Lo mejor para la memoria
Alejandra María Sosa Elízaga*
Conozco niños que se saben de memoria los diálogos de películas y dibujos animados que han visto sopetecientas veces; jóvenes que se saben de memoria los nombres de sus héroes deportivos y dónde, cuándo y cómo realizaron sus hazañas; cocineras que saben de memoria incontables recetas, taxistas que saben los nombres de las calles mejor que un GPS. La lista podría seguir pero basten estos ejemplos para hacer notar que los seres humanos tenemos una prodigiosa capacidad de almacenar datos en nuestra memoria. Y por ello es muy importante que nos preguntemos, ¿qué datos almacenamos? ¿Qué memorizamos y de qué nos sirve memorizarlo? ¿Nos hace mal o nos hace bien?
Por ejemplo, memorizar agravios para no olvidar las ofensas recibidas en espera de vengarlas algún día, hace daño. En cambio quien atesora en su memoria favores recibidos para seguir agradeciéndolos hace bien.
Y ¿qué es lo mejor que podemos memorizar?, ¿lo que mayor bien nos hará? Sin duda alguna: la Palabra de Dios.
Memorizar frases bíblicas, parrafitos, partes de Salmos o incluso Salmos enteros, incluso libros bíblicos completos es lo más excelente que podemos conservar en nuestra mente. ¿Por qué? Porque la Palabra de Dios es “Viva y Eficaz, y penetra hasta las junturas del alma y del Espíritu” (Heb 4,12), nos dice siempre lo que necesitamos escuchar (aunque no siempre nos guste oírlo). Es “lámpara para nuestros pasos, luz en nuestro sendero” (Sal 119, 105).
Memorizarla nos permite recurrir a ella cuando la necesitamos, recordarla en momentos en que nos hace falta consejo, guía, esperanza.
Cuando mi mamá, qepd, estuvo grave, en terapia intensiva, me dejaron pasar de madrugada a verla, y como pensé que tal vez podría oírme, le estuve hablando quedito, al oído, y en eso me vino a la mente el Salmo 23, el único que en ese tiempo me sabía completo (“El Señor es mi Pastor, nada me faltará...”) y decírselo despacito fue de gran consuelo.
Los hermanos separados se esfuerzan en memorizar la Biblia y por eso la citan con soltura. Haremos bien en imitar eso. Ojalá en el catecismo animemos a los niños a memorizar sus textos bíblicos favoritos. Y desde luego también a jóvenes y adultos. Suena difícil pero no lo es. Es cosa de empezar por memorizar una frase. Repetirla hasta grabársela. Luego memorizar la que sigue. Luego juntar ambas, y así, poco a poco se van quedando grabados incontables textos riquísimos que vendrán en nuestro auxilio en el momento oportuno.
Conservamos en la mente ¡tantos datos inútiles y hasta dañinos! En cambio es precioso saber que en nuestro interior albergamos la Palabra de Dios. Pide san Pablo: “la Palabra de Cristo habite en ustedes con toda su riqueza” (Col 3, 16).
Está por terminar septiembre, mes que la Iglesia dedica a la Biblia, y el próximo día 30 celebramos a san Jerónimo, su gran traductor. Pidámosle su intercesión para amar la Palabra de Dios y pidamos a María que nos enseñe a guardarla, como Ella, cuidadosamente en nuestro corazón.