Jubilación urgente
Alejandra María Sosa Elízaga**
Si le preguntas a los niños qué se celebra el 25 de diciembre, muchos de ellos contestarán sin dudarlo: ‘¡que viene Santa Claus!’.
¿A qué se debe esto?
A que durante demasiado tiempo muchos papás y mamás se han dejado embaucar por la idea falsa de que es muy bonito que los niños crean que vendrá Santa Claus, y han puesto todo de su parte para perpetuar esa mentira: se han endeudado con tal de conseguir lo que sus hijos le pidieron; han hecho malabarismos para envolver los regalos a escondidas y entregarlos a tiempo, e incluso han estado heroicamente dispuestos a no recibir reconocimiento ni gratitud (y sí, con frecuencia, tremendo berrinche, si lo comprado no cumple las expectativas).
Todo sacrificio les ha parecido poco con tal de que sus pequeños no perdieran la ‘ilusión’.
Pero cabe preguntar, ¿vale la pena preservar esa ilusión?
La verdad es que habría que reconsiderar el asunto, pues no todas las ilusiones son beneficiosas para el alma, y, hay que decirlo, la invención de este banal personaje por parte de una refresquera, es ejemplo de las que no conviene mantener, porque fue fríamente calculada para distorsionar lo que se celebra en Navidad.
Consideremos lo siguiente:
1. Los niños suelen confundir fantasía con realidad, por lo que resulta muy inconveniente que el día que nace el Niño Jesús, ‘llegue’ también Santa Claus.
Eso favorece que los pequeños piensen que ambos son iguales, e incluso que Santa Claus es más real, porque deja regalos, y a Jesús lo vean sólo cómo muñequito en un Nacimiento.
Y lo grave suele venir después: cuando el niño compruebe que Santa Claus no existe, puede concluir que tampoco existe Jesús, pues ambos han quedado ligados en su recuerdo como mágicos mitos infantiles.
2. En estos tiempos en que se pone tanto énfasis en lo material y se promueve un desenfrenado consumismo, la Navidad ofrece una gran oportunidad para prestar atención a los valores que el Niño Jesús viene a traer: paz, amor, alegría, buena voluntad, solidaridad.
El que haya un personaje que ‘trae regalos’ interfiere con esto, redirige la atención de los niños hacia lo material, en lugar de lo espiritual.
3. Jesús dijo que “hay más alegría en dar que en recibir” (Hch 20,35), la Navidad nos invita a vencer el propio egoísmo y aprender a dar a los demás, es una buena ocasión para enseñar a los chiquitos a compartir con los que menos tienen, pero eso se dificulta tremendamente cuando creen que vendrá Santa Claus, porque entonces centran su atención en lo que quieren recibir, y se dedican a escribirle para pedir, pedir y pedir.
4. Jesús viene a traer alegría, amor y paz a todo el mundo. En cambio Santa Claus sólo trae regalos a niños de familias con dinero, no a pequeños pobres o marginados.
Ello anima a muchos chiquillos a pensar que es aceptable la injusticia y la desigualdad, y que mientras ellos reciban mucho, no importa que otros no reciban nada.
5. En muchos hogares católicos sobreabundan las decoraciones con imágenes de Santa Claus, que aparentemente son muy simpáticas e inofensivas, pero propician que muchos niños ignoren y muchos adultos olviden la verdadera razón de la Navidad: que Dios nos ha dado el mejor regalo: que nos ama tanto que se hizo Hombre, que contamos con Él no sólo un día sino siempre, que nos acompaña, nos comprende, nos consuela, nos rescata, nos salva del pecado y de la muerte.
Santa Claus lleva ya demasiados años carcajeándose de quienes le hacen el juego esperando con más ilusión su venida que el Nacimiento del Niño Dios.
Es hora de variar, y darle a él un obsequio: su jubilación; mandarlo a disfrutar un merecido descanso en el Polo Norte de la imaginación, y asegurarnos de que no regrese a estorbarnos, pues es urgente que podamos recuperar el verdadero sentido de la Navidad.