¿Qué te equilibra?
Alejandra María Sosa Elízaga*

Mi papá, qepd, con frecuencia me decía: 'cuidado, eso está en equilibrio inestable', para referirse, por lo general, a algún objeto que yo en mis prisas había puesto en algún lado descuidadamente, sin advertir que una parte estaba al aire o sobre algo que podía moverse y provocar que aquello se tambaleara, cayera o se hiciera pedazos. Sus palabras salvaron de un descalabro los más variados artículos y artefactos. Y hoy que las recuerdo se me ocurre que bien podrían aplicarse también a nuestra vida, especialmente con relación a lo espiritual. ¿A qué me refiero?
A que así como cuando al colocar un objeto sobre una superficie hay que cuidar que no quede muy al borde ni sobre algo que lo desnivele para que no se deslice hacia un lado ni sea fácil que alguien lo tire, del mismo modo es indispensable cuidar que nuestra existencia esté equilibrada para que no vivamos al borde del colapso o estemos propensos a ser derribados con facilidad por el mal, la fatiga, el desánimo.
Es innegable que vivimos en un mundo que nos empuja a hacer cada vez más cosas en menos tiempo; pasamos el día de aquí para allá, realizando actividades que consideramos urgentes e impostergables, tratando de resolver la mayor cantidad de pendientes que nos sea posible, y al final nos encontramos hartos, agotados, de malas o sin ánimos de hacer otra cosa que echarnos a dormir.
Nuestra existencia está peligrosamente inclinada hacia el activismo, la exterioridad, la superficialidad. Está, como quien dice, en equilibrio inestable, y si no hay algo que haga contrapeso a su inclinación, corre el grave riesgo de quebrantarse. Urge que recupere su adecuado balance, pero ¿cómo conseguirlo? Aplicándole la famosa 'ley del péndulo': Contrarrestar la agitación con la quietud, el ruido con el silencio, la turbulencia con la calma, el exceso de 'mucho que hacer' con una buena dosis de 'nada que hacer'.
Tenemos un ejemplo de esto en el Evangelio que se proclama este domingo en Misa (ver Lc 10, 38-42), en el que vemos dos actitudes diametralmente opuestas en dos hermanas que reciben a Jesús en su casa. Se nos dice que una de ellas, Martha, se afanó en 'diversos quehaceres' mientras que la otra, María, se sentó a los pies de Jesús para escucharlo.
Quizá alguien disculpe a Martha alegando que hizo algo indispensable: la comida que compartirían los tres, pero lo de 'diversos quehaceres', se puede interpretar como que no sólo hizo lo necesario sino que se 'encarreró' realizando otras tareas, quizá muy útiles pero que podía, y debía, haber dejado en segundo plano para rendir los debidos honores a su Huésped.
Quizá también alguien considere que María era una floja 'comodina', pero Jesús no lo pensó así, al contrario, cuando Martha reclamó que su hermana no la ayudaba, Él dijo que María había elegido “la mejor parte”, y que nadie se la quitaría.
¿Qué significa esto?, ¿que el Señor nos está invitando a quedarnos cruzados de brazos? No. Significa que el Señor nos está haciendo notar que por muy importantes que nos parezcan las actividades que realizamos cotidianamente, es todavía más importante, es todavía mejor, hacer un alto para encontrarnos con Él, disfrutar Su cercanía, dedicarle aunque sea por un rato nuestra total atención.
Relacionando esto con lo que se venía mencionando antes, se deduce que lo único que puede devolverle el equilibrio estable a nuestra carrereada existencia es el encuentro con el Señor. Por ejemplo: visitarlo en el Sagrario, dedicar unos minutos para dialogar con Él luego de recibirlo en la Eucaristía; apartar diariamente un momento para tener una cita amorosa con Él.
Pasamos los días inmersos en el frenesí del mundo. Lo que leemos en los diarios; lo que vemos en la tele, en internet, en redes sociales; lo que conversamos con otros; una interminable y agobiante lista de asuntos pendientes que terminan por contagiarnos una visión mundana, materialista, pesimista, y llenarnos de impaciencia, intolerancia, desaliento, frustración, miedo, depresión. Ah, pero si nos atrevemos a crearnos un espacio en el que podamos entregarnos gozosamente y sin apresuramientos a saborear la presencia siempre luminosa y consoladora del Señor, entonces todo adquiere nueva perspectiva: los problemas que eran montañas se allanan, los caminos torcidos se enderezan, lo turbio se vuelve claro y el desasosiego se transforma en serenidad.
Dice el autor del Salmo del que fue tomada la Antífona de Entrada de la Misa dominical: "El Señor es mi auxilio y el único apoyo en mi vida" (Sal 53, 6).
Para que tu vida no entre nunca en 'equilibrio inestable', contrapón, a la vorágine de actividades de tu jornada, un oasis en el que puedas aprovechar la mejor parte que es acurrucarte a los pies de Jesús, para que Él sea tu apoyo, el que inunde tu corazón con Su paz y te ilumine con Su luz.
(Del libro de Alejandra María Sosa Elízaga “Gracia oportuna”, Col. ‘Fe y Vida’, ciclo C, Ediciones 72, México, p. 108, disponible en Amazon).