y los envió por delante...
a todas las ciudades y sitios a donde ÉL había de ir...'
(Lc 10,1)

Querido Papa Bene

Alejandra María Sosa Elízaga**

Querido Papa Bene

Tras el ‘¡Habemus Papam!’ tú saliste al balcón y yo salté de alegría.

Quería que fueras tú el elegido.

Te sabía artífice del Catecismo de la Iglesia Católica, autor de docenas de libros, y mis amigos en Roma platicaban maravillas de ti.

Sabía que presidías la Congregación para la Doctrina de la Fe y te tildaban de ‘inquisidor’, ‘dóberman’, ‘panzer-cardenal’, injustos apodos pues ejerciste el cargo no sólo con responsabilidad, sino con caridad.

Y lo que más me conquistó fue que en el funeral de tu antecesor noté con cuánta bondad y comprensión permitías que constantemente te interrumpieran con aplausos para el difunto Papa.

No había en ti el menor asomo de impaciencia, ni envidia, ni afán de protagonismo.

Nunca pensaste que te elegirían, cuando ya sentías al alcance de la mano la renuncia tantas veces postergada por petición de un superior que no quería dejarte ir...

Adiós sueño de regresar a Bavaria con tu querido hermano, a dedicarte a lo que te gustaba: enseñar, escribir, disfrutar tu música.

Aceptaste con todo el dolor de tu corazón de hombre y toda la disponibilidad de tu corazón de servidor de Cristo.

Dejaste mudos a quienes vaticinaban que impondrías tus criterios.

Dijiste, humilde siervo de la viña del Señor, que tu programa era escuchar y cumplir Su voluntad, junto con toda la Iglesia.

Y lo cumpliste.

No te hizo mella que te compararan negativamente con tu antecesor.

Te dedicaste a ser Papa, es decir, Padre y Pastor, y con tu estilo sabio, sereno, sencillo y discreto, nos fuiste apacentando.

De tu autobiografía y de cuantas entrevistas te hicieron me impactó tu sapiencia y humildad.

De tus escritos me fascinó tu capacidad de extraer nuevas riquezas, hallar la veta inexplorada a textos bíblicos tan conocidos que se creería que no habría nada más que comentar.

Me volviste ‘beneadicta’. Me aficioné a escucharte y leerte, y con frecuencia me detenía a releer algún pasaje por el puro gusto de disfrutar tu prosa luminosa, compartir tu pasión por la Biblia, o tu preocupación por el relativismo de hoy.

Agradecí tu visita a México y lamenté que ciertos medios te calumniaran llamándote ‘nazi’, siendo que tuviste que enrolarte a los 14 años para que no mataran a tu familia, y desertaste.

Que ‘no hiciste nada contra la pederastia’, siendo que pusiste en vigor normas estrictas.

Que ‘solapaste a Maciel’, quien engañó a medio mundo jurando que era inocente, siendo que le aplicaste el castigo más duro posible.

Que ‘no quisiste recibir a sus víctimas’, siendo que ni te enteraste.

Lo positivo es que unos pocos detractores no lograron empañar el gozo de millones de fieles felices de acogerte y saber que México te llegó al corazón.

Creía y esperaba que te tendríamos muchos años, y me cayó como agua helada saber que renunciaste, pero viendo el video donde lo anunciaste, comprendí tus razones, y me conmovió el valor y la humildad con la que confesaste tu fragilidad, que pediste perdón por tus defectos, y que tras casi ocho años de que te aclamen multitudes, elegiste vivir en soledad.

Gracias por el amor que te hizo aceptar y ahora te hace renunciar.

Gracias por desgastar tu vida en servirnos, por nunca escatimarte, dedicar aun tus vacaciones a escribirnos.

Cuando el día veintiocho des un último vistazo a tus habitaciones, una última mirada a la plaza repleta, un último abrazo a tus colaboradores, escuches los últimos aplausos y salgas calladamente por la puerta, habiendo soltado el timón de la barca de san Pedro, sé que el viento del Espíritu Santo inflará sus velas y la seguirá guiando, no la dejará naufragar. Pero te vamos a extrañar.

En el último discurso que te escuché dijiste que serías ‘invisible para el mundo’, y quiero que sepas que nunca serás invisible para mí.

Te miraré porque voy a seguir leyendo tus escritos; te miraré porque no voy a quitar la foto tuya que me sonríe desde la pared de mi cuarto; te miraré con los ojos del corazón, y te miraré, sobre todo, cuando te encuentre en los pasillos de la oración, en los que inevitablemente nos encontraremos porque tú rogarás por nosotros, por mí, y yo, nosotros, rogaremos por ti.

*Publicado el domingo 24 de febrero de 2013 en 'Desde la Fe', Semanario de la Arquidiócesis de México, año XVII, n.835, p.4. También en la pag web de 'Desde la Fe' (www.desdelafe.mx) y en la del Sistema Informativo de la Arquidiócesis de México (www.siame.com.mx)
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