¿Por qué me tengo que confesar con un sacerdote?
Alejandra María Sosa Elízaga*
‘¿Por qué me tengo que confesar con un sacerdote, que tal vez es más pecador que yo?’, preguntaba el otro día una persona, renuente a acudir al Sacramento de la Confesión.
A la primera parte de esa pregunta, cabe dar, al menos, tres respuestas:
1. La primera y más contundente de todas es que Jesús mismo lo quiso así.
Cuando resucitó y se apareció a Sus discípulos, les deseó la paz, sopló sobre ellos, y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos” (Jn 20, 22-23).
De este pasaje vale la pena notar tres cosas:
a) El gesto de Jesús de soplar, es muy significativo. Recordemos que Dios sopló el aliento de vida en las narices del primer hombre (ver Gen 2,7). Aquí está instituyendo un Sacramento que también dará nueva vida, en este caso al alma del pecador, al serle perdonado su pecado.
b) Jesús pudo enviar a Sus discípulos a invitar a la gente a confesarse directamente con Dios, pero no hizo eso.
c) El Señor les dio a Sus discípulos el poder de perdonar, en Su nombre, los pecados, pero no les dio el poder de adivinarlos, por lo que resulta evidente que quien deseaba obtener el perdón, debía confesarlos. Ese pasaje bíblico muestra el momento en que Jesús mismo instituyó el Sacramento de la Confesión.
Más adelante, san Pablo afirma: “Dios...nos reconcilió consigo por Cristo y nos confió el ministerio de la reconciliación” (2 Cor 5, 18).
2. La segunda razón, es que acudir a confesarse con un sacerdote, es sumamente sanador. Permite experimentar el extraordinario alivio de reconocer humildemente y confesar lo que estuvo mal; desahogarse con otro ser humano del que se puede estar seguro que no contará lo que oyó en la Confesión; recibir buen consejo; penitencia que ayude a expiar la culpa, y gracia de Dios que fortalece para no volver a caer en lo mismo.
Supongamos que alguien ha cometido un grave pecado, y le pesa en la conciencia, trae eso cargando. ¿Qué opciones tiene?
a) Puede pedirle directamente perdón a Dios, y quedarse siempre con la duda de si recibió de veras el perdón o sólo se lo imaginó.
b) Puede desahogarse contándoselo a su familia, que puede reaccionar muy mal, tal vez su cónyuge se quiera separar y sus hijos alejar.
c) Puede decírselo en confidencia a su mejor amigo, quien probablemente se escandalizará, no querrá continuar su amistad, y además lo platicará a sus cuates y esposa, con lo cual se armará un terrible chismerío que quién sabe en qué irá a parar.
d) Puede irse a confesar, recibir la absolución y experimentar la paz sin igual que da tener la seguridad de haber sido perdonado. También podrá quedarse tranquilo de que el confesor no va a platicarle a nadie lo que le confesó, y además recibirá consejo, penitencia y la gracia de Dios que le ayudarán a superar su pecado. Evidentemente ésta es la mejor opción.
A la segunda parte de la pregunta, cabe dar tres respuestas:
1. Quién acude al Sacramento de la Reconciliación, se está confesando con Dios. El sacerdote es simplemente un mediador.
2. El Sacramento de la Reconciliación no depende de la santidad del confesor, sino de Dios, por lo que da lo mismo que el confesor sea un gran santo o un gran pecador.
3. El hecho de que el confesor sea pecador, le permite comprender a quien peca. Por ejemplo, podemos suponer que san Pedro debe haber sido un confesor muy compasivo, pues como el mismo cayó, comprendía muy bien a quien había caído.
La Iglesia nos pide confesarnos al menos una vez al año, en Cuaresma. Dejemos de poner pretextos, busquemos un buen confesor y permitámosle ser, como Dios quiere, un medio por el cual recibamos Su perdón y Su amor.