¡Que estalle la paz!
Alejandra María Sosa Elízaga**
Un corazón que se deja conmover.
Es todo lo que se necesita.
Todo parte de ahí.
Todo parte del corazón de alguien que al ver en el periódico o en la televisión, la foto de un viejito sirio que toma en sus brazos a su nieto, muerto, como los otros niños que yacen junto a él, por un arma química, no se levanta a contemplar a su propio niño, que duerme plácidamente en su camita y piensa: ‘¡qué suerte que eso no le sucedió a él!’, sino que al verlo es capaz de reconocer a ese otro chamaquito, y sentir como propia la tragedia de ese abuelo.
Todo parte del corazón de alguien que al ver a unos cristianos arrodillados orando entre las ruinas de lo que fue su iglesia, de la no queda nada más que el altar y unas columnas, no piensa: ‘¡qué bueno que nadie destruyó así mi parroquia!’, sino que le duele el alma ver esa casa de Dios, que es la suya, la de todos, incendiada, arrasada.
Todo parte de un corazón que no se conforma con decir, ‘a mí qué’, ‘ya ni modo’, ‘qué puedo hacer’, sino que se deja tocar, mover, y se siente personalmente llamado a responder, a hacer algo, lo que sea, menos quedarse con los brazos cruzados.
Decía Martin Luther King que no sólo le preocupaba la perversidad de los malvados, sino la indiferencia de los buenos.
Afortunadamente abundan los corazones buenos que no son indiferentes, y el Papa Francisco tuvo la inspirada idea de ¡convocarlos a todos!
En el rezo del Ángelus del domingo primero de septiembre, hizo un llamado inusual, no sólo dirigido a los católicos, sino a toda persona de buena voluntad, a unirse a su Jornada de Ayuno y Oración por la Paz, el sábado 7 de septiembre.
Sin pensar: ‘ya no da tiempo’, ‘se necesita más anticipación para organizar y anunciar estas cosas’, ‘no tiene caso, nadie atenderá’, el Santo Padre lanzó su invitación a la gran familia humana, en calidad de urgente, del domingo al sábado, y ¡ésta respondió!
Nunca fue mejor aprovechada la velocidad y capacidad multiplicadora de las ‘redes sociales’.
De inmediato el llamado del Papa comenzó a difundirse en mensajes de texto en celular; se volvió tópico del momento en twitter, se convirtió en tema de ‘estado’ y de ‘enlace’ en los ‘muros’ de miles de páginas de ‘facebook’.
Y no sólo entre católicos.
Muchos ‘alejados’, acostumbrados a que en la Iglesia se hable de ellos pero no a ellos, se sintieron invitados, acogidos, y decidieron sumarse.
No hacía falta ser católico para participar, ni siquiera creyente, bastaba ser hombre o mujer de paz.
En todo el planeta la gente se preparó como mejor se le ocurrió y pudo, para participar en la Jornada de Ayuno y Oración convocada por el querido Papa Francisco.
Se celebraron Misas y Horas Santas en Catedrales y Basílicas, en parroquias y capillas; en las casas las familias se reunieron a rezar el Santo Rosario; muchos siguieron el evento en vivo a través de medios electrónicos, y miles colmaron la plaza de san Pedro.
Daba ternura conocer el modo a veces tan sencillo pero siempre tan amoroso como la gente participó del ayuno para poner su granito de arena ofreciendo su pequeño sacrificio personal en aras de la paz mundial: una ancianita dijo que tomó su café sin azúcar, un joven, que ese día no vio ‘fut’, una pareja dijo que en lugar de ir al cine prefirió quedarse allí, a orar con los demás.
Todos ofrecieron algo y todos supieron unirse, por encima de cualquier diferencia de credo, color, nacionalidad o situación económica o social, para expresar su anhelo por la paz.
Fue conmovedor cuando la imagen de la Virgen María fue llevada desde el Obelisco, para el rezo del Rosario, durante el cual se leyeron textos bíblicos, un bellísimo poema de santa Teresita del Niño Jesús, y se pidió una y otra vez: ‘Reina de la paz, ruega por nosotros’, ‘Reina de la paz, ruega por nosotros’.
Y como el Papa dijo que ‘la verdadera paz nace del corazón del hombre reconciliado con Dios y con los hermanos’, se instalaron cincuenta confesionarios en la plaza, para que los fieles pudieran acudir, tal vez por primera vez en años, al Sacramento de la Reconciliación.
Resultó impactante que en la oración ante el Santísimo se hizo un silencio profundo, que denotaba el intenso recogimiento de los presentes.
Y hubo lágrimas en muchos ojos cuando se escucharon los textos bíblicos, la muy actual oración del Papa Pío XII, las invocaciones para pedir la paz, los cantos, y desde luego cuando cada una de las parejas que representaba a Siria, Egipto, Tierra Santa, Estados Unidos y Rusia, se acercaron a ofrecer incienso en el brasero a la derecha del altar, como para expresar el deseo ferviente de que en esas naciones en especial, cese toda violencia y afán de violencia.
Dice el salmista al Señor: “Suba mi oración como incienso en Tu presencia, el alzar de mis manos como ofrenda en la tarde” (Sal 141,2).
Al ver ese humo del incienso que iba elevándose, perdiéndose en el lila oscuro de la noche que caía sobre la plaza, podía uno pensar que era, sin duda, aroma grato a Dios, ofrenda agradable a la que iba unida la de una humanidad que está cansada, harta, de estar, como dice la Plegaria Eucarística, ‘dividida por las enemistades y las discordias’, una humanidad que quiere que terminen los estallidos de las guerras, y, que en su lugar, como pidió, como oró fervientemente el Papa Francisco, ¡estalle la paz!
El Papa dio las gracias a todos los participantes en la Jornada de Ayuno y Oración por la paz, y nos pide que sigamos orando.
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