Por la fe
Alejandra María Sosa Elízaga*

¿Qué cosa inesperada, aparentemente insensata, fuera de toda lógica y hasta ridícula estarías dispuesto a hacer si Dios te pidiera que la hicieras?
Y si preguntas: 'ay, pero ¿es que Dios puede pedir que haga algo así?’, te respondería: ¡claro!, ¡es Su especialidad! Y antes de que alguien crea que estoy diciendo una irreverencia, que le eche un ojo al texto completo del cual está tomada la Segunda Lectura que se proclama este domingo en Misa (ver Heb 11, 1-2.8-19).
Ahí el autor hace un recuento de cosas locas y raras que a petición de Dios hicieron diversos personajes del Antiguo Testamento.
Por ejemplo, recuerda a Noé que, porque Dios se lo pidió, se puso a construir nada menos que una inmensa arca para sobrevivir un diluvio cuando no había ni trazas de lluvia (ver Heb 11, 7). A Abraham, que ya muy viejito dejó su patria, casa y comodidades y, porque Dios se lo pidió, emprendió una aventura incierta pues salió "sin saber a dónde iba" (Heb 11, 8). Y luego, de nuevo, porque Dios se lo pidió, estuvo dispuesto a sacrificar a su hijo querido, del que esperaba que se cumpliera la promesa divina de tener una descendencia tan numerosa como las estrellas del cielo (ver Heb 11,17-18). A Moisés, que, porque Dios se lo pidió, se volvió líder de un pueblo muy difícil, y se las vio negras para sacarlo de la esclavitud y conducirlo por el desierto (ver Heb 11,27.29).
Basten estos ejemplos para que quede claro que sí, Dios suele pedir cosas inesperadas, aparentemente insensatas y fuera de toda lógica, pero que nadie se quede con la errada impresión de que lo hace por diversión o para ver hasta dónde somos capaces de llegar. No. Él pide sólo lo que desde Su punto de vista, infinitamente sabio, amoroso y superior al nuestro, ve que es lo que más conviene.
Si seguimos el desarrollo de las historias de los personajes antes mencionados, vemos que la construcción del arca salvó de perecer ahogados a Noé, a toda su familia y a los animales que los acompañaban; que dejar su patria y estar dispuesto a cumplir hasta el extremo la voluntad de Dios, le permitió a Abraham recibir con creces lo que Dios le había prometido; y que el penoso peregrinar de Moisés con el pueblo por el desierto valió la pena, pues éste logró llegar a la tierra prometida.
De todo lo anterior se deduce que por más inesperado o ilógico que en un momento dado pueda parecernos lo que nos pide Dios, es sin lugar a dudas lo más sensato que podemos hacer, aunque no siempre eso nos quede muy claro, sobre todo cuando estamos en el momento de la decisión y nos sentimos confundidos, enfrentamos oposición o críticas y nuestra seguridad empieza a flaquear.
Podemos imaginar cómo se habrá sentido Noé ante la burla de sus amigos y vecinos cuando bajo un cielo azul comenzó a edificar un barcote en un lugar en el que no sólo no llovía, y a nadie se le ocurría que pudiera llover tanto como para que todo se inundara, sino ni siquiera quedaba cerca el mar.
Podemos imaginar las discusiones que tuvo Abraham con su esposa y su gente cuando planteó que tenían que dejar todo e irse quién sabe a dónde; y ni hablar de lo que le habrá dolido percibir lo que pensó de él su hijo Isaac cuando lo ató a la leña decidido a sacrificarlo y alcanzó incluso a levantar el cuchillo.
No, no fue fácil para todos ellos obedecer lo que Dios les pidió. Cabe preguntar entonces, ¿por qué lo hicieron? El autor bíblico nos lo dice una y otra vez, como un estribillo que se repite al inicio de todos esos párrafos del capítulo once de la Carta a los Hebreos: 'Por la fe'.
Fue la fe de Noé, la de Abraham, la de Moisés la que los movió a realizar aquello que Dios les pidió. Y aquí vale la pena hacer un alto para examinar qué significa la fe.
No es tener un conocimiento intelectual, tener la 'idea' de que existe Dios y ya, pues eso no impulsa a nadie a actuar. No es una autosugestión de que todo saldrá como queramos, pues muchas veces a pesar de la fe las cosas resultan al revés de lo esperado. No es un salto al vacío, pues aunque no siempre sepamos a dónde conducirá lo que nos pide, sí sabemos que Aquel que nos lo pide nunca nos dejará caer. No es ausencia de dudas, pues uno puede tener fe aunque no sepa todas las respuestas.
Entonces ¿qué es la fe? Si hubiera que dar una definición sencillísima, sería ésta: La fe es decirle 'sí' a Dios. Es responder afirmativamente a un Dios que toma la iniciativa, que te busca y te invita a decirle 'sí' a aquello que te propone aunque sea inesperado o te suene ilógico, porque tienes la certeza de que si te lo pide es porque te conviene.
De esta definición se deduce que no es posible tener fe y quedarse en las mismas, pues la fe necesariamente te saca de la inercia, te lanza de tu comodidad, te mueve a hacer cosas aunque éstas no te suenen ya no digamos lógicas, ni siquiera agradables: hacer un favor a quien nunca te los hace; decir algo bueno de alguien al que todos critican; salirte de ese ambiente que te ha parecido divertido pero que no deja nada positivo en tu alma; perdonar a quien no se lo merece; renunciar a ese asunto atractivo pero chueco; iniciar un proyecto para ayudar a otros, sin contar quizá con todo lo necesario; aceptar un puesto, un apostolado, para el que sientes que no te has preparado.
¿Es arriesgado tener fe? Sí y no. Sí porque nunca sabes con qué te va a salir Dios, qué te pedirá la próxima vez, y no porque no hay ningún riesgo en cumplir la voluntad de Aquel que por amor te creó y por amor te pide sólo aquello que va a resultar infinitamente mejor de lo que jamás pudieras atreverte a esperar.
(Del libro de Alejandra María Sosa Elízaga “Gracia oportuna”, Col. ‘Fe y vida’ vol. 4, ciclo C, Ediciones 72, México, p. 117, disponible en Amazon).