Fe + ciencia x la vida
Alejandra María Sosa Elízaga*
Ignorante, obsoleta, fanática.
Son adjetivos calificativos (más bien ‘descalificativos’) con que describen a la Iglesia Católica quienes atacan lo que ella enseña y defiende. Dicen que es medieval, que no es ‘científica’. Al respecto cabe dar, entre otras, cuatro respuestas.
1. Considerar que la Edad Media fue un oscuro período en el que todos vivían en ignorancia y superstición es un error. La Iglesia alentó grandemente el conocimiento. Por citar un ejemplo: en ese tiempo creó las primeras universidades, también en ese tiempo surgieron mentes tan extraordinarias como la de sto Tomás de Aquino, san Buenaventura, Copérnico, etc.
2. Incontables filósofos, pensadores, descubridores, científicos, han sido sacerdotes católicos que han aportado a la humanidad, desde un microscopio hasta un telescopio, lo mismo una detallada lista de especies silvestres, que una de estrellas y galaxias. La lista incluye biólogos, físicos, químicos, botánicos, entomólogos, inventores, historiadores, matemáticos, cartógrafos, astrónomos (por ej: el autor de la teoría del ‘big-bang’). Conviene, y además es fascinante, conocer la historia de estos grandes personajes que demuestran que la fe no está reñida con la ciencia. Conviene leer también ‘Fe y razón’ (Fides et Ratio), la Carta Encíclica escrita por san Juan Pablo II en la que destruye el mito de que tener fe es renunciar a usar el cerebro.
3. Quienes dicen que la Iglesia no es ‘científica’ y que ellos sólo creen en lo ‘científicamente comprobable’, pasan por alto que el método científico no es la única manera de conocer la realidad. Hay muchas cosas de las que se puede tener la certeza de su existencia y que no son medibles en un laboratorio ni reproducibles en un ‘experimento controlado’, por ejemplo, el amor, la amistad, la confianza, la alegría, la paz interior. Decir que sólo se cree en lo que se ve, es limitar tremendamente lo que se puede valorar y conocer, y además es arriesgarse a sufrir un gran desengaño, pues no todo lo que se ve es verdadero. Al respecto me viene a la mente un show de TV llamado ‘El efecto Carbonaro’, en el que Michael Carbonaro, joven mago, se disfraza como empleado en diversos negocios, y realiza frente a los clientes algo tan inverosímil como sacar un sandwich de un celular, o convertir un círculo de cartón en un caramelo, o que brote refresco de un control remoto. Da risa ver cómo la gente está dispuesta a creer lo que ve, aunque sea completamente absurdo.
4. Es verdad que hay un innegable componente de fe en lo que la Iglesia enseña y defiende, no puede ser de otro modo, pero también hay un innegable componente de razón que no se puede pasar por alto.
Por ejemplo, la Iglesia se opone al aborto porque cree firmemente que cada ser humano ha sido creado a imagen y semejanza de Dios, que fue Él quien le dio la vida y nadie tiene derecho a arrebatársela, mucho menos la madre que lo concibió. Pero la postura de la Iglesia está sólidamente respaldada por la ciencia.
Aun cuando haya quien no crea ni considere que el embrión tiene la dignidad inalienable de ser creatura de Dios, debe rendirse ante la evidencia científica de que el embrión no es un ‘bonche de células’ que pueden ser desechadas sin miramientos, sino un ser humano en desarrollo, con su propia carga genética, distinta de la de su madre, un ser vivo que no forma parte del cuerpo de ella, es sólo su huésped.
Otro ejemplo: la Iglesia enseña que el aborto daña gravemente a la mujer que lo practica pues rechaza el don de la vida que Dios le confía, desobedece el mandamiento de ‘no matarás’, y atenta contra su propia naturaleza de mujer y de madre.
Tal vez alguien que no tenga fe, no tome en cuenta que abortar daña a la mujer porque va contra la voluntad de Dios, pero tendrá que rendirse ante la evidencia científica que muestra los incontables daños, muchos de ellos irreversibles, que abortar provoca en el organismo femenino, sin mencionar el trauma psicológico.
Fe y razón, fe y ciencia no son incompatibles. Conjugarlos es la mejor manera de abordar la realidad y actuar en consecuencia, con auténtico conocimiento y libertad.