¿Qué has aprendido?
Alejandra María Sosa Elízaga*
Hay estudiantes que durante la clase tienen el libro abierto, la mirada puesta en el profesor, y parece que le están poniendo mucha atención, pero en realidad no se enteran de nada porque están pensando en otra cosa; se la pasan, como decimos en México, ‘papando moscas’.
Luego, como no oyeron la explicación del maestro, no entienden lo que viene en el libro, y cuando llega el examen se limitan a memorizar lo necesario para aprobarlo y al día siguiente ¡olvidarlo!
No hay cosa más frustrante para un maestro que dar clases a alumnos a los que no les interesa aprender.
Por el contrario, algo que pone feliz a quienes se dedican a la docencia, es encontrarse un día con antiguos alumnos que les dicen: ‘hice lo que Ud nos enseñó’, o ‘recordé lo que Ud nos decía, ¡me sirvió de mucho su experiencia!’.
Con motivo de que festejamos el ‘día del maestro’, haremos bien en recordar que contamos con un Maestro y dos Maestras que nos han estado dando, toda nuestra vida, su valiosísima enseñanza, y haremos todavía mejor en preguntarnos si la estamos aprovechando o si ‘por un oído nos entra y por otro nos sale...’
Me refiero a Jesús, a María y a la Iglesia.
Jesús no sólo es nuestro Señor y Salvador, Aquel que nos creó y con quien esperamos poder pasar la vida eterna. Es también nuestro Maestro. Los Evangelios mencionan una y otra vez que una parte fundamental de lo que Jesús realizaba era enseñar (ver por ej: Mt 4, 23; Mc 2,13; Lc 13,22; Jn 7, 14). La gente se apretujaba para escucharlo, se asombraba de la autoridad de Su doctrina, se olvidaba hasta de comer.
Jesús no sólo vino a acompañarnos solidariamente y a rescatarnos del pecado y de la muerte, vino a enseñarnos muchas cosas, vino a enseñarnos a amar, a vivir amando. ¿Qué lecciones le hemos aprendido?
Detente un momento a reflexionar: ¿Respecto a qué actitudes concretas en tu vida puedes decir: ‘esto lo aprendí de Jesús’? ¿Tal vez la compasión?, ¿el perdón incondicional?, ¿la humildad?, ¿la misericordia?, ¿valorar y ayudar a los más necesitados?, ¿la mansedumbre?, ¿llamar Padre a Dios y confiarle lo que querrías, pero abandonarte completamente a Su voluntad con la seguridad de que será mejor que se cumpla Su voluntad y no la Tuya? ¿Ponerte confiada y enteramente en Sus manos?
María, no sólo es Madre de Jesús y Madre nuestra, es también nuestra Maestra. Los Evangelios registran muy poquitas palabras de Ella, pero de grandísima sabiduría!
Reflexiona un momento: ¿En qué situaciones has dicho: ‘voy a responder como le aprendí a María?’ ¿Qué le has aprendido? ¿Tal vez a abrirte enteramente, sin trabas, a la gracia divina? ¿A decirle sí al Señor y sostener ese ‘sí’ cueste lo que cueste? ¿A ponerte enteramente a la disposición de Dios? ¿A hacer en todo lo que su Hijo te diga? ¿A mantener la esperanza y la serenidad aun en la peor adversidad?
La Iglesia no es solamente la asamblea de hijos adoptivos del Padre convocados y reunidos por Él. No es solamente la Institución que Cristo fundó y que sostiene el Espíritu Santo. No es solamente el lugar al que acudimos a recibir los Sacramentos, el templo a donde asistimos a Misa cada domingo (o mejor aun, diario). La Iglesia es también nuestra Maestra.
Toma un momento y pregúntate: ¿Qué le has aprendido a la Iglesia?, ¿en que situaciones tus reacciones han mostrado lo que te ha enseñado? ¿Por ejemplo a interpretar correctamente la Palabra de Dios? ¿A alabar y a dar gracias al Señor? ¿A pedirle perdón? ¿A interceder por otros? ¿A considerar a los demás tus hermanos? ¿A ejercer de manera concreta la caridad y atender a los más necesitados de manera gratuita y generosa? ¿A acercarte al Señor, contemplarlo, comulgarlo, tener y mantener con Él una relación personal y amorosa? ¿A edificar el Reino de Dios en el mundo? ¿A difundir y defender valientemente y aun a contracorriente la Verdad? ¿A encaminarte hacia la santidad?
Ojalá podamos dar a nuestro Maestro y Maestras la mayor alegría: ver que seguimos Sus enseñanzas, no sólo el ‘día del maestro’, sino ¡toda nuestra vida!