Comulgar en Navidad
Alejandra María Sosa Elízaga*
Ocurre cada Navidad. Personas que no asisten en todo el año a Misa, asisten en Navidad, y al momento de la Comunión se ponen en la fila. Su familia se da cuenta y se preocupa al saberlas en pecado mortal y ver que van a comulgar. ¿Qué puede hacer?
Desde luego no sacarlas de la fila, eso sería muy humillante y podría provocar que no vuelvan jamás. Y tampoco sermonearles después de Misa, pues sólo lograrían agriar el ambiente en la cena navideña. Más bien aguardar el momento oportuno para decirles con caridad, la verdad. Y aquí tal vez alguien piense que mejor no se mete, pero no puede desentenderse. La Biblia advierte que quien peca, pagará por su pecado, pero quien no le advierte para que se corrija, pagará también (ver Ez 3, 16-21).
Así pues no queda otra que decirles algo, y si ya se sabe que puede volver a pasar, lo mejor sería hacerlo ahora, para que tengan suficiente tiempo para irse a confesar. ¿Y qué se les puede decir? Puede ayudar considerar lo siguiente:
Quien no asiste a Misa el domingo, sin que haya una razón grave (como estar enfermo o quedarse a cuidar un enfermo) comete un pecado grave, también llamado pecado ‘mortal’, pues a diferencia del venial que lastima, pero no rompe nuestra amistad con Dios, el mortal sí la rompe. Es muy peligroso vivir en pecado mortal, pues quien muere en ese estado se condenará, es decir, pasará sin Dios la eternidad.
¿Por qué no ir a la Misa dominical es pecado grave? Porque se desobedece el primero de los diez mandamientos: “El Señor, nuestro Dios, es el único Señor, y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todas tus fuerzas” (Mc 12, 29-30).
Dice el padre Mike Schmitz (que publica en youtube estupendos videos cortos sobre temas de fe), que el pecado es decirle a Dios: ‘yo sé lo que Tú quieres, pero yo quiero lo que yo quiero, y haré lo que yo quiero.’
Quien falta a Misa el domingo le está diciendo a Dios: ‘yo sé lo que Tú quieres, quieres que vaya a verte, a Misa, pero yo quiero otra cosa'. Y sea que de verdad crea que ése es el único ratito que tiene en toda la semana para lavar la ropa o ir de compras o bañar al perro, o sea que simplemente se le antojó ver el partido o recibir visitas, el caso es que no está amando a Dios por encima de todo, no le está dando el lugar que le corresponde: el más importante.
Y también desobedece el primer mandamiento de la Iglesia Católica: asistir a Misa completa los domingos y fiestas de precepto (como Navidad).
Algunos justifican no asistir diciendo: ‘es que me aburro’. No han captado que la Misa no es para que le ‘entretengan’, sino para adorar, alabar y agradecer a Dios, recibir Su perdón, Su Palabra, y tener el increíble privilegio de asistir al solemne momento en el que ¡Dios Todopoderoso, Creador de Cielo y Tierra, se hace Presente en la Hostia consagrada y poder recibirlo, entrar en comunión íntima con Él! ¡Es algo que sucede en todas las Misas y solamente allí!
Quien sin una razón grave decide no acudir a su cita con Dios, lo ofende gravemente, rompe su comunión con Él, así que si un día, después de una o muchas ausencias, decide ir a Misa, no puede acercarse a comulgar sin antes haber restaurado esa comunión rota, reconciliándose con Él en la Confesión.
Para entender esto imagina que una persona amiga te planta cada vez que quedan de verse. Y nunca se disculpa. Entonces un día das una fiesta y ella llega, fachosa y sudada, pues estuvo haciendo talacha, y sin pedirte perdón por como te ha estado tratando, ni por presentarse así, se sienta a la mesa. Sin querer, o a propósito, añade nueva ofensa a sus anteriores ofensas.
Jesús contó la parábola de un rey que celebró el banquete de bodas de su hijo. Sus primeros invitados lo ofendieron porque no asistieron, y entre sus segundos invitados lo ofendió también un hombre que no vestía traje de fiesta. Cuando el rey le preguntó por qué se presentó así, éste no contestó ni se disculpó, se ve que no tenía una buena razón que lo justificara, y terminó arrojado fuera (ver Mt 22, 1-14).
Quien está en pecado mortal no debe portarse como ese invitado, sino acudir a la Confesión a ponerse presentable para poder comulgar.
Y no es que la Iglesia le rechace por ser pecador, ella lo acoge con los brazos abiertos, pero quiere no sólo librarle de cometer el sacrilegio de comulgar estando en pecado mortal, sino invitarle a sentir el alivio de deshacerse del peso de sus pecados y la alegría de recibir de Jesús Su abrazo de perdón, quitar toda barrera para que Su gracia inunde su corazón, y que no sólo en Navidad, sino siempre, pueda recibirlo a Él mismo en la Sagrada Comunión.