Cinco beneficios de confesarse
Alejandra María Sosa Elízaga*
¿Te ha pasado que tienes un cajón o mueble que sin saber ni cómo has ido llenando de cosas, y ya está a reventar, muy desordenado, y si buscas allí algo, no lo encuentras y piensas: ‘¡debo arreglarlo!’, pero lo dejas para después porque te da flojera, hasta que un día te hartas y dices. ‘¡basta!, ahorita lo hago!’, sacas todo el ‘mugrero’, tiras muchas cosas, encuentras otras que creías perdidas para siempre, desempolvas, acomodas todo y cuando acabas, miras qué bien quedó y sientes una enorme satisfacción de que esté limpio y ordenado, y no puedes evitar lamentarte: ‘¿por qué no lo arreglé antes?’
Algo así pasa con nuestra alma. Sin saber cómo, la vamos llenando de cosas, y llega un día en que urge que le demos una buena ‘limpiada’, para desechar lo que sobra y estorba, y rescatar lo bueno. ¿Cómo lograrlo? Con ayuda de la Confesión.
Instituida por Jesús (ve Jn 20, 22-23), quien dio a Sus apóstoles el poder de perdonar pecados en Su nombre (pero no el de adivinarlos, por lo que debían oírlos), la Confesión (también llamada Reconciliación o Penitencia) es un Sacramento, es decir signo eficaz de la misericordia divina. Es un regalazo de Dios, que nos permite gozar de cinco beneficios:
1. Desahogarnos
Cuando hiciste algo que te pesa en la conciencia y se lo cuentas a alguien, te arriesgas a que lo platique a otros. En cambio al desahogar tu alma con el confesor, tienes la certeza de que no lo contará. El secreto de Confesión es sagrado. Un ejemplo: en Australia quieren instituir una ley que obligue a confesores a revelar lo que les confiesen, y ellos dicen que no lo harán, aunque los encarcelen.
2. Ser aconsejados
Los confesores han oído de todo, no se espantan de nada, y su experiencia les permite aconsejarnos para superar lo que nos ha hecho caer. Cabe decir que si un día te toca un confesor que en lugar de aconsejarte te regañe, busca otro. Hay gente que dice: ‘me tocó un mal confesor, nunca vuelvo a confesarme’. Es un pretexto. Si te toca un mal doctor, no dejas de atender tu salud, buscas otro. Así también aquí. Pregunta quién es un buen confesor, y ve a confesarte con él.
3. Ser perdonados por Dios
¡Esto es algo extraordinario! Dios permite a obispos y sacerdotes católicos ¡perdonar pecados en Su nombre! Los hermanos separados dicen que se disculpan ‘directo con Dios’, pero no pueden asegurar si los perdonó. Nosotros en cambio, cuando oímos las palabras de la absolución, podemos tener la certeza de que recibimos de Dios un verdadero borrón y cuenta nueva.
4. Reparar el daño
Todo pecado nos hiere y hiere también a otros. En la Confesión recibimos una penitencia, no para castigarnos, sino para darnos oportunidad de reconstruirnos interiormente, de hacer algo para reparar, en la medida de lo posible, lo que nuestro pecado lastimó.
5. Recibir ayuda para no volver a caer
La Confesión nos imparte una gracia divina que nos ayuda a superar los pecados. Es un error pensar: ‘¿para qué me confieso, si voy a volver a caer?’ Cada nueva confesión va fortaleciéndonos más y más, hasta que llega un día en que ya no cometemos ese pecado, ¡Con ayuda de Dios lo hemos superado!
Aprovecha que empieza la Cuaresma, acude a confesarte. Sólo necesitas cumplir 5 sencillos requisitos:
1. Examinar tu conciencia. Revisa, por ej. los 10 Mandamientos y los pecados capitales.
2. Arrepentirte. Hoy se usa decir: ‘no me arrepiento de nada’, pero de pecar sí hay que arrepentirse, porque ofendimos a Dios nuestro Señor, que es tan bueno y nos ama tanto.
3. Proponerte cambiar. Poner todo de tu parte para alejarte de la ocasión de pecado.
4. Confesarte. Debes confesar todos los pecados que recuerdes, desde tu última confesión. Si por pena no confiesas algo, esa confesión no es válida y debes volver a hacerla.
5. Cumplir la penitencia.
Aprovecha que estamos empezando la Cuaresma y ve a confesarte. Date la oportunidad de disfrutar la felicidad de quitarte un peso de encima, quedar con el alma limpia y esponjadita, y, lo mejor: recuperar o afianzar tu amistad con el Señor.