Una nueva Cuaresma
Alejandra María Sosa Elízaga*
‘Me da igual’, o ‘¡qué fastidio!’ o ‘¡qué bueno!’
¿Cuál de esas tres frases dices cuando te das cuenta de que ya está aquí una nueva Cuaresma?
Si elegiste la primera, tal vez no eres católico, o, si lo eres, tienes una idea distorsionada de la Cuaresma, la consideras, equivocadamente, una temporada llena de ritos y penitencias de los que no te interesa participar. No sabes lo que te pierdes. Ojalá reconsideres...
Si elegiste la segunda, tal vez has vivido anteriores Cuaresmas como un tiempo de privaciones y prácticas tan exigentes y pesadas, que ya estás deseando que termine cuando ¡todavía ni empieza!
Para poder elegir la tercera opción, necesitas ver la Cuaresma con un nuevo enfoque; dejar de padecerla y empezar a disfrutarla, dejar de considerarla un molesto paréntesis en tu vida cotidiana, y descubrirla como una oportunidad privilegiada.
Considera esta comparación.
Aquí sucede como cuando tienes en casa un closet, ropero, armario, covacha, alacena u otro lugar de almacenamiento, en el que has ido acumulando triques y tiliches al grado que ya no caben, cuando buscas algo ahí nunca lo encuentras, ya ni te acuerdas de lo que hay ahí adentro, y si se te ocurre abrir la puerta, la vuelves a cerrar de golpe antes de que te caiga encima la montaña de cosas.
Y cada vez te propones: ‘¡tengo que escombrar esto!’, pero lo pospones y lo pospones, porque te da flojera o porque no te sientes con fuerzas para lanzarte a tan inmensa tarea.
Y así puedes seguir quién sabe cuánto tiempo, hasta que un día alguien te dice muy entusiasta: ‘¡manos a la obra!, ¡yo te voy a ayudar!’, y entonces te animas y te lanzas a arreglar.
Y luego de tirar todo lo viejo, apartar lo que piensas regalar o prestar, y desempolvar y reacomodar lo que quieres conservar, te sientas a contemplar aquel lugar, todo ordenadito y limpio, y te sientes feliz de haberte decidido a arreglarlo, y agradecido con quien te animó a lograrlo.
Algo así sucede con la Cuaresma, con la diferencia de que no tienes sólo un día, sino cuarenta, para darle una arreglada a fondo al alma, que se ha ido llenando de cosas que hay que revisar, para ver si las tiras, las regalas, las prestas, o las guardas.
Y lo bueno es que cuentas con la Iglesia, que te da una ayuda invaluable en esta tarea:
Para todo aquello que no debías haber guardado, de lo que te debes deshacer (rencores, envidias, egoísmos y demás pecados), te ofrece la Confesión.
Para aquello que deberías regalar para que lo disfruten los demás, y no se vaya a desperdiciar, te propone la limosna, que no consiste en dejar caer una monedita en manos de un mendigo, sino en compartir tus dones, tus bienes, tu tiempo, es decir, darte a los demás.
Para lo que deberías prestar, aquello que seguirá siendo tuyo, pero de lo que temporalmente te puedes privar para beneficio de alguien más, te invita al ayuno y la abstinencia, a prescindir de algo bueno para que otro pueda disfrutarlo, lo cual te libera de apegos y ataduras y te ayuda a dominarte, a saber esperar, a negarte a ti mismo, en favor de los demás.
Y por último, para saber discernir todo lo anterior, decidir qué conservar y cómo emplearlo, te llama a la oración, a dedicar cada día un buen rato a dialogar con Dios, a entablar con Él una relación personal, descubrir cuánto te ama y a qué te llama, qué quiere que hagas con lo que te ha dado, con lo que has acumulado. Y este diálogo debe estar sólidamente asentado en Su Palabra.
El Papa Francisco nos ha pedido, en su mensaje de Cuaresma, que leamos y meditemos la Palabra, que es un don, una fuerza viva capaz de reorientar nuestros pasos hacia Dios, movernos a conversión.
Pidamos al Señor Su gracia para vivir esta nueva Cuaresma como un tiempo propicio para vencer nuestro letargo y resistencia, y lanzarnos a ‘escombrarnos’ el corazón: tirar, dar, prestar, guardar lo que sea necesario, para llegar a celebrar, renovados y gozosos, la Resurrección.