Lo bueno y lo malo del Halloween
Alejandra María Sosa Elízaga* *
Cada año, conforme se acerca el ‘Halloween’ y las tiendas despliegan máscaras monstruosas, calabazas, calacas y demás parafernalia macabra, las llamadas ‘redes sociales’ comienzan a ocuparse del tema y hay quienes lo defienden furiosamente y quienes lo atacan con no menos furor.
Revisando los argumentos a favor y en contra, se descubre que unos sólo ven lo bueno y otros sólo lo malo, por lo que conviene examinar ambos para sacar conclusiones:
Lo bueno: que se realiza en comunidad, con amigos, familiares y vecinos.
Lo malo: que se festeja el mal, la tiniebla, la muerte, las brujas, el diablo, el miedo, todo lo opuesto a nuestra fe que exalta el bien, la luz, la vida, la bondad, la amistad con Dios, la paz.
Lo bueno: que es divertido disfrazarse.
Lo malo: que disfrazarse de diablo es tan absurdo como si un trabajador vistiera el uniforme de la empresa competidora, o alguien llegara disfrazado de Hitler a cenar a casa de su amigo judío. El diablo aparece en la Biblia, de principio a fin, como enemigo de Dios, ponerse su camiseta es como jugar en su equipo...
Y a los niños que se disfrazan de diablo, les da por imitarlo y considerarlo simpático e imaginario.
Lo bueno: recibir gratuitamente muchas golosinas.
Lo malo: que hoy en día es riesgoso aceptar dulces de origen desconocido, pueden contener droga; que a los niños les afecta consumir tanta azúcar, y que aprenden que se premia el mal.
Es evidente que desde el punto de vista espiritual, lo malo pesa más, pero como las tiendas, el cine y la televisión que difunden el Halloween, no suelen normarse por criterios de fe, éste festejo aparentemente llegó para quedarse.
¿Qué hacer como católicos ante esta realidad que no podemos ignorar?
Asumirla y darle un sentido distinto, aprovecharla para evangelizar.
Conservar lo bueno y desechar lo malo.
Organizar en la familia, colonia, parroquia, etc. una fiesta que tenga todos esos elementos buenos que tanto agradan a los defensores del Halloween: convivencia, risas, disfraces, dulces y golosinas, pero nada de lo malo, es decir, que no se celebre el mal, y que nadie se disfrace de Satanás.
Cada vez hay más comunidades católicas que se esfuerzan, con gran éxito, por realizar en la víspera de Todos los Santos, una fiesta en la que se invita a los niños a ir vestidos de santos, se organizan juegos, se reparten dulces, se merienda chocolate y pan de muerto.
No hay que tragarse sin masticar lo que el mundo ofrece, ¡nos podemos empachar!
Preguntémonos: ¿qué me va a dejar?, ¿cuál será su fruto espiritual? y atender el consejo de san Pablo:
“No sigan la corriente del mundo en que vivimos, más bien que una nueva manera de pensar los transforme interiormente. Así sabrán cuál es la voluntad de Dios, lo que es bueno, lo que le agrada, lo perfecto” (Rom 12,2).