Ve y haz tú lo mismo
Alejandra María Sosa Elízaga**
¿Cuántas veces has oído la parábola del buen samaritano, pensaste que es una linda historia y te olvidaste de ella?
Pero este domingo, gracias a lo que ha venido haciendo y diciendo el Papa Francisco, resuena con más fuerza que nunca la frase que Jesús pronuncia al final del Evangelio que se proclama en Misa (ver Lc 10, 25-37). “Ve y haz tú lo mismo”.
¿A que se refiere?
A imitar al samaritano.
¿En qué? Para saberlo, cabe releer la parábola, destacando al menos siete acciones que el samaritano hizo:
1.- iba de camino
No estaba en su casa, encerrado a piedra y lodo. Iba de camino.
Para encontrar a quienes nos necesitan nos hace falta salir de lo que el Papa Francisco llama ‘nuestro mundito’, esa zona de confort en la que nos sentimos seguros.
Ello puede requerir que nos atrevamos a recorrer otros caminos, quizá muy distintos a los que acostumbramos recorrer, quizá lejos de nuestras comodidades y rutinas.
O tal vez no implica necesariamente recorrer caminos diversos, sino los mismos de siempre, pero no como solemos recorrerlos, a mil por hora, sin prestar atención a nada más que a nuestros propios asuntos.
Parece que malinterpretamos eso de “no saludéis a nadie en el camino” (Lc 10,4), o que nuestro lema es el de aquel juego infantil: ‘voy derecho y no me quito, si me pegan, me desquito’.
Hay un programa de TV de cámara escondida en la que videograban cómo reacciona la gente cuando pasa frente a alguien que necesita ayuda. Ponen, por ejemplo, a una señora que se afana por sacar a una viejita del coche para sentarla en una silla de ruedas, o a un joven en patineta que se cae aparatosamente.
Es impactante constatar la cantidad de gente que da un rodeo y sigue de largo.
Dijo el Papa, en una estremecedora homilía que pronunció en Lampedusa, una isla italiana a la que intentan llegar muchos inmigrantes provenientes de África, Medio Oriente y Asia, que desgraciadamente naufragan y mueren en el mar:
“Vemos al hermano medio muerto al borde del camino, quizás pensamos “pobrecito”, y seguimos nuestro camino, no nos compete; y con eso nos quedamos tranquilos, nos sentimos en paz.
La cultura del bienestar, que nos lleva a pensar en nosotros mismos, nos hace insensibles al grito de los otros, nos hace vivir en pompas de jabón, que son bonitas, pero no son nada, son la ilusión de lo fútil, de lo provisional, que lleva a la indiferencia hacia los otros, o mejor, lleva a la globalización de la indiferencia.
En este mundo de la globalización hemos caído en la globalización de la indiferencia.
¡Nos hemos acostumbrado al sufrimiento del otro, no tiene que ver con nosotros, no nos importa, no nos concierne!” (Papa Francisco, 8 julio 2013).
Claro, es latoso detenerse, incluso tal vez riesgoso.
Pero el Papa Francisco dijo, en una bella carta que envió a sus hermanos en el episcopado argentino:
“Debemos salir de nosotros mismos hacia todas las periferias existenciales... Una Iglesia que no sale, a la corta o a la larga, se enferma en la atmósfera viciada de su encierro.
Es verdad también que a una Iglesia que sale le puede pasar lo que a cualquier persona que sale a la calle: tener un accidente.
Ante esta alternativa, les quiero decir francamente que prefiero mil veces una Iglesia accidentada que una Iglesia enferma.” (Papa Francisco, 25 marzo 2013).
2.- al verlo
Decía un señor que pide limosna, que lo que más le duele es que la gente no lo mira, que se siente invisible.
Es verdad, a los niños que lavan los parabrisas de los autos en las esquinas, a las señoras que venden chicles y traen a su chamaquito colgado del rebozo, a los jóvenes tragafuegos, cuando piden dinero se les dice que no sin mirarlos a los ojos, simplemente moviendo la cabeza o haciendo con la mano un gesto como de espantar un mosco.
Es que ver al otro es arriesgarse a quedar atrapado en su mirada y descubrir su dolor, su necesidad, su tristeza, su esperanza de que hagas algo por él que no estás dispuesto a hacer.
Pero Dios siempre nos ve.
No en balde la bendición que le enseñó a Moisés, para que éste bendijera a todo el pueblo, dice: “Que el Señor te mire con benevolencia” (Núm 6,25).
En el Evangelio se nos habla de la mirada amorosa, compasiva de Jesús (ver en Mc 10, 21; Mt 9,36; Mc 6, 34).
En la Salve le pedimos a María que vuelva a nosotros ésos, sus “ojos misericordiosos”.
Estamos llamados a ver al otro, como Dios, como María.
No con mirada dura, de condena, burla o desprecio, sino con amorosa atención.
Y dejarnos mover por lo que vemos.
