Pidan...¿lo que quieran?
Alejandra María Sosa Elízaga* *
‘Que me gane la lotería’, ‘que nunca me enferme’, ‘que esos vecinos que me caen mal se muden a Timbuctú’, ‘que el que me la hizo, me la pague’...
Estas peticiones u otras parecidas seguramente encabezarían la lista que le presentaríamos a Dios si entendiéramos al pie de la letra lo que dicen dos frases tomadas de las lecturas que se proclaman este domingo en Misa.
En la Primera Lectura, asegura san Juan, refiriéndose a Dios: “ciertamente obtendremos de Él todo lo que le pidamos” (1Jn 3, 22), y en el Evangelio, Jesús afirma: “pidan lo que quieran y se les concederá” (Jn 15, 7).
No faltan quienes con base en estas solas frases, creen y predican que se puede obtener de Dios lo que sea, que nomás hay que pedírselo; y cuando a alguien esto no le resulta, le reprochan: ‘es que te faltó pedirlo con convicción’, como si pedir pensando ‘sí-me-lo-dará-sí-me-lo-dará-sí-me-lo-dará’, garantizara obtenerlo.
Se malinterpretan esos textos cuando se sacan de su contexto.
Ni san Juan ni Jesús prometen que Dios cumplirá todas nuestras ocurrencias y caprichos.
Ambos ponen condiciones.
Dice san Juan que si “cumplimos los mandamientos de Dios y hacemos lo que le agrada”, Dios nos concederá lo que le pidamos.
Y Jesús también plantea algo semejante, dice que si permanecemos en Él, y Sus palabras permanecen en nosotros, nos concederá lo que pidamos.
Aquí pasa como cuando leemos una oferta y con letras pequeñitas y hasta abajo dice: ‘aplican restricciones’, como quien dice, la oferta no es tan amplia ni tan incondicional como parece, conseguirla tiene, como decimos en México, sus ‘asegunes’.
No se promete conceder todo a quien sea, sino a quien cumpla los mandamientos de Dios, quien haga lo que a Dios le agrada, quien permanezca en Él.
¿Por qué esas condiciones?
No es porque Dios no quiera atender las peticiones de los que no cumplen Sus mandamientos; a lo largo de la Biblia y de nuestra propia historia, comprobamos una y otra vez, que siempre está dispuesto a hacer el bien, a buenos y a malos.
Lo que sucede es que sólo se le puede conceder lo que pida a quien cumpla esas condiciones, porque una persona así jamás pediría algo que vaya en contra de la voluntad de Dios, jamás pretendería saber mejor que Dios lo que le conviene, jamás se emberrincharía exigiendo algo que desagradara a Dios.
Y así, por ejemplo, no pediría ganarse la lotería, porque no buscaría acumular bienes materiales y apegarse a ellos; no pediría no enfermarse nunca, porque sabría que una enfermedad puede ser para bien, para crecer en humildad, paciencia, compasión, amor, y que un sufrimiento unido al de Cristo, se vuelve redentor; no pediría que sus vecinos desaparecieran, sino fortaleza y mansedumbre para soportarlos; no pediría venganza para quien le ha hecho algo malo, sino capacidad para perdonarlo.
Si supiéramos siempre pedir conforme a Su voluntad, Dios concedería siempre lo que le pidiéramos.