y los envió por delante...
a todas las ciudades y sitios a donde ÉL había de ir...'
(Lc 10,1)

Lo que teníamos que hacer

Alejandra María Sosa Elízaga*

Lo que teníamos que hacer

Visualiza estas tres escenas: México llega a la final del mundial de futbol y cuando está a punto de terminar el partido empatado a ceros, logra meter un golazo y el autor de éste y sus compañeros siguen jugando como si nada; en las tribunas los espectadores se quedan sentados y al final salen contentos pero callados.

Otra escena: Un ama de casa decide hacer a mano el mole para el guajolote que servirá en una fiesta. Se pasa días moliendo una veintena de ingredientes, llenando la casa de aromas deliciosos que provocan que a todos se les haga agua la boca sólo de pensar en el festín que les espera. Ese día, cuando están a la mesa la señora hace su entrada triunfal, llevando el platón con el mole, que huele riquísimo. Todos comen y les parece delicioso, pero no dicen nada.

Última escena: Un padre de familia se ve de pronto ante una urgencia económica por la enfermedad repentina de un hijo. Necesita mucho dinero y no lo tiene. Su compadre, aunque está sin chamba, le entrega todos sus ahorritos. El los toma y se va en silencio.

¿Qué opinas? ¿No sentiste como que algo muy obvio le faltó a estas tres escenas? ¡Seguro que sí! Que a ese futbolista lo abrazaran eufóricos sus compañeros mientras los espectadores pegaban gritos de gusto y el estadio -y el país- resonaba con el estruendo de aplausos y porras; que a la señora del molito todos la felicitaran y hasta le pidieran más, y, por último, que el señor que recibió el préstamo lo agradeciera, si no con palabras, pues tal vez tendría un nudo en la garganta, sí con un gran abrazo.

En suma, sentimos que faltó el reconocimiento, el agradecimiento de los demás.

Al parecer nos hemos acostumbrado a esperar reconocimiento. Ello no sería objetable, si no fuera porque puede suceder que no sólo lo recibamos como algo agradable que llega de vez en cuando y nos da cierto gusto pero nos parece innecesario, sino se nos puede convertir en algo indispensable que buscamos a toda costa.

Así, lo que podría considerarse la ‘cereza del pastel’, es decir, algo extra, dulce pero prescindible, se vuelve alimento único, platillo principal.

Pero que nos reconozcan suele servir sólo para alimentar nuestro ego, y el problema es que cuando éste se acostumbra a recibir su ración, quiere siempre más, y si no la recibe ¡cuidado!, hace tremendo berrinche, y por su culpa se puede abandonar algo positivo que se estaba haciendo.

Por ejemplo el futbolista podría decir, ¿para qué meto gol si nadie me celebra?; la señora: ¿para que ‘me ‘mato’ haciendo mole si no me lo elogian?, el amigo: ¿para que le presto a éste que ni las gracias me da? Y, en nuestro caso como creyentes, el afán de reconocimiento es una trampa tendida por el enemigo para alejar a muchos de las cosas de Dios.

El otro día una persona que presta un servicio en su parroquia decía que ya no iba a darlo porque ‘nadie la tomaba en cuenta’. Puritito ego herido que buscaba reconocimiento.

Viene a la mente una anécdota que contaba Santa Teresita del Niño Jesús: Un día ella y otra hermana decidieron ayudar a una religiosa mayor que tenía mucha ropa que doblar. La doblaron toda y se quedaron a ver qué cara ponía. Cuál no sería su sorpresa cuando ésta llegó, vio toda la ropa dobladita y en orden y no dijo nada. No resistieron preguntarle si no había visto lo que hicieron, a lo que respondió: ‘¡ah, pero ¿esperaban que se los agradeciera? ¡Creí que lo habían hecho por amor a Dios!’.

Fue una lección que santa Teresita nunca olvidó.

Y cabe añadir que incluso cuando se hacen las cosas por amor a Dios no hay que esperar reconocimiento, que nos haga favores, que nos pague de algún modo.

Nos lo aconseja Jesús en el Evangelio que se proclama este domingo en Misa (ver Lc 17, 5-10) cuando dice: “Cuando hayan cumplido todo lo que se les mandó, digan: ‘No somos más que siervos, sólo hemos hecho lo que teníamos que hacer’...”

Como quien dice, no sólo el futbolista y la señora y el del préstamo tendrían que decir: ‘no importa si nadie reconoce lo que hago, es lo que debo hacer y eso me basta’, sino sobre todo nosotros, como creyentes que nos afanamos en cumplir la voluntad de Dios, hemos de hacerlo gozosos, sin esperar nada a cambio.

¿Por qué nos pide esto Jesús? No porque Dios no agradezca o no reconozca lo que hacemos, a lo largo del Evangelio encontramos muchas pruebas de que el Señor toma en cuenta todo lo bueno que hacemos y no dejará ninguna obra buena sin recompensa, sino porque busca que trabajemos no por un reconocimiento que creemos merecer y que es pasajero, sino por amor a Dios y para edificar Su Reino, que es eterno.

 

(Del libro de Alejandra María Sosa Elízaga “ La mirada de Dios”, Col. ‘La Palabra ilumina tu vida’, ciclo C, Ediciones 72, México, p. 142, disponible en Amazon).

Publicado el domingo 5 de octubre de 2025 en la pag web y de facebook de Ediciones72