y los envió por delante...
a todas las ciudades y sitios a donde ÉL había de ir...'
(Lc 10,1)

Fórmula infalible

Alejandra María Sosa Elízaga**

Fórmula infalible

¿Conoces la fórmula infalible para que Dios te conceda lo que le pidas?

Hice esta pregunta a diversas personas y de las que me contestaron que no la conocían, todas preguntaron inmediatamente: ‘¿existe esa fórmula?, ¿cómo es?, ¿cuál es?

Querían saber.

Muchos creyentes quisieran tener una fórmula que les garantice absolutamente que Dios les concederá lo que le pidan, y entonces alguien les regala una estampita, les recomienda una novena, les sugiere que se encomienden a cierto santo diciéndoles que es ‘muy milagroso’, o se topan con una de esas hojas que un bien intencionado pero despistado dejó en una mesa de la iglesia o en su buzón, y que trae una especie de ‘receta’ que consiste en rezar cierta oración cierto número de veces, cierto número de días, sacarle cierto número de copias (se me hace que esas hojitas son ocurrencia de los que tienen negocio de fotocopias), y creen que con eso obtendrán lo que pidan y siguen la recomendación al pie de la letra.

Con frecuencia en mi parroquia llegan a orar ante el Santísimo personas que llevan una hojita o librito que se ve que está gastado de tanto uso, y van leyendo y siguiendo lo que ahí viene escrito como si fuera un ritual obligatorio: en determinado momento ponen los brazos en cruz, en otros se golpean el pecho, en otros se persignan, se levantan, se arrodillan, se vuelven a persignar, parecen convencidas de que tienen que cumplirlo todo al pie de la letra o si no ‘no resulta’.

Pero suele suceder que a pesar de todo esto no siempre obtienen lo que piden y entonces se preguntan qué hicieron mal, qué les faltó, qué otra cosa necesitan realizar para recibir una respuesta favorable de Dios a lo que le están pidiendo. Y no falta quien les dice: ‘es que tienes que insistir’, ‘te falta fe’, ‘tienes que pedirlo en el nombre de Jesús’, respuestas todas que tienen algo de verdad pero que resultan desorientadoras porque no tocan el meollo de la cuestión. Sí, hay que perseverar en la oración; sí, hay que pedir con fe (pero entendida la fe no como autosugestión, no como repetir ‘se me va a conceder, se me va a conceder’ como si ello bastara para conmover a Dios y obligarlo a que te lo conceda, sino entendida como adhesión a Él); sí, hay que pedirlo todo en nombre de Jesús, pero nada de eso basta si no se cumplen dos factores fundamentales:

Primero, que lo que pides no sea para mal, ni tuyo ni de otros, pues si le ruegas a Dios: ‘que se muera mi suegra’, o ‘que le caiga un rayo al perro del vecino que se la pasa ladrando toda la noche’ (el perro, no el vecino), ya podrás pedirlo con insistencia, con fe y en el nombre de Jesús, que Dios no te lo va a conceder, pues nunca accede cuando se le piden semejantes cosas.

El segundo factor del cual depende el resultado de tu petición a Dios nos lo revela san Juan en dos textos que se proclaman este domingo en Misa (ver 1Jn 3, 18-24; Jn 15, 1-8).

En la Primera Lectura afirma que si “cumplimos los mandamientos de Dios y hacemos lo que le agrada, ciertamente obtendremos de Él todo lo que le pidamos” (1Jn 3, 22). Y en el Evangelio nos revela que Jesús aseguró: “Si permanecen en Mí y Mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y se les concederá” (Jn 15, 7). 
Ahí tenemos. Sí existe una fórmula infalible para que Dios nos conceda lo que le pidamos, pero no depende de lo exterior sino de lo interior. Quienes quisieran descubrir una fórmula infalible que no exija de ellos más esfuerzo que pronunciarla acompañada de ciertos gestos, pretenden convertir a Dios en ‘lámpara de Aladino’. Es válido que cuando ores expreses también con tu cuerpo tu oración, pero el que ésta sea escuchada no depende de qué tan alto levantes los brazos o cuántas veces te golpees el pecho o en qué orden pronuncies cierto rezo. Lo que Jesús requiere para concedernos lo que le pidamos es, simplemente, que ‘permanezcamos en Él’. ¿Qué significa esto?, ¿qué quiere decir ‘permanecer en Él? Que tu corazón esté puesto en el corazón de Jesús, que latan al unísono, que tengas, como pedía san Pablo, “los mismos sentimientos de Cristo” (Flp 2,5).

De ese modo podrás orar, como Él oró: con amor y por amor; dirigiéndote a Dios con la tranquilidad de saber que es tu Padre, que te ama y que puedes decirle lo que sea que te pasa, lo que quisieras, lo que necesitas, y, lo más importante, confiar en Él, abandonarte tranquilamente a Su sabia y amorosa Providencia, con la absoluta certeza de que escuchará tu oración; puedes agradecer de antemano que la responderá para bien y más allá de lo que imaginas (que no necesariamente coincidirá con lo que de momento esperas), y puedes ponerte enteramente en Sus manos con la absoluta seguridad de que la ‘fórmula infalible’ para ti es y será cumplir y que se cumpla en todo Su voluntad.

* Publicado el 6 de mayo en la página web de 'Desde la Fe', Semanario de la Arquidiócesis de México (www.desdelafe.mx) y en la del Sistema Informativo de la Arquidiócesis de México (www.siame.com.mx).
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