Sangre y Agua
Alejandra María Sosa Elízaga*
La primera vez que alguien mira la imagen del Señor de la Divina Misericordia, suelen llamarle la atención dos cosas: la mirada extraordinariamente misericordiosa de Jesús (sobre todo en la imagen más conocida, que en realidad es la segunda versión del cuadro original), y los dos rayos luminosos, uno rojo y otro claro, que salen del corazón.
En el diario que escribió santa Faustina Kowalska, religiosa polaca (1905-1938), dice que Jesús le pidió que mandara pintar esta imagen, y prometió que concedería gracias especiales a quienes la veneraran:
“Prometo que el alma que venere esta imagen no perecerá. También prometo, ya aquí en la tierra, la victoria sobre los enemigos y, sobre todo, a la hora de la muerte. Yo Mismo la defenderé como Mi gloria.” (Diario #47-48)
Algo que impacta es que Jesús le reveló que la mirada que tiene ese cuadro es la misma mirada que tuvo Él en la cruz (Diario #326). ¡Conmueve pensar que cuando el Señor estaba padeciendo los sufrimientos más atroces, nos seguía mirando con tantísimo amor!
Con relación a los rayos, hay gente a la que le gustaría más que no estuvieran, que el cuadro fuera un clásico retrato de Jesús, sin esos rayos que en ciertas reproducciones y esculturas se ven francamente extraños.
¿Por qué aparecen?, ¿cuál es su significado? Se lo explicó el propio Jesús a santa Faustina.
“Los dos rayos significan la Sangre y el Agua. El rayo pálido simboliza el Agua que justifica a las almas. El rayo rojo simboliza la Sangre que es la vida de las almas... Ambos rayos brotaron de las entrañas más profundas de Mi misericordia cuando Mi Corazón agonizante fue abierto en la cruz por la lanza. Estos rayos protegen a las almas de la indignación de mi Padre. Bienaventurado quien viva a la sombra de ellos, porque no le alcanzará la justa mano de Dios”. (Diario # 299).
No es coincidencia que en este domingo en que se celebra la Fiesta de la Divina Misericordia, se proclame como Segunda Lectura en Misa (ver 1Jn 5, 1-6), un texto en el que san Juan afirma que “Jesucristo es el que vino por medio del agua y de la sangre; Él vino, no sólo con agua, sino con agua y con sangre.”
Es interesante que tanto en el diario de santa Faustina, como en la Carta de san Juan, se mencionan el agua y la sangre.
El agua representa los Sacramentos, por medio de los cuales recibimos la gracia de Dios que nos hace hijos adoptivos Suyos por medio del Bautismo; la gracia que nos perdona los pecados, por medio de la Confesión, y nos fortalece para no pecar; la gracia que recibimos al comulgar Su Cuerpo y Su Sangre, en la Eucaristía; la gracia que nos consuela y ayuda en nuestra enfermedad y ancianidad, mediante la Unción de Enfermos; la gracia que sostiene a quienes llama a la vocación sacerdotal o matrimonial y les permite responder con amor y fidelidad.
La sangre sella la alianza nueva y eterna entre Dios y Su pueblo, sangre de Jesús, derramada por nosotros, para rescatarnos del pecado y de la muerte.
Ambos, sangre y agua, brotaron del costado de Cristo muerto, a las tres de la tarde, la llamada ‘hora de la misericordia’. Es por eso que era la hora preferida por santa Faustina para rezar la Coronilla de la Divina Misericordia (bit.ly/1WvcsqS), de la que Jesús prometió que quien la rece aunque sea una vez en la vida, recibirá misericordia cuando muera, y si se reza junto a un moribundo, recibirá su alma no como Juez, sino como Misericordioso Salvador (Diario #474-475; 687;811;1541; 1797).
Este día hay gran facilidad para que mucha gente, incluso si está de viaje o impedida de salir de su casa, pueda obtener la indulgencia plenaria, es decir, el perdón de las culpas de todos sus pecados perdonados, si cumple estas sencillas condiciones: bit.ly/1X8E6Xq
Santa Faustina tuvo una visión en la que los dos rayos de luz que brotan del corazón de Jesús, brillaban sobre la humanidad. Dejemos que nos iluminen por dentro, y alumbren nuestro camino hacia la eternidad.