Para que no se enfríe el corazón
Alejandra María Sosa Elízaga*
Llovía y hacía frío. Se antojaba algo calientito, así que puse un poco de sopa en un cacito.
Cuando empezó a borbotear la sopa que estaba pegada a la pared interior del cazo, consideré que ya estaba lista y la serví. Probé una cucharada. Como decía mi mamá, qepd, con una expresión que siempre se me hizo exagerada: ‘estaba helada’. ¿Pues qué pasó si parecía que ya hervía? Que sólo lo que estaba en contacto con el cazo estaba caliente, lo demás no.
Vacié la sopa en el cacito y esta vez decidí verme astuta y esperé a que le hirviera el centro. Al primer burbujeo, la serví. La probé. ¡Estaba tibia! ¿Cómo era posible? Es que no se había calentado por entero, y se enfrió al contacto con el plato sopero.
Volví a vaciar la sopa en el cacito. Esta vez cuando empezó a borbotear, metí una cuchara de palo y le di una vuelta. Cesaron las burbujas. Al ratito otra vez empezó a hervir, pero si la revolvía ya no burbujeba. Así estuve hasta que borboteaba aunque le diera vueltas con la cuchara. Entonces la serví. La probé con precaución para no escaldarme la lengua. ¡Estaba perfecta!
¿A qué viene esta disertación sopera (ojalá que no soporífera)?
A que mientras disfrutaba la sopita reflexioné en que lo que pasó con ésta aplica a la vida espiritual.
Hay quien parece entusiasmarse por las cosas de Dios cuando está en contacto con alguien entusiasta, por ejemplo, un sacerdote estupendo, ciertos familiares o amigos, una buena comunidad eclesial, pero apenas termina ese contacto, el entusiasmo decae, se enfría.
También pasa que alguien parece tener a Jesús en el centro de su vida, pero apenas la vida le da vueltas y vive dificultades, se desanima, se enfría.
¿Qué hacer para que no se enfríe el amor al Señor?
¿Cómo lograr y conservar un fuego como el que hacía arder el corazón de los Apóstoles? Imitando lo que hicieron ellos: cultivar una relación personal con Jesús, dialogar con Él (lo cual implica no sólo hablar, sino escuchar), leer y reflexionar Su Palabra, recibirlo en la Eucaristía, dejarse amar por Él y amarlo, y descubrirlo y amarlo en los hermanos.
Sólo si Jesús ocupa el centro de nuestro corazón, lo calienta con Su fuego, lo colma de Su gracia, éste soportará todas las vueltas que le dé la vida, y nunca se enfriará.