¿Y tú qué le has aprendido?
Alejandra María Sosa Elízaga*
Cuando nos lo platicó, no podía ocultar su alegría y satisfacción, mi querido cuñado, el dr. Felipe Martínez de Ávila. Resulta que su nuera, que también es doctora, comentó en sus redes sociales que su suegro, ahora jubilado, había dado, durante muchísimos años, clases en la UNAM. Incontables generaciones de médicos habían sido sus alumnos. Entonces de pronto le empezaron a llegar respuestas de doctores que habían estudiado con él y que no sólo lo recordaban, sino que le estaban muy agradecidos por lo que les había enseñado.
Entre muchos mensajes que expresaban su admiración y dedicaban palabra afectuosas a su maestro, abundaban aquellos en los que sus autores reconocían: ‘no se me olvida que fue él quien me enseñó tal procedimiento’, o ‘siempre recuerdo sus consejo para cuando se presentara cierto caso’, o ‘a él le debo la atención que aun presto a factores que él me señaló, en determinadas circunstancias’.
Al dr. Felipe lo puso feliz saber que sus estudiantes realmente habían incorporado a su vida, a su práctica médica, lo que les enseñó; que no sólo habían hecho lo que a veces hacen los estudiantes: aprender todo de memoria para poder aprobar un examen y luego olvidarlo todo, sino que ellos seguían practicando lo aprendido, aunque ya habían pasado muchos años desde entonces, y algunos eran ya médicos reconocidos.
Es que la meta de todo buen maestro es que sus alumnos no sólo lo oigan, porque las palabras pueden ‘entrar por una oreja y salir por la otra’, sino que realmente presten atención, asimilen lo escuchado y lo incorporen a su quehacer cotidiano.
Por eso cuando algún ex alumno se toma el tiempo de localizar a un antiguo maestro suyo, para hacerle saber lo que ha significado en su vida su enseñanza, le provoca una gran felicidad.
Consideraba que si esto aplica a nuestros queridos maestros, para los que va desde aquí una felicitación en su día, cuánto más aplica al Maestro de maestros, Jesús, que desde el primer día de Su ministerio hasta el último día que estuvo con Sus Apóstoles, se dedicó a enseñar.
Cuánto le gustaría a Él que, no sólo en este ‘Día del Maestro’, sino tan frecuentemente como te sea posible, dediques tiempo a reflexionar acerca de lo que le has aprendido. Y no me refiero a que sólo pienses en frases que le conoces porque las has oído cada domingo cuando se proclama el Evangelio en Misa o las has leído en tu Biblia en casa, ni en conceptos que tal vez memorizaste en el catecismo, y todavía recuerdas, sino que realmente te pongas a pensar en que si le enviaras un mensajito en redes (celestiales), como los que le enviaron aquellos doctores a su profesor, ¿qué podrías mencionar?, ¿de qué enseñanza de Jesús podrías decirle, con toda verdad, que la tienes siempre presente y que has procurado seguirla fielmente?, ¿qué palabras Suyas le podrías citar, no sólo porque todo mundo las conoce, o porque te sonaron bellas y poéticas, o te parecieron impactantes y exigentes, sino porque tú las has aceptado en tu mente, conservado en tu corazón, y han sido para ti desde entonces lámpara para tus pasos, luz en tu sendero?