Reflexión para la Cuarta Semana de Adviento
Alejandra María Sosa Elízaga* *
‘Estoy a tus órdenes’, ‘estoy para servirte’, son frases que solemos decir sólo por cortesía, sin esperar que sean tomadas al pie de la letra.
Por eso cuando escuchamos en el Evangelio que se proclama este domingo en Misa (ver Lc 1, 26-38), que María le dice al Ángel que Ella es la “esclava del Señor” (Lc 1, 38), tal vez nos suena simplemente como una de esas frases amables, pero no lo es.
Esas tres palabras no fueron pronunciadas de ‘dientes para afuera’, sino brotaron de lo más hondo del corazón de María como expresión de su manera de ser, de sentir, de vivir.
Sabiéndose llena de gracia, inmaculada, elegida por Dios, pudo haberse querido encumbrar en lo más alto, pero hizo todo lo contrario: respondió colocándose voluntariamente en el papel de esclava, para expresar que deseaba ponerse enteramente al servicio de Dios, amoldar su voluntad a la divina, querer lo que su Señor quisiera, rechazar lo que Él rechazara, sin hacerle ni una pregunta, sin exhalar ni una queja, sin proponer jamás (como sin duda hubiéramos hecho nosotros en los momentos más difíciles), un plan ‘b’.
María, siendo nada menos que la Madre del Hijo de Dios, pudo haberse negado a emprender el fatigoso viaje hasta Belén estando, como estaba, cercana a dar a luz, pero como esclava del Señor, calló y se fue allá y aceptó tener a su Niño en una cueva porque no hubo lugar para ellos en la posada.
Pudo haber protestado por tener que salir huyendo a medianoche para ir a vivir a Egipto, lejos de su patria y de su gente; pudo haber pedido que más bien fuera Herodes el que tuviera que irse, pero como esclava, calló y se fue con José y el Niño a aquel exilio.
Pudo haber pedido a Dios que le enviara un Ángel a ayudarle a encontrar a Jesús cuando se les perdió, pero como esclava aceptó pasar tres días buscándolo afanosamente.
Pudo haberse negado a tener que contemplar a su amado Hijo golpeado, escupido, salvajemente flagelado, cargar descalzo Su cruz por el calvario, pero como esclava lo aceptó todo y se mantuvo firme, esperando contra toda esperanza, al pie de la cruz.
María esclava del Señor, lo dejó obrar, y ¡vaya que Él obró!, pues no sólo hizo en ella “maravillas”, sino que ese sí que Ella le dio y sostuvo, con total humildad, ese adherirse a la voluntad divina con todo su ser y todo su amor, a Ella la colmó de paz, y a nosotros nos dio al Salvador.
PROPUESTA:
En estos días y especialmente en el tiempo de Navidad, date un tiempo para sentarte en silencio, a contemplar el Nacimiento, y fija la mirada en María, la esclava del Señor. Pídele que ruegue por ti para que seas capaz de amoldarte como Ella a la voluntad del Padre, con la certeza de que será siempre lo mejor.