El verdadero descanso de Semana Santa
Alejandra María Sosa Elízaga**
Impacta una anécdota sobre Juan Pablo II.
Durante un viaje volvió exhausto a donde se hospedaba. Todos pensaron que iría directo al comedor y luego a tomar una merecida siesta, pero entró a la capilla. Pasó tres horas en oración y salió con brío renovado a seguir su apretado itinerario.
Su alimento fue espiritual. Descansó más orando que durmiendo.
Recordamos cuando los apóstoles preguntaron a Jesús si compraban algo para comer y respondió: “Yo tengo un alimento que vosotros no conocéis” (Jn 4,32). Pensaron que alguien le trajo comida, pero se refería a otro tipo de alimento: cumplir la voluntad de Su Padre (ver Jn 4, 34).
Empezamos Semana Santa, y mucha gente justifica salir a vacacionar diciendo: ‘es el único tiempo que tenemos para descansar’.
Cabría responder: ‘¿quieres de veras descansar?, entonces quédate a participar y obtendrás un descanso que no se compara con ningún otro porque será no sólo del cuerpo sino del alma.
Preguntémonos: ¿de qué necesitamos descansar?, ¿del ajetreo de la vida cotidiana?, ¿del agobio de las presiones?, ¿de una mala racha de problemas y dificultades? De eso no se descansa tendido al sol untado de bronceador, es como ponerle pausa a una película de horror; para descansar hay que dedicar tiempo de calidad al Señor.
¿Por qué? Porque repasar lo que Jesús dijo, lo que hizo, lo que padeció por amor a nosotros, a mí y a ti, nos desagobia y da una nueva perspectiva para vivir la vida con renovada esperanza, fortaleza, paz y alegría.
Y así, por ejemplo, el Jueves Santo por la mañana, mientras tal vez muchos que se fueron de vacaciones exclamen: ‘¡qué horror, está llenísimo!’, nosotros diremos: ‘¡qué maravilla, está llenísimo!’, al contemplar la Catedral abarrotada de sacerdotes que concelebrarán la Misa Crismal y renovarán sus votos. Nos descansará el alma saber que contaremos con ellos para administrarnos los Sacramentos.
Y al ver las grandes vasijas con Santos Óleos que serán bendecidos y distribuidos a parroquias, nos alegrará saberlos destinados a quién sabe cuántos Bautismos, Confirmaciones y Ordenaciones; y que con ellos nuestros enfermos, ancianos y moribundos serán ungidos y fortalecidos.
Y en la tarde, en la Misa de la Institución de la Eucaristía, mientras muchos que se fueron de vacaciones se agobiarán por no tener más dinero para gastar más, ir a más y mejores lugares, a nosotros nos descansará el alma saber que para encontrarnos con Dios necesitamos menos, no más, que lo hallamos en el servicio y en la humildad.
Y mientras muchos vacacionistas lamentarán el alto precio de sus alimentos, nosotros nos dispondremos a participar, gratuita e inmerecidamente del banquete más excelso. Y mientras muchos admiran las maravillas de la Creación, estaremos comulgando ¡al mismísimo Creador!
Y el viernes, mientras a muchos tal vez les arruine sus vacaciones un robo o un temporal, nosotros sabremos que estaremos bien sin importar lo que nos toque vivir porque podemos ponerlo todo en las manos del Señor, que asume todas nuestras miserias y pecados, que nos perdona y nos enseña a perdonar, que nos redime por amor.
Y mientras muchos lamentarás que su alegría termine al acabar el período vacacional, a nosotros nos descansará el alma saber que Jesús dio Su vida para ofrecernos una felicidad que no tendrá final.
Y el sábado por la noche, mientras muchos tal vez se dejarán deslumbrar por las luces de ‘antros’ y de tiendas, a nosotros nos confortará dejarnos iluminar, en la Vigilia Pascual, por Aquel que es la Luz verdadera; escuchar la historia de Su amor por nosotros, renovar nuestras promesas bautismales, acoger al Resucitado en la Eucaristía y recibir Su gracia vivificante a raudales.
Muchos regresarán a casa cansados y gastados. Nosotros en cambio nos sentiremos renovados por haber acompañado al Señor en Su Pasión, y estaremos bien dispuestos a salir, ahora sí, a celebrar con alegría Su Resurrección.