Se va, pero no se va
Alejandra María Sosa Elízaga**
El mensajito viajó por celular, email, twitter, facebook, en segundos se hizo ‘viral’, y cuantos lo recibíamos no lo podíamos creer: ‘renunció el Papa’.
A muchos nos dio tristeza.
Sentimos que perderíamos al que durante casi ocho años ha sido nuestro querido padre y pastor, que se ganó nuestro corazón por sabio, sencillo y bondadoso.
Su voz de peculiar acento, los abundantes textos que escribió, nos daban siempre profundas enseñanzas, oportunos consejos, palabras luminosas.
Nos dolió imaginar su ausencia; nos sentimos sumidos en la orfandad.
Y surgieron las preguntas, ¿por qué?, ¿cómo es posible?, ¿qué pudo motivar tal decisión?, ¿por qué no siguió el ejemplo de Juan Pablo II y permaneció hasta el final?
La razón la dio desde el inicio de su pontificado, cuando dijo que no vino a hacer su voluntad.
Y es que el verdadero creyente no se manda solo, ni puede copiar lo que hacen otros, sino debe consultar todo con Dios.
Y Dios, que le pidió a Juan Pablo II quedarse, le propuso a Benedicto XVI retirarse.
Con la veracidad y transparencia que lo caracterizan él mismo lo explicó: “Después de haber examinado ante Dios reiteradamente mi conciencia, he llegado a la certeza de que, por la edad avanzada, ya no tengo fuerzas...”
Hizo lo que en cristiano llamamos ‘discernir’: examinar atentamente si una decisión que pensamos tomar es lo que Dios quiere o nos estamos dejando llevar por nuestros propios intereses.
No es secreto, el Papa mismo lo platicó, que luego de casi un cuarto de siglo laborando en el Vaticano, soñaba con retirarse a su Baviera natal, con su querido hermano, y dedicarse a enseñar, escribir y tocar piano, por lo que cuando en el Cónclave que lo eligió surgió su nombre, le dijo al Señor: ‘¡Por favor, no me hagas esto!’.
No hubiera querido ser Papa, pero aceptó por amor a Dios y a la Iglesia.
Y así, cuando le empezó a surgir la idea de dimitir, no quiso ceder a ella, sino examinarla a fondo y preguntarle a Dios si se la inspiraba Él.
Le tomó años.
Hasta que por fin estuvo seguro de que debía dejar el Papado.
Lo anunció y nos dejó impactados.
Nos impactó toparnos cara a cara con una rara virtud: la verdadera humildad.
Estamos acostumbrados a la falsa modestia, a quienes por fuera se las dan de humildes y por dentro están llenos de soberbia.
Pero el Papa no es de ésos.
En su discurso inicial se definió como un ‘humilde siervo en la viña del Señor’, y ha demostrado que lo es.
Se requiere humildad para que quien ha sido catalogado como el personaje más influyente del mundo reconozca ante otros que ha perdido las fuerzas; para pedir públicamente perdón por sus defectos; para que, teniendo una altura intelectual extraordinaria, crea genuinamente que hay otros mejores que él; para optar por regresar al anonimato, después de haber sido el ser humano más visitado, visto, leído, escuchado y aplaudido en el planeta.
Y se requiere también una certeza, que es suya y es nuestra: que no es un Papa sino el Espíritu Santo el que conduce y sostiene la Iglesia.
¿Se nos va el Papa? Sí y no.
Se va del Papado, pero podemos estar seguros de que hará como Moisés, que mientras sus gentes libraban la batalla, mantenía en alto el cayado de Dios, y por su intercesión les obtuvo la victoria (ver Ex 17, 9-13).
Nuestro querido Papa Bene no se desentenderá de nosotros, y a pesar de su dimisión, seguirá sosteniéndonos con su cayado de pastor, su cariño irrenunciable, sus escritos invaluables y su eficaz intercesión.
También en la pag web de 'Desde la Fe' (www.desdelafe.mx) y en la del Sistema Informativo de la Arquidiócesis de México (www.siame.com.mx)
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