¿Sabes mortificarte?
Alejandra María Sosa Elízaga*
'Mortificación' es una de esas palabras que, la verdad, a nadie le gusta. Suena a una desafortunada combinación de muerto y momificación, así que cuando llega la Cuaresma y con ella la invitación a mortificarnos, mucha gente no quiere ni pensar en eso.
La verdad es que la mortificación bien entendida no tiene nada que ver con muertos o momias, todo lo contrario, tiene que ver con la vida y el modo de vivirla más plenamente. Si el término nos suena a 'muerte' es porque en efecto, toda mortificación exige morir, hablando figurativamente, para dar el paso hacia una vida nueva.
¿Qué es una mortificación'?, ¿en qué consiste? En renunciar o posponer el disfrutar de algún bien. En un mundo que nos invita a satisfacer, de inmediato si es posible, hasta el menor de nuestros antojos, necesidades y caprichos, la mortificación nos invita a experimentar voluntariamente cierta incomodidad o molestia; al posponer o rechazar, con prudencia y en la medida de lo posible, la satisfacción de algún deseo lícito.
Hay quien considera que eso de mortificarse es una especie de masoquismo pasado de moda que no tiene sentido, pero entonces viene la Iglesia, año tras año, especialmente en Cuaresma, a recordarnos que la mortificación no es una práctica obsoleta, todo lo contrario, es un excelente camino de santificación. ¿Por qué? Porque nos ayuda en cuatro aspectos:
1. Para cultivar uno de los más ricos frutos del Espíritu Santo: el dominio propio
La mortificación nos enseña a no ceder al primer impulso, nos ayuda a crecer en el control de nosotros mismos, lo cual repercute positivamente en toda nuestra vida, nos hace capaces de reaccionar con mayor paciencia a las circunstancias adversas. Nos hace experimentar que es posible tener paz aun cuando no se cumple aquello que deseamos. Nos entrena para resistir las tentaciones y no ceder al pecado.
2. Para reparar los propios pecados
La mortificación puede ser ofrecida a Dios como sacrificio en reparación por los propios pecados. Es una especie de contrapeso en una balanza que se había inclinado demasiado hacia el lado de la pereza, el egoísmo y la autocomplacencia.
3. Para interceder por otros
La mortificación también puede ser ofrecida a Dios en reparación por los pecados de otros. Es ésta una práctica muy agradable a Sus ojos, porque está inspirada en un auténtico amor fraterno. Se debe amar mucho para estar dispuestos a padecer alguna incomodidad por el bien de los demás.
4. Para expresarle nuestro amor a Dios
Es la manera más perfecta de mortificación, pues no busca otra cosa que darle a Dios el regalo de nuestro esfuerzo, sin otra intención que la de mostrarle así nuestro amor por Él.
Cabe comentar que las mortificaciones desagradan muchísimo al demonio, por lo que siempre sucede que cuando alguien se propone realizar alguna mortificación, de inmediato surge una vocecita en su interior que le hace pensar que es algo desagradable, o que no va a poder, o que no tiene caso porque Dios ni se entera, en fin, que empiezan a surgir las razones y justificaciones para dejar aquello por la paz.
En ese caso, no hay que ceder a la tentación, sino tomarse más firmemente de la mano del Señor, y, como aconsejaba san Ignacio de Loyola, hacer lo opuesto a lo que sugiere el tentador. Con ello, le sale el ‘tiro por la culata’, y deja de molestar.
Jesús dijo que quien quisiera seguirlo tiene que negarse a sí mismo y tomar su cruz (ver Mt 16, 24). La práctica de sanas mortificaciones es una buena manera, entre otras, de responder a esta invitación de Jesús.