¡Porque resucitó!
Alejandra María Sosa Elízaga*
Hoy en día, en ciertos ambientes, si una persona comenta que está dedicada a profundizar o participar en algún tipo de espiritualidad exótica, de preferencia oriental, o que dé la impresión de ser algo que sólo unos pocos iniciados e iluminados pueden comprender, de inmediato recibe la aprobación e incluso la admiración de sus oyentes.
Pero si una persona declara que es católica y que le gusta profundizar y participar en lo relativo a su fe, de inmediato la tildan de fanática, mocha, ignorante, retrógrada, atorada en la Edad Media, y recibe, en el mejor de los casos, un silencioso desdén, y en el peor, burlas e insultos.
Y muy probablemente no faltarán quienes le citen la lista de críticas y quejas que suelen citar los anticatólicos, que incluye toda clase de rumores y falsedades acerca de la Iglesia, pero curiosamente evadirán citar la razón fundamental que mueve a una persona a ser católica: su fe en Jesucristo.
Y es que ahí está la gran, la grandísima diferencia, entre seguir una espiritualidad que tal vez sea muy popular, folclórica o interesante, creada por una persona que se murió, y seguir a Jesucristo, que anunció que daría Su vida por nosotros, para salvarnos del pecado y de la muerte, y lo cumplió, porque cuando murió no se quedó muerto, ¡resucitó!
La Resurrección lo cambia todo.
Le da credibilidad a cuanto Jesús hizo y dijo, y vuelve muy relevante para todos, conocerlo y seguirlo.
Dice san Pablo, que si Cristo no hubiera resucitado, seríamos los más infelices de los seres humanos (ver 1Cor 15,12-22), claro, porque viviríamos engañados, pero no es así, porque Cristo sí resucitó, y hay incontables pruebas de ello.
Consideremos simplemente, la validez de los textos bíblicos que narran la Resurrección, escritos por contemporáneos Suyos. Los antropólogos reconocen un gran valor histórico a documentos elaborados cientos de años después de un acontecimiento, cuánto más a los Evangelios, escritos en tiempos de Jesús.
Consideremos también el cambiazo de actitud de Sus apóstoles, que al ver a su Maestro aprehendido, condenado, abofeteado, escupido, coronado de espinas, golpeado, flagelado, cargado con la cruz por el Calvario, despojado de Sus vestiduras y crucificado, huyeron aterrados porque tenían pavor de que les sucediera algo parecido. Y a partir de que Jesús Resucitado se les apareció, cuando estaban encerrados a piedra y lodo, y les demostró que estaba Vivo, comprendieron, porque no la habían comprendido, la Resurrección de su Señor, y salieron a predicarla, libres de todo temor.
Y sufrieron, como sufren hoy muchos cristianos, persecución, tortura y muerte, pero no les importó, porque tenían la certeza de que Jesús resucitó.
Y consideremos también el testimonio sobrenatural que quedó impreso en la Sábana Santa, instantánea de la Resurrección, en el que el cuerpo de un hombre que no puede ser otro que Cristo, emitió una radiación y desapareció, dejando hueca la sábana que lo envolvía, y en su interior, impresa su imagen, como en un negativo fotográfico, junto con las manchas de sangre de las heridas de la corona, la flagelación, la crucifixión.
La razón para tener fe en algo, para seguir a Alguien, no puede ser otra que la de que es verdad.
Los católicos no estamos en la Iglesia porque todos sean santos, simpáticos o coherentes, o porque esté de moda, o porque busquemos un conocimiento oculto que nos haga sentir superiores, no. Somos católicos por la razón más sencilla y poderosa que existe: porque es la única Iglesia que Jesucristo fundó, y porque Él no fue simplemente un gurú, un gran líder, un gran filósofo o un soñador, sino verdadero Dios y verdadero Hombre, y cuando murió, no quedó muerto y sepultado, ¡¡resucitó!!, y lo sabemos, lo sentimos, lo celebramos, ¡Vivo y presente a nuestro lado!