Dice el Papa que “el Espíritu Santo nos enseña a mirar con los ojos de Cristo, a vivir la vida como la vivió Cristo, a comprender la vida como la comprendió Cristo.” (Papa Francisco, Audiencia gral. del 8 de mayo de 2013).
Pidámosle al Espíritu Santo que nos conceda esa gracia.
3.- se compadeció de él
Jesús miraba con compasión, miraba y se compadecía, que no es lo mismo que tener lástima, como planteó el Papa Francisco, limitarnos a decir ‘pobrecito’ y ya.’. No.
Compadecer es hacer nuestros los sufrimientos ajenos.
Es atrevernos a dejar que nos duela lo que duele al otro, dejar que nos lastime lo que lo lastima.
Y claro, cuando sentimos en carne propia lo que le sucede no podemos quedar indiferentes.
Lamenta el Papa:
“Somos una sociedad que ha olvidado la experiencia de llorar, de ‘sufrir con’: ¡la globalización de la indiferencia nos ha quitado la capacidad de llorar!...
Pidamos al Señor la gracia de llorar por nuestra indiferencia, de llorar por la crueldad que hay en el mundo, en nosotros...
Pedimos perdón por la indiferencia hacia tantos hermanos y hermanas, te pedimos, Padre, perdón por quien se ha acomodado y se ha cerrado en su propio bienestar que anestesia el corazón.” (Papa Francisco, homilía en Lampedusa, 8 julio 2013).
4.- se le acercó
No basta con mirar, no basta con compadecer y seguir de largo.
Hay que detenerse, desviarse, acercarse.
Jesús se nos hizo cercano.
El Papa Francisco se nos hace cercano.
Recordamos esa escena conmovedora cuando en su primer recorrido en el Papamóvil descubierto, se bajó para poder abrazar a un joven con parálisis cerebral, al cual se le iluminó el rostro con una enorme sonrisa.
Qué bello, ser capaces de hacer un alto en la prisa que llevamos, en la agenda hasta el tope; dejar lo urgente y ser capaces de atender lo importante.
5.- ungió sus heridas con aceite y vino y se las vendó
Este samaritano no era ‘paramédico’, no venía preparado con un botiquín de primeros auxilios.
Seguramente traía un morralito con algunas cosas que pensó podía necesitar él para su viaje.
Un poco de vino, que tenía la doble finalidad de poderle dar un traguito o bien usarlo para desinfectar alguna herida, y aceite que servía como ungüento, como pomada para algún golpe.
Y seguramente traía poquito, lo necesario para él.
Pero no lo pensó dos veces.
Lo gastó en este hombre que no conocía.
Podía haber considerado: ‘los que lo asaltaron tal vez sigan por aquí y me asalten a mí y yo llegue a necesitar este vino y este ungüento’, pero no lo hizo, o si lo hizo no le importó.
Otro necesitaba lo que traía y él lo dio, confiado en que ya Dios proveería, si le llegaba a hacer falta a él.
Narraba Corrie ten Boom, una mujer holandesa que pasó un tiempo en los campos de concentración nazis durante la Segunda Guerra Mundial, que tenía un frasquito de linimento, del que sacaba algunas gotitas para ponerse sobre los golpes y lastimaduras, y aunque casi no quedaba nada, lo prestaba a las otras mujeres.
Y sorprendentemente no se terminaba, siempre salían unas gotitas.
Y así, pudo seguirlo compartiendo, hasta el día en que terminó la guerra y fueron liberadas.
Ese día sí ya no salió más linimento del frasquito.
Duró lo que tuvo que durar, lo que Dios se aseguró que durara.
Esto recuerda aquel caso de la viuda que se atrevió a compartir su aceite y su harina con el profeta y nunca se le quedó la tinaja vacía (ver 1Re 17, 7-16).
Dice un dicho que “el que presta lo que ha de menester (necesitar), el diablo se ríe de él”, como queriendo decir que es tonto dar a otros lo que uno necesita.
Y sí sería tonto si sólo contáramos con nuestros propios recursos, pero contamos con los de Dios.
Así que podemos prestar lo que necesitamos, que Él se encargará de nuestra necesidad (y seremos nosotros los que nos reiremos del diablo; el que ríe al último ríe mejor...).
6.- luego lo puso sobre su cabalgadura, lo llevó a un mesón y cuidó de él
Pudo haberse limitado a curarlo y dejarlo allí, pudo pensar: ‘ya hice suficiente’; pudo haberle pedido a alguien que lo ayudara, pero quiso hacerlo él mismo.
A veces nos conformamos con dar ayudas impersonales, un poco de dinero o de bienes que nos sobran; evitamos comprometernos, poner a disposición de otro nuestra presencia, nuestro tiempo, nuestra atención.
¡Cuánto nos cuesta dejarnos interrumpir, incomodar, dejar que otros descarrilen nuestra rutina, involucrarnos!
Contaba una señora que mientras estaba en un aeropuerto de Estados Unidos en la sala de espera aguardando el momento de abordar su vuelo, vio que en los asientos frente a ella estaban un joven de aspecto muy humilde y un viejito que se veía en las últimas.
