y los envió por delante...
a todas las ciudades y sitios a donde ÉL había de ir...'
(Lc 10,1)

Ayuda a la hermana Flor

Alejandra María Sosa Elízaga**

Ayuda a la hermana Flor

Nos ganó desde que la vimos llegar.

Vistiendo orgullosamente el hábito de su congregación, con sus años a cuestas y su mirada buena, caminando animosa cargando ella solita tremenda hielera en la que traía el platillo que había preparado con la esperanza de quedarse en Master Chef México, un concurso de cocina al que un sacerdote la animó a inscribirse.

De entre miles de aspirantes, fueron elegidos trescientos, luego cincuenta, veinticinco, y por último dieciocho, que obtuvieron el anhelado delantal blanco que portarían al enfrentar dificiles retos culinarios, intentando escapar la temida eliminación semanal y llegar a la final para obtener el codiciado premio de un millón de pesos.

Nos dio ternura la cara que puso cuando sacó su refractario y vio que el contenido se había apelmazado todo de un lado, y que no se amilanó sino se dispuso a remediarlo; su simpática respuesta para defender su platillo cuando le preguntaron si era digno de participar; su alegría al obtener la cuchara de palo, y su gozosa incredulidad cuando le dieron su delantal blanco y le pidieron quedarse a concursar.

Caso único: cuando salió, los jueces se acercaron a ‘lamer el caso’: a raspar lo que quedó en el fondo, primera probadita de sus famosas deliciosas salsas.

Su nombre es Florinda Ruiz, mejor conocida como la ‘hermana Flor’.

Cada semana queríamos ver qué cocinaría, nos inquietaba que recibiera el ‘mandil negro’, que la ponía en riesgo de eliminación, y nos alegraba que superara la prueba.

Llamó la atención su buen humor, su sencillez, la humildad con la que aceptaba críticas, su manera simple, espontánea y eficaz de evangelizar con un comentario o cita bíblica, relacionando su vida de fe con su vida en el programa.

También la vimos caer, como cuando fuera de tiempo incluyó una salsa que tenía elaborada pero extraviada. Su sincera admisión de su falta hizo reír a los jurados, y a nosotros nos conmovió su arrepentimiento: la disfrutamos muy humana y muy cristiana.

En cada programa cada participante comentaba su sentir ante la cámara. Todos aprovechaban para criticar a otros (hubo comentarios peyorativos y racistas que daban pena), pero no la hermana Flor, que dio testimonio cristiano no hablando nunca mal de nadie.

Llegó a la final, donde alguien reveló que no era una hermana más, sino la madre superiora de su comunidad, otra prueba más de su humildad.

Pero no ganó.

El premio se lo llevó un joven esforzado, que lo merecía, pero qué pena que la hermana Flor se quedó con las manos vacías, porque no buscaba el premio para sí misma, sino para su comunidad, la congregación pasionista, que tiene una deuda millonaria adquirida en su labor misionera, evangelizando y ayudando a los más necesitados.

Semanas después de terminado el concurso, un programa mostró cómo a los participantes les mejoró la vida, unos obtuvieron becas, empleos, más comensales; alguno incluso comenzó a edificar su restaurante.

Sólo la hermana Flor volvió a su discreta labor de preparar los alimentos diarios para doscientos futuros sacerdotes que estudian en el Seminario Palafoxiano de Puebla.

Es algo que ella disfruta mucho hacer, pero da pena que no cumpliera su sueño de contribuir con ‘su granito de arena’ a solventar o al menos rebajar la deuda de su comunidad.

Ojalá podamos ayudarla.

En la parte inferior de esta página aparece la cuenta a la que le puedes depositar un donativo.

Qué bueno sería que este 21 de noviembre, cuando la hermana Flor celebre su aniversario de haber ingresado a la congregación, reciba de regalo el gustazo de descubrir que le logramos reunir una generosa aportación.

 

Ayuda a la hermana Flor.

Aporta en Banco Azteca un donativo a nombre de: Celiza Juana Ruiz Carapia (es el nombre civil de la hermana Flor). Cta: 127650013677586374

Publicado en "Desde la Fe", Semanario de la Arquidiócesis de México, dom 29 nov 15, p.2