Devoción al Sagrado Corazón de Jesús. ¿Qué sentido tiene?
Alejandra María Sosa Elízaga*
Se preguntó a varias personas: ‘¿conoces las promesas del Sagrado Corazón?’
Algunas dijeron que sí, y aunque no todas recordaron cuántas ni cuáles son (bit.ly/2Ylp3R0), todas se sabían la última, pero la habían malinterpretado, creían que cumplirla les garantizaba que al morir, llegarían en vuelo directo, sin escalas, al Cielo.
Por lo visto se ha distorsionado el verdadero sentido de esta devoción.
Para entender por qué, consideremos lo siguiente: Cuando en el lenguaje cotidiano, se habla del corazón de algo, por ejemplo, el corazón de una ciudad o de una fruta, se hace referencia al centro, a lo que está más adentro.
En ese sentido, cuando Jesús se le apareció a santa Margarita María Alacoque y le dejó ver Su Sagrado Corazón, quiso mostrarle Su sentir más profundo, más hondo. Quería invitarla, e invitarnos también a nosotros, a entrar, a profundizar, a penetrar en Él, para descubrir, beber, y dar a otros de beber, de la fuente inagotable de Su amor.
Lamentablemente, mucha gente que se considera devota del Sagrado Corazón, se conforma con contemplarlo desde afuera, en la superficie, y darle un culto que también corre el riesgo de quedarse en la superficie.
Y es que no basta con que tengamos entronizada en casa una imagen del Sagrado Corazón, con rezarle jaculatorias e incluso con cumplir religiosamente lo de ir a Misa, confesarnos y comulgar nueve primeros viernes de mes sin interrupción, si todo esto no se acompaña de una transformación de nuestro propio corazón que sea resultado de habernos adentrado en el Corazón de Jesús y habernos llenado de Su amor.
Aunque en tiempos de san Pablo todavía no existía el culto al Sagrado Corazón, el Apóstol escribió inspiradas palabras que bien se pueden aplicar para explicar cuál es el verdadero sentido de esta devoción:
“Que Cristo habite por la fe en los corazones de ustedes, para que, arraigados y cimentados en el amor, podáis comprender con todo el pueblo de Dios, cuál es la anchura y la longitud, la altura y la profundidad del amor de Cristo, y experimentar ese amor que sobrepasa todo conocimiento, para que así queden ustedes colmados con la plenitud misma de Dios.” (Ef 3, 18-19).
Ser devotos del Sagrado Corazón no puede limitarse a venerar Su preciosa imagen o conocer Sus 12 promesas y prestar atención sólo a la última porque creemos que es la que nos dará pase automático al Cielo. No se trata de buscar qué provecho sacamos e intentar entablar con el Señor una especie de ‘toma y daca’: ‘yo cumplo esto, Tú me cumples esto otro’.
Ser devotos Suyos necesariamente tiene que implicar abrirnos a Su amor para dejarnos amar, más bien dicho, dejarnos avasallar, asombrar, inundar por ese amor incondicional, incomprensible, inagotable, y derramarlo luego en los demás. Ser amados por Dios y amar a todos (ojo: ¡a todos sin excepción!), como somos amados por Dios.
Escribió san Francisco de Sales: “¡Su Corazón! Permanezcamos siempre en ese sagrado recinto. Dejemos que ese Corazón viva en nuestros corazones, que Su Sangre circule por las venas de nuestras almas. Que nuestro amor sea todo en Dios, y que Dios sea todo en nuestro amor.”
Viene a la mente el caso del padre Tito Brandsma, recientemente canonizado. El guardia nazi que lo custodiaba en prisión, dijo que estaba acostumbrado a que al abrir la puerta de las celdas para dejar comida a los presos, veía rostros llenos de ira, miedo o desánimo, pero al padre Tito lo veía siempre feliz, y sonriente. La alegría, amabilidad y amor del padre para con todos, caló hondo. Muchos se convirtieron, incluido su guardia. Es que el padre vivía dentro del Sagrado Corazón, y desde ahí amaba a todos, tal como Jesús lo pidió (ver Jn 13, 34-35).
El Señor nos invita a contemplar Su Corazón en llamas para recordarnos que por nosotros arde de amor, y nos anima a entrar en Él, a tener Sus mismos sentimientos, a hacer nuestro lo Suyo: amar lo que ama, rechazar lo que rechaza, y pedirle tan solo esta gracia: “Sagrado Corazón de Jesús: haz mi corazón semejante al Tuyo.”