Reflexión para la Primera Semana de Adviento
Alejandra María Sosa Elízaga* *
¿Te has dado cuenta de que oscurece muy temprano en estos días?
Se queda uno tantito de sobremesa platicando o leyendo y cuando menos acuerda ¡ya anocheció!
El Adviento siempre llega cuando los días se van acortando y las noches alargando.
Y resulta muy bien así, porque es un tiempo en el que se nos invita no sólo a caminar hacia la luz, sino a anhelar la luz, a darnos cuenta de que vivimos en tierra de sombras, ¡muy necesitado de ser iluminados!
No sorprende, entonces, que en el Evangelio de este Primer Domingo de Cuaresma (ver Mc 13, 33-37), Jesús se refiera a ciertas horas de la noche y nos pida velar y estar preparados porque no sabemos cuándo “llegará el momento”.
¿A qué momento se refiere?, al de Su Segunda Venida. Recordemos que el Adviento no sólo está dedicado a recordar la primera venida de Cristo, hace más de dos mil años, sino Su venida futura, de la que nadie sabe cuándo será.
Jesús dice que sucederá como pasa con un hombre que va de viaje, habiendo dejado encomendados sus asuntos, y nadie sabe si regresará “al anochecer, a la medianoche, al canto del gallo o a la madrugada”.
Es muy significativo que mencione estos cuatro momentos, porque no sólo corresponden a tiempos en los que hay oscuridad, sino a momentos muy particulares de Su Pasión. Y sobre ello podemos basar, esta semana, nuestra reflexión.
Al anochecer Jesús se sentó a la mesa con Sus discípulos, en la Última Cena, y anunció que uno de ellos lo traicionaría; se refería a Judas.
¿Por qué Judas traicionó a Jesús? No imaginamos que lo odiara, luego de tanto tiempo de estar cerca de Jesús, imposible no amarlo. Más bien cabe pensar que no estaba de acuerdo con lo que Jesús proponía: la mansedumbre, el perdón a los enemigos, el que hay más alegría en dar que en recibir y tal vez pensó que si lo aprehendían reaccionaría como él esperaba.
Reflexionemos si no nos ocurre lo mismo. Que decimos amar a Jesús, pero en lugar de amoldar nuestra voluntad a la Suya, queremos que Él se amolde a la nuestra; que de lo que enseña tomamos sólo lo que nos conviene, lo que no nos incomoda ni nos exige más de lo que estamos dispuestos a dar.
A la medianoche, Jesús fue al Huerto con los discípulos, y les pidió velar y orar con Él pero se echaron a dormir. Desaprovecharon la oportunidad de fortalecerse para lo que vendría y por eso luego se llenaron de pánico y salieron corriendo.
Reflexionemos si, como ellos, ante las dificultades buscamos la evasión y no la oración.
Al canto del gallo, lo había negado Pedro. En la cena fanfarroneó que daría su vida por Jesús, y a la primera oportunidad lo negó no una sino tres veces, jurando en falso y con malas palabras. Confió en sus solas míseras fuerzas y quedó defraudado.
Reflexionemos si también nos pasamos de confiados y olvidamos nuestra fragilidad y que sólo en el Señor hallamos la fuerza para no caer en la tentación.
A la madrugada se reunió el Sanedrín a juzgar a Jesús al que ya habían condenado de antemano. No escucharon lo que dijo, se cerraron y lo mandaron matar.
Reflexionemos si también nosotros hemos juzgado y condenado al Señor, lo hemos culpado de aquella enfermedad, de la muerte de aquel ser querido, de aquello que no salió como le suplicamos, y nos hemos enojado con Él, lo hemos condenado y nos hemos apartado de Él.
PROPUESTA: Antes de encender la primera vela de la corona de Adviento, lee este Evangelio, reflexiónalo, y luego apaga la luz y permanece un rato en silencio, en la oscuridad, anhelando la Luz que sólo Jesús nos puede dar.