como balde de agua fría. Que de ese sitio tan espectacular y del que se sentían tan orgullosos no fuera a quedar nada, era lo último que hubieran querido oír, pero era lo primero que necesitaban escuchar, para poder prepararse, para irse desapegando, rompiendo ataduras, haciéndose el ánimo de que nada en este mundo es para siempre.

Y en ese sentido, las palabras de Jesús nos conciernen también a nosotros, aunque ya sepamos que en el año 70 el Templo fue destruido, tal como vaticinó Jesús. Porque no podemos conformarnos con pensar: ‘¡Mira, se cumplió lo que predijo!, pobres, ¡qué pena lo que les sucedió!’, sino debemos atrevernos a aplicar esas palabras a nuestra realidad de hoy y considerar que de cualquier cosa de este mundo que admiramos, creemos muy sólida y a la que nos aferramos pensando que nunca se nos va a acabar, un día puede no quedar nada.

Si tenemos un buen trabajo, o una cuenta en el banco, o buena salud, o seres queridos que están pendientes de nosotros, o una casa propia o lo que sea que nos haga sentir seguros, no podemos permitirnos poner en ello nuestra seguridad porque el único seguro es Dios. Que nadie diga que no nos lo advirtió...

 

(Del libro de Alejandra María Sosa Elízaga “La mirada de Dios”, Co. ‘La Palabra ilumina tu vida’, ciclo C, Ediciones 72, México, p. 160, disponible en Amazon).

Publicado el domingo 16 de noviembre de 2025 en la pag web y de facebook de Ediciones 72