y los envió por delante...
a todas las ciudades y sitios a donde ÉL había de ir...'
(Lc 10,1)

Bien por mal

Alejandra María Sosa Elízaga*

Bien por mal

‘No hay mal que por bien no venga’, dice la sabiduría popular. ¿Qué significa eso? Que aun en algo malo que sucede puede hallarse algo bueno, o también que lo malo que ocurre, puede ser compensado con algo bueno.

En cristiano, cabría citar lo que dice san Pablo: “en todo interviene Dios para bien de los que lo aman” (Rom 8, 28). En ese ‘todo’ incluye no sólo lo que nos parece bueno, las bendiciones, favores y alegrías que claramente podemos detectar como venidas de Dios, sino también los problemas y sufrimientos que Él permite que nos sucedan, también allí, y casi podríamos decir que sobre todo allí, interviene para nuestro bien. 

Decía san Francisco de Sales que ‘Dios o nos libra de las dificultades o nos da la fuerza para superarlas’. Y ésta se manifiesta de muy diversas maneras. Por una parte derrama en nuestro interior una gracia sobrenatural que nos permite mantener la calma, superar el miedo, el dolor, ir saliendo adelante a cada momento, sabiendo aprovechar los caminos que se van abriendo y las soluciones que se van presentando. Pero también se manifiesta de manera externa, mediante la ayuda que recibimos de quienes nos expresan así su amor fraterno, su solidaridad.

En su extraordinaria Carta Apostólica ‘Salvifici Doloris’, san Juan Pablo II escribió:
“Podría decirse que el mundo del sufrimiento humano invoca sin pausa otro mundo: el del amor humano; y aquel amor desinteresado, que brota en su corazón y en sus obras, el hombre lo debe, de algún modo, al sufrimiento.” (SD 29).

Es verdad. Lo vemos, por ejemplo, cuando ocurre un desastre natural. De inmediato se organizan centros de acopio que pronto se llenan de alimentos, agua, cobijas, medicinas, enseres, etc. donados anónimamente por gente que quiere ayudar a otra gente a la que no conoce, pero a la que desea beneficiar sin esperar nada a cambio.

Es siempre conmovedora la solidaridad, porque muestra lo mejor del corazón humano, lo que está dispuesto a hacer, incluso a sacrificar, en favor de los demás.
Es cuando mejor se nota que el hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios, capaz de darlo todo por amor.

Reflexionaba en ello esta semana, al enterarme de que la otra noche entraron a robar a un monasterio cercano a mi parroquia. Las religiosas que lo habitan son adoratrices perpetuas del Santísimo Sacramento, se dedican a adorar día y noche al Señor y a interceder por toda la humanidad. Mucha gente acude allí a orar y también a pedir oraciones, y ellas siempre están dispuestas a escuchar y a acoger esas peticiones.

Se sostienen elaborando panes y galletas, pero los ladrones saquearon su cocina, dejándolas sin utensilios ni aparatos; se llevaron ¡hasta las mesas en las que acomodaban sus productos!

Es una situación muy difícil para ellas, y la están enfrentando serenamente, orando, poniéndose, como siempre, en las manos del Señor.

Pero y nosotros ¿qué podemos hacer? Desde luego encomendarlas a Dios, pero también buscar el modo de revertir esta situación, derrotar el mal a fuerza de bien, y como planteaba san Juan Pablo II; responder a la necesidad con solidaridad, para que una muy mala situación, se transforme en una gran bendición.

Si quieres, puedes ayudar a las hermanas con un donativo, a nombre de Consuelo Dueñas Dueñas, cuenta 1408462453, CLABE 012180014084624539, BBVA Bancomer, suc. 1283. Dios te bendiga y recompense tu generosidad.

Publicado el domingo 16 de julio de 2017 en la pag. 2 de ‘Desde la Fe’, Semanario de la Arquidiócesis de México, en las pags web de ‘Desde la Fe’, en la de SIAME (Sistema Informativo de la Arquidiócesis de México), y en la de Ediciones 72, editorial católica mexicana.