Para disfrutar la tercera edad
Alejandra María Sosa Elízaga*
La tercera edad (mi mamá, qepd, la llamaba ‘tercera juventud’), suele ser vista como el final de un viaje: ya no hay que ver, ya se desocupó el cuarto de hotel, la maleta ya está cerrada y lo que urge es llegar a casa. Pero no tiene que ser así. Esa parte final del viaje puede estar llena de cosas gratas y bendiciones, y sería una pena desaprovecharlas. Por ello conviene tener en cuenta lo siguiente:
1. Hay más ‘todavía’ que ‘nunca’
Mi mamá decía que al envejecer se entra en la ‘edad de los nuncas’ (‘nunca había usado lentes’, ‘nunca había necesitado bastón’, ‘nunca padecí de esto’), y hay que cambiar de actitud: a cada ‘nunca’ que lamentamos, debemos añadir un ‘todavía’ que agradezcamos: Por ej: ‘nunca usé aparato de sordera, pero me alegra tenerlo porque así todavía puedo oír’.
Y hay un ‘todavía’ fundamental: que sin importar nuestra edad o circunstancia, todavía podremos agradar a Dios, al menos de 2 modos: Primero, cumpliendo Su voluntad: por ejemplo al amar, al no pensar ni hablar mal de nadie, al perdonar, al aconsejar. Y segundo, aceptando nuestra situación con serenidad. Imaginemos a 2 niños que viajan con su papá. Uno se la pasa quejándose: que ya quiere llegar, que cuánto falta, que ya se aburrió; el otro en cambio mira por la ventanilla y señala feliz lo bello del paisaje. ¿Cuál agrada más a su papá? Algo así nos pasa con relación a Dios en este viaje que es la vida. Hay quien ya se quiere morir, se pregunta cuánto le faltará, le ruega que ya ‘le recoja’, y no logra más que desesperarse y entristecerlo mostrándole que no valora la vida que le regala.
Si estamos en este mundo es por algo, y lo que nos toca es aprovecharlo, para agradar a Dios y para santificarnos.
2. Nuestra vida es valiosa
Cuando quien fue independiente y trabajó toda su vida, tiene que depender de otros, suele sentirse ‘inútil’, un ‘estorbo’. Le creemos al mundo la mentira de que sólo ‘valemos’ si somos ‘productivos’ en términos económicos, laborales, etc. Pero valemos porque fuimos creados por Dios, a Su imagen y semejanza. En ello radica la dignidad de todo ser humano, sin importar si apenas fue concebido o si está en fase terminal.
Y hasta el último aliento podemos ser útiles a los demás, en 2 aspectos: Primero, si ofrecemos a Dios por ellos lo que padecemos: ‘este dolor por su conversión’, ‘esto por su salud’, ‘esto por la paz’. Recuerdo las benditas manos de mi mamá, que ya no podían coser ni tocar piano ni partir su propia comida, pero todavía pasaban las cuentas del Rosario que hasta el último día rezó por nosotros. Y segundo: porque dejarnos ayudar, permite que otros hagan un bien (quizá el único), que Dios les tomará en cuenta en el Juicio Final.
San Juan Pablo II dijo que ni enfermos ni ancianos son una carga para su familia, al contrario, ayudan a santificarla. Y si unen su sufrimiento a los de Cristo en la cruz, hacen algo fenomenal: ¡ayudan a la Iglesia en su combate cósmico contra el mal!
3. Nunca estamos solos
Conforme envejecemos inevitablemente perdemos seres queridos que se nos adelantan en el camino. Decía el poeta estridentista Germán Lizt Arzuvide: ‘soy ciudadano de una patria que se llama nostalgia’. Pero cuando se tiene fe, se sabe que la soledad no existe. Estamos siempre acompañados. Dios no nos abandona nunca, día y noche nos tiene en Sus manos amorosas. Contamos con el amor maternal de María, y con la intercesión de los ángeles, los santos y de los parientes y amigos que gozan de la presencia de Dios. Dice la Carta a los Hebreos que estamos rodeados de una “nube de testigos invisibles” (Heb 12,1), y no para que nos sintamos ‘espiados’, sino para que sepamos que en todo momento estamos acompañados y somos amados. Podemos hablarles, contarles nuestras cosas, visualizarlos con nosotros a lo largo de nuestro día, gozarnos en su compañía.
Este domingo en la Jornada Mundial de Abuelos y Mayores, pidamos a Dios que si nuestra vida se vuelve un largo viaje, no nos quejemos ni queramos acortarlo, sino sepamos valorarlo, agradecerlo y disfrutarlo.