El joven se veía angustiado, estaba de pie, mirando de un lado a otro, como tratando de decidir qué hacer.
Ella le dijo a su esposo: ‘algo necesita ese muchacho’, y su esposo, sin levantar la mirada del periódico que estaba leyendo, le dijo: ‘no es asunto nuestro’.
Pero ella no pudo quedarse de brazos cruzados.
Se levantó, le preguntó al joven si le pasaba algo.
Éste, aliviado de que alguien se le acercara en ese mar de gente desconocida, le dijo que no hablaba inglés y no sabía por dónde iba a salir su avión.
Ella tomó su boleto, fue a preguntarle a la señorita del mostrador y ésta exclamó: ‘¡Qué barbaridad!, ¡hace rato que están abordando!, ¡ya van a cerrar ese vuelo!, ¡tienen que darse prisa a ver si llegan!’
Había que ir a otra sala, y era imposible que el joven pudiera él solo con el viejito.
La sra le pidió ayuda a su esposo, que no tuvo más remedio que darla, y entre él y el joven llevaron casi en vilo al viejito, a toda prisa, hacia la sala de abordar.
Llegaron a tiempo, pero fue difícil conseguir una silla de ruedas para que ingresara el viejito al avión (las regulaciones de seguridad no permitían que entraran ellos pues no tenían boleto).
La empleada los regañó: ‘¡¡la próxima vez pidan con anticipación la silla de ruedas!! ’
Ya ni le dijeron que no habría próxima vez, que ni conocían al joven ni al viejito.
Por fin cuando el joven y el viejito entraron al avión, ella y su esposo volvieron a su sala de espera, se sentaron, se miraron y sonrieron.
Se sentían sumamente felices, con ese gozo íntimo que siente quien no sólo da sino se da a los demás.
7.- Al día siguiente sacó dos denarios, se los dio al dueño del mesón y le dijo: ‘Cuida de él y lo que gastes de más, te lo pagaré a mi regreso’
Solemos lavarnos las manos demasiado pronto.
Yo ya hice mucho, hasta aquí llegué.
Para este samaritano, en cambio, y como dicen los cronistas deportivos: ‘el partido no se acaba hasta que se acaba’, es decir, mientras el otro tenga necesidad, mientras se pueda echarle la mano, hay que seguir ayudando.
Viene a la mente la extraordinaria labor que realizan por ejemplo, los miembros de Catholic Relief Services, la organización caritativa de la Iglesia Católica en Estados Unidos, la organización humanitaria no gubernamental que más ayuda da en todo el mundo, y sin distinción de razas, credos, situación política, económica, etc.
Cuando sucede un desastre natural en algún lugar del mundo, suelen ser los primeros en llegar a ayudar porque ya estaban allí desde antes, ofreciendo algún tipo de asistencia, y después son los que suelen quedarse.
Cuando los damnificados dejan de ser noticia internacional y ya no aparecen en los periódicos o la televisión, CRS sigue apoyándolos, no ya sólo con lo urgente (alimentos, albergues, medicinas), sino con recursos para reconstruir sus viviendas destruidas y la creación de medios de subsistencia para que puedan sostenerse por sí mismos.
A veces nos falta ‘darle seguimiento’ a lo que le sucede al otro, averiguar cómo sigue, cómo le va, si hay algo más que podamos hacer por él.
Nos da miedo que nos diga que sí, quisiéramos poder ser como esos empleados que siguen al pie de la letra su horario y si llegas un minuto después de la hora te cierran la ventanilla en las narices.
Nos gustaría poder ejercer una caridad bien delimitadita, de tal a tal hora, de tal a tal día, con días libres y vacaciones, por favor.
Pero la necesidad del prójimo no sabe de horarios ni puede programarse anticipadamente en la agenda, surge cuando menos se espera y requiere nuestra atención, con frecuencia nuestra continuada atención.
Es interesante que Jesús no pregunta quién es el prójimo en esta historia, pues tal vez responderíamos que el prójimo es el caído, aquel al que hay que ayudar.
Por aquello de ‘amarás a tu prójimo como a ti mismo’(Lv 19,18), nos parece que el prójimo es siempre el otro.
Jesús pregunta “quien se portó como prójimo”(Lc 10, 36).
Pone el acento en el que se hizo próximo, en el que se aproximó al otro.
Y cuando le responden que fue el samaritano, dice esa frase que se nos queda resonando en los oídos, en la conciencia, en el corazón y nos inquieta, nos incomoda, nos ‘mueve el piso’, esa frase que nos empuja a salir de nosotros mismos, a dejar de ser espectadores de esta parábola y volvernos protagonistas, aceptar el inquietante pero satisfactorio papel del samaritano, atrevernos a hacernos prójimos, y, como dice el Papa Francisco, a gastarnos y deshilacharnos en el servicio a los demás: “Ve y haz tú lo mismo”.