Fe y salvación
Alejandra María Sosa Elízaga*
“Y ¿cómo lo voy a entender, si nadie me lo explica?”
Es lo que respondió un extranjero, que venía en su carro de caballos, leyendo la Sagrada Escritura, cuando el apóstol Felipe, movido por el Espíritu Santo, se puso a correr al parejo del carro, y le preguntó si entendía lo que leía. A la respuesta de aquel hombre, Felipe subió con él a su carro y le fue ayudando a interpretar lo que había estado leyendo. Al final el hombre se convirtió y pidió el Bautismo.
Conmueve pensar que él, que no pertenecía al pueblo judío, que seguramente era objeto de discriminación, por ser pagano y eunuco, y que probablemente pensaba que a nadie le importaba, le importaba a Dios, que le envió a uno de los Doce Apóstoles a ayudarle (ver Hch 8, 26-39).
Recordaba ese episodio al leer la Segunda Lectura que se proclama este domingo en Misa, pues es uno de esos textos bíblicos que si alguien lo lee por su cuenta, puede malinterpretarlo.
Dice san Pablo que “basta que cada uno declare con su boca que Jesús es el Señor y que crea en su corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, para que pueda salvarse.” (Rom 10, 9).
Los hermanos separados creen que esto significa que basta con que alguien declare y crea que Jesús es su Señor, y ya con eso es ‘salvo’ y a partir de ese momento, haga lo que haga y viva como viva, no puede perder su salvación. Su lema es ‘una vez salvo, siempre salvo’.
Es una interpretación incorrecta.
En primer lugar, cabe recordar que Jesús dijo: “no todo el que me diga Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de Mi Padre celestial” (Mt 7, 21), así que no basta con declarar con la boca que Él es el Señor.
Y en segundo lugar, hay que tener en cuenta la gran cantidad de textos bíblicos que hablan de la necesidad de una constante conversión, y del peligro de perder la salvación, por ejemplo el que escribió san Pablo en su Carta a los Filipenses, en el que nos pide: “trabajad con temor y temblor por vuestra salvación” (Flp 2, 12).
¿A qué se refiere entonces san Pablo en la Segunda Lectura dominical?, ¿cómo entenderlo correctamente?
Desde luego no está proponiendo una especie de fórmula mágica que nos garantice la salvación. Fijémonos que el Apóstol nos invita a “creer en nuestro corazón”, y para entender esto hay que tomar en cuenta que en la Biblia el corazón no es, como solemos entenderlo hoy en día, la sede del afecto, sino de la inteligencia, de la voluntad.
Así pues, creer con el corazón significa que la fe de una persona debe no se limita a un conocimiento intelectual, sino afectar lo que piensa, lo que dice, cómo actúa, lo que hace y lo que deja de hacer.
San Pablo nos invita no sólo a expresar verbalmente nuestra fe, lo cual desde luego es bueno y necesario, sino sobre todo a vivirla.
Y al final afirma: “todo el que invoque al Señor como a su Dios, será salvado por Él”, lo cual no es una propuesta para que nos conformemos con solamente ‘invocar’ al Señor, sino un llamado a que Dios ocupe el centro de nuestra existencia.