¿Todo lo que pida?
Alejandra María Sosa Elízaga*
“Escúchalo Tú desde el cielo, Tu morada, y concédele todo lo que él te pida. Así te conocerán y temerán todos los pueblos de la tierraE.”
Es una oración que brota de un corazón que tiene buena intención, que quiere que alguien por quien ora, reciba el favor de Dios, y que ello se sepa, para que otros, muchos, todos, conozcan a Dios y crean en Él.
La hizo el rey Salomón, abogando por los extranjeros que fueran a orar al templo que había construido en Jerusalén, según leemos en la Primera Lectura que se proclama en Misa este domingo (ver 1Re 8, 41-43).
Es una petición que desde entonces han seguido haciendo muchísimos creyentes, pero lo que plantea tiene, como decimos en México, sus ‘asegunes’, por dos razones.
La primera es que resulta al menos riesgoso, suplicarle a Dios que le conceda a alguien todo lo que éste le pida. ¿Qué tal si pide algo pecaminoso?, ¿algo que lo perjudicará o perjudicará a terceros?
En las redes sociales abundan mensajitos que dicen algo así como: ‘Que Dios bendiga todo lo que emprendas hoy’, ‘que Dios dé éxito a todos tus planes’.
Quienes los escriben y/o transmiten, no se ponen a considerar que puede ser que la persona que los reciba ¡no tenga buenos planes! ¿Qué tal si está planeando ‘escabecharse’ a su suegra?, ¿o cometer un robo?, ¿o engañar a su cónyuge?
En fin, que eso de desearle a alguien éxito en todo lo que haga, sea lo que sea, es un despropósito.
Habría que incluir uno de esos avisos en letras pequeñitas: ‘aplican restricciones’ y aclarar: que Dios te conceda lo que le pidas, siempre y cuando sea conforme a Su voluntad, es decir, para gloria Suya, bien tuyo y de los demás’.
La segunda razón es que se plantea que si Dios le concede a alguien todo lo que éste le pida, Dios será conocido.
Otra vez descubrimos aquí una mentalidad que sigue vigente en nuestro tiempo.
Si le pido algo a Dios y me lo concede, compruebo que existe, creo en Él.
Si le pido algo y no me lo concede, quiere decir que no existe, así que no creo en Él.
Pensar así implica pensar que Dios tiene que concedernos lo que le pidamos porque nosotros sabemos igual o aun mejor que Él lo que nos conviene.
Es ponernos en un plan de igualdad con Dios, olvidando que Él mismo dijo Sus pensamientos y Sus caminos están muy por encima de los nuestros (ver Is 55,8-9).
Implica también pensar que sólo podemos conocer a Dios cuando concede lo que pedimos, pero la verdad es que se le puede conocer aun mejor cuando no concede lo que pedimos, porque entonces captamos que realmente está mucho más allá de lo que podemos entender o abarcar, y desde Su infinita sabiduría y Su amor por nosotros, sólo nos da lo que contribuye a nuestra salvación.
Así pues, tal vez en lugar de sólo pedir a Dios que escuche la oración de los demás y les conceda cuanto le pidan, sería mejor pedirle que les conceda Su gracia para que al orar, sepan, primero que nada, amoldarse a Su divina voluntad