y los envió por delante...
a todas las ciudades y sitios a donde ÉL había de ir...'
(Lc 10,1)

Permanecer

Alejandra María Sosa Elízaga**

Permanecer

Cuando era chica me llevaban a un cine que tenía ‘permanencia voluntaria’, lo que significaba que uno podía quedarse todo el tiempo que quisiera, así que si, por ejemplo, había llegado tarde y sólo había visto la segunda parte de la película, podía quedarse a la siguiente función y ver la primera parte, y si le había gustado mucho, quedarse a verla toda de nuevo, una y otra vez.

Muchos aprovechaban la ‘permanencia voluntaria’ para ver varias veces su película favorita, pero otros aprovechaban para dormir, al fin que ya sabían que en toda la tarde no se iban a prender las luces y nadie los iba a despertar.

No era ésa la clase de ‘permanencia’ que esperaban del público los dueños del cine, como tampoco es la que espera de nosotros san Juan en la Segunda Lectura que se proclama este domingo en Misa (ver 1Jn 3, 18-24).

San Juan nos invita a permanecer en Dios, ¿qué significa eso?

No se trata simplemente de estar en Su presencia, como de ‘cuerpo presente’, pero como dormidos. Implica al menos tres cosas.

1. Permanecer en Su amistad, en Su amor, y para ello nada como encontrarnos con Él en Misa, a través de Su perdón, de Su Palabra, de recibirlo a Él mismo.

2. Permanecer en Su presencia, no sólo físicamente, como cuando pasamos un rato de adoración ante el Santísimo Sacramento, sino mantener lo que san Francisco de Sales llamaba la ‘conciencia de la presencia divina’, a lo largo del día.

3. Permanecer a Su lado, ¿en qué sentido? Consideremos esto: En los Evangelios vemos a Jesús siempre de camino, siempre yendo al encuentro de quienes lo necesitan, y Sus seguidores debemos estar dispuestos a hacer lo mismo, a seguirlo a donde sea.

Tal vez nos ha sucedido tener que hablar con una persona que no tiene tiempo de sentarse a atendernos, pero nos invita a acompañarla mientras va a alguna parte. Y si vamos a pie, tenemos que seguirle el paso si queremos mantener la conversación y no quedarnos atrás.

Algo así pasa con Jesús.

Permanecer en Él implica seguirle el paso, acompañarlo, ir a donde Él va.

Y no le podemos salir con que ‘no, Señor, allí no te acompaño porque no me llevo con esa gente a la que vas a ir a ver’, ‘no Señor, no vayamos por aquí porque vamos a pasar frente a esa persona a la que no le hablo’, ‘no Señor, no me pidas que vaya al parejo que Tú en perdonar, en ayudar, en amar...’

Si le decimos eso, nos quedaremos atrás, dejaremos que se vaya sin nosotros, dejaremos de permanecer en Él, abandonaremos Su compañía, saldremos de la dinámica de amor en la que vive, y nos quedaremos con nuestro egoísmo, con nuestro rencor, con nuestra falta de caridad, con nuestra soledad.

Dice san Juan “Quien cumple Sus mandamientos, permanece en Dios y Dios en él” (1Jn 3, 24).

Ahí está la clave del significado de permanecer en Dios: cumplir lo que nos pide. Como decía santa Teresa de Ávila, que no haya nada que creamos que es voluntad divina, que no estemos dispuestos a hacer.

En el Evangelio dominical (ver Jn 15, 1-8), pide Jesús: “Permanezcan en Mí y Yo en ustedes”. y añade: “Como el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco ustedes, si no permanecen en mí.”

Permanecer en Jesús exige un esfuerzo continuado, pero vale la pena porque es la única manera de que demos el fruto que Dios nos ha destinado a dar.

Es significativo (y no coincidencia sino ‘diocidencia’), que este domingo en que se proclaman estos textos, estemos celebrando en México el día de la ‘Santa Cruz’, en el que los trabajadores de la construcción, decoran con flores una cruz, la llevan a bendecir a la iglesia y luego la colocan en lo alto de la obra que están construyendo.

Nos recuerda que si permanecemos en Cristo, nuestra cruz de cada día se llenará de flores. Toda dificultad, todo sufrimiento, unido al de Cristo, tendrá un nuevo sentido, dejará de ser algo estéril, que se padece de malas y sin razón, y se volverá algo que se ofrece a Dios por amor a Él, por el bien de otros y de uno mismo.

Las cruces aceptadas, vividas en unión con Cristo se llenan de flores, y ya sabemos que de las flores vienen los frutos.

Dice Jesús en el Evangelio: “Yo soy la vid, ustedes los sarmientos, el que permanece en Mí y Yo en él, ése da fruto abundante, porque sin Mí nada pueden hacer.” (Jn 15,5).

Pidámosle al Señor la gracia de vivir unidos a Él, dar flor y dar frutos, y así permanecer.

*Publicado el 3 de mayo de 2015 en la pag web y de facebook de 'Desde la Fe', Semanario de la Arquidiócesis de México (www.desdelafe.mx) y del Sistema Informativo de la Arquidiócesis de México (www.siame.com.mx), y en la pag de facebook de Ediciones 72. Conoce los libros y cursos de Biblia gratuitos de esta autora y su ingenioso juego de mesa 'Cambalacho' aquí en www.ediciones72.com