Por ti
Alejandra María Sosa Elízaga*

Supe de un niño chiquito al que sus abuelos llevaron a la iglesia. Cuando vio a Jesús en la cruz, preguntó: '¿por qué está ahí, eh?’ y la abuela queriendo darle una especie de mini lección de teología le dijo: 'por nosotros, mijito, por nuestros pecados'. Cuando el niño fue al catecismo, la maestra preguntó: '¿saben por qué murió Jesús en la cruz?' El niño gritó muy convencido: '¡por los pecados de mis abuelitos, maestra!'. Les dio risa la respuesta del niño, pero la verdad es que no estaba tan desencaminada, sólo se quedó ¡corta!: efectivamente Jesús murió en la cruz por los pecados de los abuelitos de ese niño, pero no nada más de los de ellos, sino de los de todos, de los nuestros, los tuyos y los míos. Ahora, no se trata de tomar esto en el sentido de decir: '¡ah, por nuestra culpa!', porque no ganamos nada solamente sintiéndonos culpables. Más bien habría que entender esto en un sentido positivo: Jesús aceptó morir en la cruz por amor a nosotros. (y tal vez alguien diga: 'no por mí, yo todavía ¡ni nacía!', pero hay que tener en cuenta que para Dios no existe el tiempo, y aunque en ese momento tu no hubieras nacido, Él ya te amaba, ya te tenía presente en Su corazón).
Considera cómo te quedarías si un día pudieras preguntarle a Jesucristo: '¿cómo le hacías para aguantar los golpes, los escupitajos, los azotes, el peso del madero, que te clavaran las muñecas y los pies?, ¿cómo no te quebrabas, qué te impulsaba a seguir resistiendo?' y te respondiera: 'pensar en ti'.
Seguramente te sorprendería mucho Su respuesta, pero es la verdad. Pensaba en ti, en tus ilusiones y sueños y también en tus temores y angustias; en tu lucha por superar cosas que te agobian; en tu necesidad de tener una esperanza que te anime a continuar; en tu necesidad de que alguien te levante en tus caídas y esté de tu lado en tus luchas contra el mal en tu vida; en tu necesidad de tener una luz en tu oscuridad, un consuelo en tu llanto, una puerta al final del camino para que tu vida no termine en un sepulcro. Y porque pensaba en ti estuvo dispuesto a ofrecer Su vida para darte todo eso, para rescatarte de una vez y para siempre del pecado y de la muerte.
¿Te estremece comprobar el infinito amor que Jesús siente por ti?, quizá se deba a que siempre has pensado que Jesús murió por 'todos' y ese 'todos' te suena a masa anónima, a 'bola de gente' en la que tú no cuentas. Quizá piensas que Jesús calculó que valdría la pena Su sacrificio sólo porque habría billones de personas beneficiadas, pero eso no es verdad; grábate esto: si fueras el único ser humano sobre la tierra, de todos modos Jesús habría aceptado morir en la cruz por amor a ti. Así de importante eres tú para Él.
En este Domingo de Ramos se proclama en Misa el llamado 'Evangelio de la Pasión' (ver Lc 22, 14-23.56), el relato de todo lo que padeció Jesús desde el momento en que se lo llevan preso en el Huerto de los Olivos, luego de celebrar la Última Cena, hasta que muere en la cruz. Te invito a que lo escuches con los ojos cerrados para que nada te distraiga y puedas meterte en la escena, imaginar que estás ahí: sentir el ambiente, ver a los que están ahí, ver a Jesús, ser testigo de todo lo que pasa y de todo lo que Él padece; y mientras lo escuchas, procura mantener este pensamiento en tu cabeza: 'todo esto lo vivió Jesús pensando en mí; consideró que yo valía la pena, que valía la pena padecer todo esto para rescatarme a mí, para que yo pudiera vencer al mal y a la muerte, para que pudiera tener vida eterna, para regalarme la salvación; ¡cuánto me ama a mí el Señor!' Y no hagas esta reflexión solamente una vez, sino durante todos los 'Oficios' de estos días, en especial en los del Viernes Santo, o incluso si tienes oportunidad de ver la película 'La Pasión de Cristo' -del director Mel Gibson- piensa en esto también mientras la ves. Se te pondrá la piel 'chinita' cuando logres captar la enormidad de lo que hizo el Señor por ti, cuando seas consciente del infinito amor que Dios te tiene. Pero no te conformes con sólo sentir emoción, asombro o deseos de agradecerle, sino pregúntate: ¿qué harás para corresponderle?
(Del libro de Alejandra María Sosa Elízaga “Vida desde la fe”, Col. ‘Fe y vida’, ciclo C, Ediciones 72, México, p. 119, disponible en Amazon).