y los envió por delante...
a todas las ciudades y sitios a donde ÉL había de ir...'
(Lc 10,1)

Principio, no paréntesis

Alejandra María Sosa Elízaga**

Principio, no paréntesis

Dicen que lo que bien se aprende, no se olvida.

Y para aprender algo, lo mejor es practicarlo, habituarse a hacerlo.

El Papa Francisco nos ha invitado a practicar durante este Año Santo, y en especial durante la Cuaresma, obras de misericordia, corporales y espirituales.

Quiere que estemos atentos a las necesidades de los demás, para poder saciar su hambre y sed, su necesidad de vestido, techo, compañía, consejo, corrección, consuelo, enseñanza, perdón, intercesión.

Y para responder a su llamado, tal vez tenemos que reajustar nuestra idea de la Cuaresma.

Mucha gente la considera un paréntesis en su vida normal, parecido a lo que sucede cuando oprimes el botón de ‘pausa’ en el control remoto, y una película de acción queda momentáneamente congelada, lo cual te permite ir por algo de comer, o ir al baño, o atender la puerta o el teléfono, y al regresar y quitar la pausa, la película sigue exactamente en donde se quedó cuando la pausaste.

Hay quienes piensan que la Cuaresma es sólo una pausa durante la cual se congela temporalmente su vida, para realizar ciertas prácticas piadosas, en espera del momento feliz de quitar la pausa y retomar la vida exactamente como estaba antes de la Cuaresma, con sus costumbres de siempre, y sus pecados de siempre.

Y por eso, Cuaresmas van y Cuaresmas vienen y siguen en las mismas, sin aprovecharlas para su propio bien y el de los demás.

Y es que la Cuaresma no debía ser considerada un paréntesis, sino un principio, un tiempo para empezar a entrenarnos en buenos hábitos. Y así como un atleta no deja de entrenar, aunque haya pasado la competencia, cuando termine la Cuaresma hemos de seguir entrenándonos, practicando lo que en ella practicamos.

Que quien se esforzó por no ‘comer prójimo’, no aproveche la Pascua para volver a darse un atracón de chismes; quien empezó a ayudar a un necesitado, no se desentienda de él en Pascua; la familia que se reunió a orar el Rosario durante la Cuaresma, no deje de rezarlo en Pascua.

A este Cuarto Domingo de Cuaresma, se le conoce también como ‘Domingo de la Alegría’, y en la liturgia se emplean vestiduras de color rosa, en lugar de moradas.

¿A qué se debe este gozo, si todavía seguimos en Cuaresma?

A que ya estamos más allá de la mitad, ya sólo falta un domingo más para que sea Domingo de Ramos y comience la Semana Santa, y no porque ésta sea tiempo para vacacionar, (las vacaciones debían tomarse en Pascua), sino porque en ella conmemoramos lo más fundamental para nuestra fe: La institución de la Eucaristía y del sacerdocio, el Jueves Santo; la Pasión y Muerte del Señor, el Viernes Santo, y Su Resurrección, el Domingo de Pascua.

Y ojalá quepa también pensar que la alegría se debe a que nos regocija y emociona poder tener un nuevo comienzo en nuestra vida, que no importe cuántas veces hemos intentado y fallado, esta vez lograremos, con la gracia de Dios, volver a empezar, para tener paciencia, tolerancia, sensibilidad hacia las necesidades de los demás, disponibilidad para amar, para servir, para orar, para perdonar.

Nos alegra tener cuarenta días para entrenarnos, cuarenta días para aprender bien la lección, para dejar atrás, y no volverlas a recuperar después, actitudes, costumbres, contrarias a la voluntad de Dios, y así cuando llegue la Pascua, no regresar a lo anterior, sino seguir avanzando hacia adelante, consolidando nuestro nuevo comienzo, con la gracia, con la ayuda del Señor.

 

Publicado en ‘Desde la Fe’, Semanario de la Arquidiócesis de México, dom 6 mar 2016, p. 2