Y Su Reino no tendrá fin
Alejandra María Sosa Elízaga*
Año de la fe
Conoce, celebra, fortalece, comunica tu fe
Serie sobre el Credo:
Ficha 43
‘Ser como todos’, no suele ser la mejor motivación pero fue la que hizo que los ancianos del pueblo elegido de Dios pidieran al profeta Samuel que les nombrara un rey (ver 1Sam 8,5).
Querían ser como otros pueblos y que los gobernara un hombre (ver 1Sam 8, 7).
Advertidos de los abusos que podría cometer el rey (ver 1Sam 8.10-18), no quisieron escuchar (ver 1Sam 8,20).
Así pues, Dios les concedió reyes.
Cuando éstos cumplieron la voluntad divina lograron cosas admirables, pero cuando siguieron sus propios deseos, hicieron cosas reprobables.
Entonces Dios prometió enviar un rey que reinaría como ningún otro, en la verdad, en la justicia, en la paz (ver Is 11, 1-9); un rey que no sería derrotado por sus enemigos; que reinaría para siempre (ver 2Sam 7,12.15-16; Dan 2,44; 7,14).
Ellos esperaron a ese rey del que pensaban les daría dominio sobre todos los pueblos.
Pero se quedaron esperando. Y no porque Dios hubiera incumplido Su promesa, sino porque no supieron reconocer que el rey que les envió era Jesús.
Un Rey que no vino a conquistar con violencia sino con amor, no vino a ser servido sino a servir, no vino a borrar de la tierra a sus enemigos, sino a perdonarlos; no vino a condenar sino a salvar.
Vino a este mundo, pero no era rey de este mundo (ver Jn 18, 36).
Vino a darnos a conocer Su Reino, a invitarnos a habitarlo, edificarlo, extenderlo.
Y Su Reino no se parece a ninguno otro:
Los reinos de este mundo se expanden mediante el uso de la fuerza, sometiendo a otros pueblos.
El Reino de Dios en cambio viene a conquistar corazones, a seducirnos con Su amor, busca nuestra rendición voluntaria. Jesús no impone, propone. Dice “si alguien quiere seguirme...” (Lc 9,23).
En los reinos de este mundo triunfan los que intrigan y mienten, los que escalan posiciones aplastando a otros, los que avasallan a los débiles.
En el Reino de Dios en cambio, brilla la verdad (ver Mt 5,37), la justicia (ver Mt 5,20), la misericordia (ver Mt 5,7), la compasión (ver Lc 6, 36).
El éxito está en dar, no en arrebatar (ver Lc 6,38), en ayudar no en perjudicar (ver Mt 25, 31-46), en perder la vida, desgastándola en los demás (ver Mt 16,25).
En los reinos de este mundo se valoran las grandes hazañas, en el Reino de Dios se valora lo pequeño, el más mínimo acto de amor, de ayuda desinteresada (ver Mt 13, 31-33).
En los reinos de este mundo se busca obtener títulos, figurar, ser ‘alguien’, en el Reino de los Cielos se valora la humildad, servir al otro, no servirse del otro, hacerse como un niño (ver Mc 10, 41-45; Mt 18, 1-4).
En los reino de este mundo se sobrevaloran los bienes materiales, impera la avaricia, el lujo, el derroche (un par de zapatos de una dama de la realeza cuesta más de lo que un migrante, campesino u obrero gana en un año). En el Reino de Dios lo que cuenta es ser, no poseer; lo valioso es compartir no acaparar, acumular un tesoro en el cielo, no en la tierra (ver Mt 6, 19-21; Mc 10,21).
Los reinos de este mundo son pasajeros, por bueno o malo que sea un rey, tarde o temprano morirá y dejará su lugar a su sucesor. Su ‘corte’ perderá sus privilegios. En cambio el Reino de Dios es para siempre, todo lo bueno y lo bello ¡nunca terminará!
Como afirmamos en el Credo, el Reino de Jesucristo “no tendrá fin”, como proclamamos en Misa: “Tuyo es el Reino, Tuyo el poder y la gloria por siempre, Señor.”
Al inicio de Su ministerio Jesús anunció que el Reino de Dios estaba cercano, e invitó a la gente a convertirse y a creer en el Evangelio.
Acepta Su invitación quien no desea ser como quienes se rigen por los reyes de este mundo, sino quiere que el Señor reine en su corazón porque ha comprendido que no hay mejor manera de vivir en este mundo que ayudando a Jesús a edificar Su Reino, y no habrá mejor manera de pasar la eternidad que disfrutándolo en compañía del Rey eterno.
Para profundizar en este tema, medita las parábolas del Reino en el Evangelio (por ej Mt 13; Lc 15), y lee el Catecismo de la Iglesia Católica, #541-570; 2046
(Continuará... ‘El Credo desglosado en el Año de la fe’)
La próxima semana: ‘Creo en el Espíritu Santo’
¡No te lo pierdas!
Reflexiona y comparte:
¿Cómo influye en tu fe en Cristo saber que Su Reino no tendrá fin?
Pregunta del Catecismo:
¿Cómo reina Cristo ahora y cómo reinará al final de los tiempos?
Respuesta del Catecismo:
“Como Señor del cosmos y de la historia, Cabeza de Su Iglesia, Cristo glorificado permanece misteriosamente en la tierra, donde Su Reino está ya presente, como germen y comienzo, en la Iglesia...la venida gloriosa de Cristo acontecerá con el triunfo definitivo de Dios en la Parusía y con el Juicio final. Así se consumará el Reino de Dios” (Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica #133-134).
“Al final de los tiempos, el Reino de Dios llegará a su plenitud. Entonces, los justos reinarán con Cristo para siempre, glorificados en cuerpo y alma, y el mismo universo material será transformado. Dios será entonces ‘todo en todos’ (1Cor 15, 28), en la vida eterna.” (Catecismo de la Iglesia Católica #1060).
Lo dijo el Papa:
“Cristo nuestro Señor, Rey eterno, llama a cada uno de nosotros diciéndonos: «quien quisiere venir conmigo, ha de trabajar conmigo, porque siguiéndome en la pena, también me siga en la gloria» (EE, 95): ser conquistado por Cristo para ofrecer a este Rey toda nuestra persona y toda nuestra fatiga (cf. EE, 96); decir al Señor querer hacer todo para su mayor servicio y alabanza, imitarle en soportar también injurias, desprecio, pobreza (cf. EE, 98)...” (Papa Francisco, homilía pronunciada el 31 de julio de 2013).
*Publicado el domingo 22 de septiembre de 2013 en ‘Desde la Fe’, Semanario de la Arquidiócesis de México, año XVII, n.863, p.4. También en la pag web de ‘Desde la Fe’ (www.desdelafe.mx) y en la del Sistema Informativo de la Arquidiócesis de México (www.siame.com.mx)
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