Elefante, camello y caballo
Alejandra María Sosa Elízaga**
Recorrí todo el mercado y no encontré ni un elefante, ni un camello, ni un caballo.
Y antes de que alguien piense que cómo se me ocurre buscar allí a esos animales cuando más bien podría hallarlos en un zoológico, debo aclarar que estaba buscando figuritas para el Nacimiento que representaran a los animales que según la leyenda montaban los Reyes Magos.
Tal vez por razones prácticas se ha preferido representar a estos Sabios de Oriente a pie, pero hasta hace algunos años no era raro verlos sobre sus peculiares cabalgaduras, o, al menos, que las representaran echadas, descansando, en espera de ser montadas para llevar a sus amos a ver al Rey nacido en Belén.
Supe de niños que acostumbraban dejar tres vasos de leche y un plato de galletas para los Santos Reyes, un traste con agua para que bebieran sus animales y algo para que comieran, que, según la imaginación y recursos de los papás de los niños, podía ser desde el heno que sobró del Nacimiento, hasta las croquetas del perro (‘sí, también a ellos les gustan, mijito’).
Lamento esta ausencia porque cuando la familia se reúne ante el Nacimiento, y no me refiero sólo para verlo superficialmente, como turistas que lo miran desde fuera, sino para seguir el consejo de santos como san Ignacio de Loyola o san Francisco de Asís, y realmente dedicar un tiempo a contemplarlo, a meterse con la imaginación en la escena y aprovechar para orar y meditar sobre cada uno de sus elementos, se puede hacer una rica reflexión no sólo sobre los Reyes Magos y los dones que llevaron al Niño Jesús, sino también sobre sus cabalgaduras, y rogar a Dios que nos conceda imitar espiritualmente sus cualidades.
Y así, por ejemplo, podemos pedir tener, como el elefante, buena memoria para recordar todos los favores, todas las gracias con las que Dios nos colma cada día; imitar su fortaleza, para no flaquear en las situaciones difíciles; saber tener las orejas del alma siempre abiertas para escuchar la voz del Señor que nos llama y Su Palabra que nos ilumina.
Que como el camello, sepamos perseverar en el camino de la fe, aun si nos toca atravesar por desiertos, períodos de sequedad espiritual en los que nos sintamos tentados a abandonar la oración o dejar de ir a Misa o de confesarnos. Que del camello aprendamos a no permitir que se agote la reserva del agua viva que repara nuestras fuerzas, la que obtenemos del manantial inagotable del amor de Dios, el único capaz de calmar nuestra sed.
Y que como el caballo, estemos siempre dispuestos a partir veloces al encuentro del Señor, le entreguemos las riendas de nuestra vida y dejemos que Él nos conduzca por donde sea Su voluntad.
También en la pag web de 'Desde la Fe' (www.desdelafe.mx) y en la del Sistema Informativo de la Arquidiócesis de México (www.siame.com.mx)
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