Mil esfuerzos
Alejandra María Sosa Elízaga*
Nos topamos en los pasillos del centro de convenciones, ya tarde en la noche, y nos reconocimos: todos hacíamos lo mismo: deambular de aquí para allá, mientras sosteníamos nuestra lap top en lo alto.
¿Quiénes éramos y qué estábamos haciendo? ¿un nuevo deporte o ejercicio?, ¿una exótica danza ritual?, ¿una extraña rutina para combatir el insomnio?
Nada de eso.
Simplemente éramos colaboradores de semanarios católicos, que debíamos entregar nuestro artículo antes del temible cierre de la edición, y como en la habitación no había señal de internet, habíamos salido a tratar de ‘pescar’ una.
Estábamos participando en un encuentro de comunicadores católicos, y a diferencia de la mayoría de los asistentes, que hacía horas se habían ido a dormir, nosotros continuábamos despiertos, pensando qué escribir o escribiendo, y buscando luego el modo de mandar lo escrito.
En eso logramos captar una señal e hicimos ‘bolita’, unos sentados en el suelo, otros en cuclillas o de pie, todos tecleando velozmente, y poco a poco, conforme cada uno fue enviando su texto, nos pudimos relajar y nos pusimos a platicar.
Descubrimos que aunque todos escribíamos para distintos semanarios, vivíamos algo similar cada semana: un proceso que nos retaba, exprimía y agotaba, pero que ¡no lo cambiábamos por nada!
Comentamos que a veces pasábamos horas o días pensando qué tema podría ser de interés para ayudar a nuestros lectores en su vida de fe.
La mayoría admitió que solía desvelarse para escribir, ya que es de noche, cuando mejor se puede trabajar en silencio y es raro que alguien llegue a interrumpir.
Nos consoló comprobar que tampoco a los demás les salían los artículos a la primera, que a veces se sabe el tema, pero no cómo abordarlo, y hay que pensarlo y repensarlo.
Y coincidimos en que cuando al fin terminamos y damos el ansiado ‘clic’ a ‘enviar’, sentimos el cerebro exprimido y el cuerpo cansado, pero se trata de un cansancio feliz por la satisfacción de un trabajo bien cumplido.
Alguien compartió que percibía la pantalla de la computadora como si fuera una ventana, por la que lanzaba una paloma mensajera, con el texto recién escrito atado a la patita. No sabía a quién llegaría, quién lo leería o con qué fruto, y sólo le quedaba pedir a Dios que esas palabras llegaran a quienes mejor las aprovecharan.
Reconocimos que nuestra labor consiste en sembrar, no en cosechar; que no conocemos a nuestros lectores, pero los amamos y queremos darles lo mejor para iluminar su fe, fortalecer su esperanza y alentar su caridad.
Terminada aquella tertulia nocturna, cada quien se fue a su habitación, feliz de haber revalorado su vocación, y de haber conocido colegas que se volvieron amigos.
Recordé aquella inesperada charla nocturna, ahora que ‘Desde la Fe’ cumple mil ediciones, es decir, lleva mil veces publicándose cada semana, y por lo tanto mil veces le ha sucedido lo que suele suceder en torno a una publicación como ésta: su cuidadosa planeación, elaboración e ilustración; la coordinación de todos los colaboradores, la presión del cierre de edición y de distribuirlo bien y a tiempo, y luego, casi casi sin transición, el empezar de nuevo todo este proceso.
¡Sólo Dios sabe los esfuerzos y desvelos que conlleva esta labor, que sólo puede llevarse a cabo con ayuda de Su gracia, y con mucho amor!
Damos gracias a Dios y a quienes han contribuido para que ‘Desde la Fe’ lograra llegar este millar. ¡Enhorabuena y oremos para que alcance miles más!