Jesús entre los pecadores
Alejandra María Sosa Elízaga*
Este domingo termina el tiempo de Navidad.
Esto sorprende a quienes pensaron que la temporada navideña se acabó cuando limpiaron el plato del último recalentado de romeritos, y también a quienes mantienen el 'Nacimiento' y los adornos navideños hasta el 2 de febrero, día de la Candelaria, cuando visten al Niño Dios, lo llevan a bendecir y hacen una tamaliza.
Pero la realidad es que la Iglesia clausura este domingo el ciclo navideño, y como para cerrar el círculo, nos presenta la segunda parte de ese Evangelio que se proclamó al inicio del Adviento y que entonces nos mostraba a Juan el Bautista animando a sus oyentes a reorientar sus vidas hacia Dios, y esta vez nos lo presenta en el Jordán, bautizándolos.
Ahora bien, en el Evangelio dominical (Lc 3, 15-16.21-22), la figura central no es Juan, sino Jesús. Dice San Lucas: "entre la gente que se bautizaba, también Jesús fue bautizado."(Lc 3, 21).
Cada vez que celebramos el Bautismo de Jesús, la reflexión suele centrarse en la segunda parte de esa frase, pero quisiera proponer aquí una reflexión sobre la primera parte, es decir, sobre el hecho de que Jesús estuviera 'entre la gente que se bautizaba'.
Imagínate la escena: Luego de oír la predicación de Juan, todos los que se reconocían pecadores, es decir, que habían hecho cosas contrarias a la voluntad de Dios, entraron al agua para ser bautizados. Entre ellos seguramente no había fariseos ni escribas, que sin duda se mantuvieron a distancia para que a todos les quedara bien claro que ni eran pecadores ni se mezclaban con pecadores, y si alguien les hubiera preguntado si creían que Dios estaba muy cerca de los que estaban ahí en el agua, hubieran dicho de inmediato que no, y lo más probable es que lo mismo hubieran respondido ¡incluso los que esperaban ser bautizados!
Sin embargo, y esto es lo extraordinario, ¡Dios en persona estaba entre ellos!
Sorprendiéndonos, como siempre, el Señor no se guía por nuestras maneras de juzgar, no le importa ser visto en 'malas compañías', no cree en eso de 'dime con quién andas...'
A diferencia de algunos seres humanos que primero se mueren antes que permitir que los vean con determinada persona o grupo de personas, Jesús no discrimina a nadie ni tiene el menor empacho en caminar entre los pecadores.
¿Qué significa esto?, ¿que hay que pecar para que Dios se nos acerque? No. Jesús siempre invitaba a todos a no pecar más, porque el pecado fractura y lastima al ser humano, pues lo hace ir contra la vocación de amor a la que Dios lo ha llamado. Lo que esta escena muestra es que a Jesús no le horroriza acercársenos, aunque seamos pecadores, porque nos ama. Dice San Pablo: "la prueba de que Dios nos ama es que Cristo murió por nosotros cuando todavía éramos pecadores" (Rom 5, 8).
Hay personas que se sienten tan pecadoras que creen que el Señor las mira con disgusto, con repugnancia; cuando requieren ayuda divina le piden a otros: 'usted que está tan cerca de Dios, rece por mí'. Se perciben lejos del Señor y se conforman con considerarse 'creyentes de segunda'. Viven resignados pero tristes.
Conocí el caso extremo de un señor que se juzgaba tan pecador que concluía que era indigno ¡de confesarse! No se daba cuenta de que ese Sacramento fue instituido precisamente para ayudarlo a levantarse de su caída; rechazaba ¡la medicina que podía curarlo!
Algo similar le pasó a Santa Teresa de Ávila. Contaba que el darse cuenta de sus pecados -por mínimos que fueran- la hizo sentir tal vergüenza de sí misma -por corresponder tan mal al amor de Dios- que se sintió indigna de relacionarse con Él. Dejó de orar (decía: '¿cómo yo voy a atreverme a hablarle?); dejó de comulgar (sin haber cometido una falta que pudiera ameritarlo), y así fue apartándose del Señor hasta que Él le ayudó a comprender que estaba haciendo exactamente lo contrario de lo que debía, pues si era pecadora, ¡con más razón debía mantenerse cerca de Aquel que había venido a salvar a pecadores como ella!
Si a causa de tus pecados sientes que has dañado o de plano perdido la relación con Dios, saborea esta escena del Evangelio, imagina que estás ahí, en el Jordán.
Piensa que el Señor pudo haber hecho una cita con Juan para que lo bautizara cuando no hubiera nadie, pero quiso entrar al agua entre los pecadores para que tú lo sintieras cercano, solidario y comprendieras que no vino a juzgarte ni a condenarte, sino a encontrarse contigo, dondequiera que estés, porque Su amor por ti no tiene orillas...
(Del libro de Alejandra Ma Sosa E “Vida desde la fe”, Colección ‘Fe y Vida’, vol. 1, Ediciones 72, México, p. 74, disponible en amazon).