Certeza y esperanza
Alejandra María Sosa Elízaga*
‘¿Cómo es posible que exhiban esto en un país en el que mucha gente está padeciendo una terrible violencia?, vi a una señora llorando, ¡es demasiado impactante!’
Así dijo una persona a su acompañante, al salir de la exposición sobre la Sábana Santa que se exhibe a un costado de la Catedral.
Su comentario me sorprendió porque yo recomendé esa exposición en este mismo espacio la semana pasada, y amigos que fueron a verla regresaron encantados.
Continuó diciendo: ‘Ya se sabe que Jesucristo dio su vida por una causa en la que creía, eso es muy respetable, pero muchas personas han sufrido cosas terribles contra su voluntad, y ver esto es un suplicio.’ Salieron apresuradamente.
Sus palabras quedaron en mi mente. Hubiera querido responderle. Así que por si acaso lee esto, y sobre todo pensando en quienes quizá comparten su opinión, me animo a dar esta contestación.
Entre muchas cosas que enseñó, dijo de Sí mismo y prometió Jesús, cabe destacar tres:
1. Enseñó que hay que amar a los enemigos; perdonar, decir la verdad, ser justos, pacíficos, mansos. Pero cuesta cumplirlo en un mundo que vive lo contrario.
2. Dijo ser Hijo de Dios, Luz del mundo, el Camino, la Verdad y la Vida (no uno de tantos caminos o una de muchas verdades). Nadie en la historia se atrevió a afirmar eso de sí mismo.
3. Anunció que sería rechazado, que padecería mucho y sería llevado a la muerte, y prometió que resucitaría. Y ¡ni Sus discípulos entendieron a qué se refería!
Quien enseñó, dijo y anunció algo tan fuera de lo ‘normal’, o mentía, o estaba loco, o era quien decía ser, es decir: Dios.
¿Dónde averiguar la verdad? Desde luego en los Evangelios, que no dejan duda acerca de Su divinidad.
Pero también en la Sábana Santa, el lienzo que envolvió el cuerpo de Jesús en el sepulcro, y que muestra no sólo las manchas de sangre de la flagelación, la corona de espinas, la crucifixión, y la lanzada en el costado, sino una imagen en negativo que el cuerpo de Jesús irradió en milésimas de segundo cuando resucitó. Es la prueba de que Jesús cumplió lo que prometió, y que era verdad todo lo que enseñó, dijo y anunció.
Esa persona decía que Jesús murió por una causa en la que creía, pues sí, y esa causa era ella, aunque no lo supiera; eres tú, soy yo, somos todos.
Porque nos ama, Jesús, siendo Dios, se hizo Hombre, y asumió nuestros dolores, sufrimientos, angustias y terrores, caídas y pecados para redimirlos. Padeció para librarnos del mal, murió para rescatarnos de la muerte. Siglos antes lo había profetizado Isaías: “por sus llagas hemos sido curados”. (Is 53, 5).
Es verdad, como decía esa persona, con sensibilidad, que hay mucha gente que sufre, pero se equivocó al pensar que ver lo que padeció Jesús sólo la hace sufrir.
Quien sufre, tiene la certeza de que Jesús, como Hombre que sufrió, le comprende y acompaña, y como Dios interviene, para iluminar y transformar aun su más oscura realidad. Sin duda duele y conmueve ver cuánto padeció sin merecerlo; pero queda el consuelo de saber que lo hizo porque nos ama, que así como cumplió Su promesa de resucitar, cumplirá las demás, que como Él, también nosotros resucitaremos, así que vale la pena esforzarnos por seguir Sus enseñanzas, por vivir según Su voluntad.
Lamentablemente esa persona no captó el sentido de la exposición.
No se trata de asomarse morbosamente a contemplar algo horrible que sucedió hace veinte siglos, para horrorizar a los que hoy padecen, sino abrir una esperanza, sembrar una certeza: el sepulcro quedó vacío, no es nuestro destino fatal.
Gracias a Jesús estamos destinados a la eternidad, invitados a gozar con Él una felicidad que empieza aquí y que no tendrá final.