Misión sostenida
Alejandra María Sosa Elízaga**
Cuando todos se están yendo, ellos van llegando o ya están allí y no se van.
Cuando todos dicen ‘más vale aquí corrió que aquí quedó’, ellos dicen ‘aquí me quedo’.
Cuando Dios pregunta: “¿A quién enviaré, quién irá de parte mía?” (Is 6,8a), ellos levantan la mano, dan un paso al frente y le responden, como el profeta: “aquí estoy yo, envíame a mí” (Is 6, 8b).
Y no lo dicen de dientes para afuera, sino con todo el corazón, y aún sabiendo que lo que están ofreciendo puede no sólo ser difícil y agotador, sino peligroso.
Me refiero a los misioneros, a esos laicos, religiosos, sacerdotes y obispos que se atreven a poner todos sus talentos y capacidades al servicio de los más necesitados, generalmente en países lejanos, en áreas de extrema pobreza, donde la violencia, epidemias y demás riesgos fatales han hecho huir a mucha gente.
Nosotros nos enteramos por las noticias, de las terribles persecuciones, matanzas y atrocidades contra los cristianos en Irak, Nigeria y otros países; ellos las viven en carne propia todos los días, y pudiendo irse se quedan a ayudar.
Nosotros leemos horrorizados que no hay vacuna contra el ébola, que miles han muerto de esta temible epidemia; ellos conocen a los enfermos porque los han atendido con heroica caridad, y no pocos han sido contagiados y han muerto.
De los lugares más remotos y empobrecidos del planeta nos llega la información de terremotos, huracanes, sequías, guerras, masacres, y el espanto nos dura el breve tiempo que dura la noticia en la pantalla, o hasta que damos vuelta a la página del periódico; para ellos ese espanto dura veinticuatro horas, trescientos sesenta y cinco días del año.
Lo viven voluntariamente para hacer allí presente a Dios; prestarle su mirada, su sonrisa, sus manos; para que Él consuele, fortalezca, ilumine; use su voz para comunicar Su Palabra, y evangelizar, como pide Jesús en el Evangelio, “a todos los pueblos” (Mt 28,19).
¿Cómo logran resistir?, ¿qué los sostiene?
Desde luego en primerísimo lugar, la gracia de Dios.
Aquél que los llamó a esa exigente pero bellísima vocación, les da lo necesario para vivirla.
Pero también podemos sostenerlos nosotros:
Primero con oración. Oremos todos los días por los misioneros, incluyamos su intención en Misa; en el Santo Rosario; ante el Santísimo; en familia.
Segundo, con sacrificio. Ofrezcamos a Dios por ellos las molestias y sufrimientos de cada día. ¿Tienes sed? Ofrécela por los misioneros que caminan kilómetros bajo el sol; ¿tienes un dolor? en lo que se quita, ofrécelo a Dios por los misioneros enfermos que ayudan a otros. Santa Teresita del Niño Jesús nunca salió de su convento, pero es santa patrona de los misioneros, porque ofreció por ellos su sufrimiento. ¡Imitémosla!
Hay un programa pontificio: ‘Unión de Enfermos Misioneros’, que anima a los pacientes a unir sus sufrimientos a los de Cristo, en favor de la misión de la Iglesia entre los no cristianos. Conócela en: www.ompemexico.org.mx
Tercero, con dinero. Muchas órdenes religiosas misioneras tienen cuenta bancaria, apoyémoslas depositando donativos, y por supuesto, este domingo 19, en que la Iglesia celebra el DOMUND, Domingo Mundial de las Misiones, y cuanto se colecte en Misa será para misiones, ¡aprovechemos esta oportunidad para ayudar!
Desde el inicio de la Iglesia hombres y mujeres se han dejado enviar por el Señor para anunciar la Buena Nueva de Su amor; que su entrega y heroísmo no sólo despierten nuestra admiración sino nos mueva a sostener su extraordinaria misión