La orquesta del Espíritu Santo
Alejandra María Sosa Elízaga*
‘¡¡Esto suena horrible!! ¡Yo ya me quiero iiiiir!!!’
Fue una de esas frases que sueltan los niños a voz en cuello, provocando que sus papás piensen: ‘tierra trágame ’, y que los que estén alrededor suelten la carcajada.
La dijo un chamaquito al que llevaron a un concierto. Cuando los músicos llegaron a afinar sus instrumentos, y sólo se oían notas sueltas y hasta chirridos, decidió que ese ‘concierto’ no le gustaba nada. Su mamá le pidió que se esperara a que llegar el director, y entonces vería qué bien los organizaba y qué bonito tocarían.
Recordé esto al leer en la Segunda Lectura que se proclama en Misa este domingo (ver 1Cor 12, 3-7.12-13), que San Pablo afirma que “hay diferentes dones, pero el Espíritu es el mismo. Hay diferentes servicios, pero el Señor es el mismo. Hay diferentes actividades, pero Dios, que hace todo en todos, es el mismo.”
Cada uno de nosotros tiene diferentes dones, presta diferentes servicios, realiza diferentes actividades, pero el que nos convoca a todos es el Espíritu Santo. Somos como miembros de una orquesta, de la cual Él es el director.
Y cabe pensar que lo que aplica a los miembros de una orquesta, puede aplicar también a nuestra vida espiritual.
1. Ensayar. Ninguna orquesta se presenta a tocar sólo el día del concierto. Suelen tardar meses ensayando muchas horas cada día. Tampoco nosotros podemos simplemente querer llegar al cielo sin haber ensayado, a toda hora, todos los días, amar, comprender, decir la verdad, consolar, ayudar...
2. Repasar lo que falla. Un músico pone más atención al pedacito que le sale mal, y se esfuerza en repasarlo, practicarlo una y otra vez hasta irlo dominando. Así también nosotros, hemos de ponerle más atención y practicar con más empeño eso que nos falla, por ejemplo, la paciencia o el perdón.
3. Ser puntual. Si un miembro de la orquesta llega tarde, no se puede empezar; hace a todos esperar y desesperar. Tampoco hemos de llegar tarde a la vida espiritual, estar posponiendo el encuentro con Dios, dejar para después leer la Palabra, para más tarde la oración, para otro día ir a Misa. La cita es hoy, ahora, ahorita.
4. No faltar. La ausencia de un músico se siente, y la nota que no dio, quedará sin tocar. Igual en la vida espiritual, lo que cada uno de nosotros puede hacer o dar, nadie más lo puede hacer o dar. Nuestras omisiones dejan vacíos que nadie más puede llenar.
5. Buscar la perfección. Un músico, por bueno o talentoso que sea, arruina el concierto si toca desganado, mediocremente, al ‘ahí se va’. También en la vida espiritual, hemos de esforzarnos por dar lo mejor. No importa que sea pequeño, se vuelve grande si lo hacemos con gran amor.
6. Dejarse dirigir. Un músico no puede tocar lo que le dé la gana y cuando se le dé la gana, debe obedecer al director. Igual en la vida espiritual, hemos de ser sensibles a las mociones del Espíritu Santo, amoldarnos a Su voluntad.
7. Trabajar en equipo. Si un músico de orquesta se siente solista, se cree mejor que los demás, se impacienta y los critica, generará molestia y desunión. En la vida espiritual nadie debe sentirse superior a otros, debemos recordar que todos somos iguales, miembros de la misma familia. Hay que hacer el esfuerzo por armonizar con todos; ser pacientes, con nosotros y con los demás, no criticar, empatizar, ayudar.
8. ¡Tocar! Ningún músico se debe quedar ‘ensayando’, ‘afinando’ toda la vida, tiene que lanzarse a tocar. También nosotros, no podemos quedarnos preparándonos toda la vida sin lanzarnos a dar aquello para lo que el Espíritu Santo nos quiso capacitar. Cada uno tendrá que considerar cuáles son sus dones y carismas, y ¡ponerlos ya a trabajar! No dejemos de participar en Su concierto universal.
9. No buscar aplausos. La orquesta se goza con la ovación del público, pero eso, en la vida espiritual, no debe suceder. No merecemos aplausos, porque si nos desempeñamos bien, no es mérito nuestro, sino de nuestro Director. Sólo al Espíritu Santo que alabar y agradecer.