y los envió por delante...
a todas las ciudades y sitios a donde ÉL había de ir...'
(Lc 10,1)

Pena de muerte

Alejandra María Sosa Elízaga**

Pena de muerte

Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva (ver Ez 18, 23), pero nosotros solemos reaccionar de manera muy distinta.

Si el pecado cometido afecta gravemente nuestra integridad física o la de nuestros seres queridos, o nuestros bienes materiales o espirituales, solemos reaccionar negativamente, pensar horrores del pecador, desearle o intentar provocarle algún mal.

Se nos olvida que también somos pecadores, y que si Dios no envía fuego del cielo para achicharrarnos, no es porque no hayamos cometido pecados que lo ameriten, sino porque, como dice san Pedro, Dios tiene paciencia con nosotros, “no queriendo que algunos perezcan, sino que todos lleguen a la conversión” (2Pe 3, 9-10).

Reconocer que hemos recibido, sin merecerla, Su misericordia, debía movernos a compartirla.

Al respecto, resulta significativo que el Papa, que en este Año Santo nos ha invitado a ser “misericordiosos como el Padre”, ahora nos llama a bajar del estrado de jueces despiadados desde donde condenamos a los demás, y en cambio darles tiempo y oportunidad de arrepentirse.

Pide abolir la pena de muerte, y que durante el Jubileo de la Misericordia no haya ninguna ejecución.

Dice el Papa que “las sociedades modernas tienen la posibilidad de reprimir eficazmente el crimen, sin quitarle definitivamente a aquel que lo ha cometido la posibilidad de redimirse”, y que “el mandamiento ‘no matarás’ tiene valor absoluto y se refiere tanto al inocente como al culpable” (Papa Francisco, mensaje pronunciado durante el Ángelus, 21 feb 16).

Ojalá su petición provoque al menos estas tres reacciones:

1. Respaldo

Existen razones de peso para respaldar la propuesta del Santo Padre.

En primer lugar, desde el punto de vista de la fe, es tremenda la responsabilidad de no darle tiempo al pecador para arrepentirse y reconciliarse con Dios y con sus semejantes.

Si se iba a convertir mañana, pero lo ejecutan hoy, quien lo manda ejecutar deberá rendir cuentas a Dios por impedir la conversión de aquel hermano.

Cabe mencionar que quien condena a muerte a un asesino, no se diferencia de él, y que vengarse da una satisfacción falsa; sólo el perdón da verdadera paz al corazón.

En segundo lugar, en el combate al crimen, la pena de muerte es ineficaz. A los delincuentes les da más miedo pensar en ya no salir de la cárcel, que en salir de este mundo.

En tercer lugar, pero no por ello menos importante, las estadísticas muestran que se suele condenar a muerte a los pobres, a minorías étnicas, a quienes no tienen cómo defenderse.

Se cometen grandes injusticias que se vuelven irremediables cuando un delincuente, del que se hubiera podido demostrar su inocencia, ha sido ejecutado.

2. Oración

Oremos para que esta iniciativa del Papa sea acogida en todo el mundo, y que ante el crimen, en lugar de brutal represión, se procure la conversión, no sólo de los presos, sino de todos los involucrados en la situación.

3. Reflexión

No sólo los gobiernos condenan a muerte, también nosotros, cuando deseamos que alguien se muera, o pensamos: ‘para mí, como si estuviera muerto’, y lo privamos de nuestro afecto, comprensión e intercesión.

En esta Cuaresma dentro de este Año Santo dedicado a la misericordia, tenemos la gran oportunidad de abolir también de nuestro corazón la pena de muerte, pena en sentido de castigo, y pena como sinónimo de pesar y vergüenza por nuestra falta de perdón.

Como pide el Papa Francisco, no olvidemos que somos pecadores y no descartemos ni demos por perdido a otros pecadores, sino mirémoslos como les mira Dios, misericordiosamente, rescatemos lo bueno y encomendémoslos al Señor, para que puedan superar lo malo, con ayuda de Su gracia y nuestra solidaridad y amor.

 

Publicado en ‘Desde la Fe’, Semanario de la Arquidiócesis de México, dom 28 feb 16, p.2