y los envió por delante...
a todas las ciudades y sitios a donde ÉL había de ir...'
(Lc 10,1)

Semana Santa en el Año de la Misericordia

Alejandra María Sosa Elízaga*

Semana Santa en el Año de la Misericordia

El Papa Francisco nos ha invitado a poner la mirada en la misericordia de Dios, para valorarla, aprovecharla, agradecerla y también comunicarla a quienes nos rodean.

Por ello nos convocó a este Año Santo de la Misericordia que estamos viviendo, y por ello vale la pena que vivamos la Semana Santa en clave de misericordia, es decir, que reflexionemos en cómo se manifiesta la misericordia divina en todo lo que vayamos conmemorando y celebrando, y nos sintamos conmovidos y movidos a agradecerla y a compartirla.

JUEVES SANTO

Misa Crismal en Catedral

Es la única Misa que se celebra en la mañana. En ella los sacerdotes renuevan las promesas que hicieron en su ordenación. Acompañémoslos, si no físicamente, sí en oración. Consideremos qué terrible sería que no tuviéramos sacerdotes que nos acerquen a los Sacramentos, y cuán misericordioso es Dios que nos permite tenerlos.

También se bendicen el santo crisma, que se usa en el Bautismo, Confirmación y Ordenación; el óleo de los catecúmenos, que se usa en el Bautismo, y el óleo santo que se usa en la Unción de Enfermos.

El Papa Francisco hace notar que ante el pecado del hombre, Dios respondió con misericordia, haciéndose hombre, haciéndose cercano. Estos óleos son muestra de ello: con ellos nos ungen cuando por pura misericordia del Padre entramos a formar parte de Su familia, cuando recibimos Su Espíritu Santo, y cuando estamos enfermos o ancianos y necesitados de sanación de alma y cuerpo.

Misa de la Cena del Señor

Conmemoramos la Última Cena, la extraordinaria misericordia de Jesús, que quiso quedarse entre nosotros, para acompañarnos, fortalecernos, consolarnos, permitiéndonos recibirle y contemplarle, realmente presente en la Eucaristía.

Conmemoramos que en esa noche instituyó el sacerdocio, nos dejó sacerdotes, que nos acercan a Su Palabra, a Su perdón, a Su Cuerpo y Sangre, que lo hacen presente entre nosotros.

Y recordamos que Jesús lavó los pies de Sus apóstoles, gesto de inaudito amor y humildad con que nos enseña que amar es servir y al servir hallamos la felicidad.

Después de la Misa

El Copón con la Eucaristía se coloca en un monumento, el altar queda desnudo y el Sagrario vacío y abierto. Contemplándolo pensemos en tantos cristianos que así ven siempre los Sagrarios de sus iglesias, porque viven en medio de una feroz persecución religiosa que no les permite celebrar la Eucaristía, y pidamos por ellos.

Visualicemos a Jesús, que pasó la noche preso, acompañémoslo, consolémoslo, con oración de gratitud y de reparación.

VIERNES SANTO

Viacrucis y sermón de las siete palabras


Descubramos en cada estación y en cada palabra, la misericordia del Señor. Tengamos presentes estas palabras de san Pablo: “Me amó y se entregó por mí” (Gal 2,20).

Liturgia de la Pasión del Señor

Éste es el único día de todo el año en que en todo el mundo no se celebra la Misa, como señal de luto por la muerte del Señor. El sacerdote que preside, entra en silencio y se postra en el suelo. No hay palabras para expresar nuestro azoro ante la misericordia del Padre, que nos entregó a Su Hijo, y la del Hijo que dio Su vida pasa salvarnos.

Procesión del silencio

Es una bella devoción, ‘desandar’ el viacrucis, acompañando a María, Dolorosa, para consolarla y agradecer la gran misericordia que nos tiene al habernos acogido como hijos cuando desde la cruz Jesús nos la dio por Madre.

SÁBADO POR LA NOCHE

Vigilia Pascual

Dice el Papa Francisco que la historia de la salvación es la historia de la misericordia de Dios hacia Su pueblo, hacia nosotros.

Esta noche todo nos lo recuerda. Es la más grande celebración del cristianismo. Dejemos que cada signo, cada palabra, cada parte nos hable del misericordioso corazón de Dios que con Su Pascua hizo posible nuestro paso de la oscuridad a la luz, de la esclavitud a la libertad, de la muerte a la vida.

Domingo de Pascua y tiempo pascual

La Pascua, prueba máxima de la misericordia divina, es un acontecimiento tan importante, que no basta un día para contenerlo. La Iglesia lo celebra durante cincuenta días, que inician con la llamada ‘octava de Pascua’, ocho días en que pareciera que el tiempo se detiene en el Domingo de Pascua. Que no nos pase desapercibido, que lo aprovechemos para seguir contemplando y celebrando la Resurrección del Señor, muestra irrefutable de Su poder y de Su amor.

Publicado en 'Desde la Fe', Semanario de la Arquidiócesis de México, domingo 20 de marzo, 2016, p. 2